En 1897 Charles Péguy escribe la pieza teatral Le Mystère de la charité de Jeanne d’Arc. En el 2016 Bruno Dumont lleva esa obra a la pantalla grande; un año después la estrena en Cannes. En la presentación del film se limita a decir dos cosas y ninguna de las dos son comentarios al paso, como suele ocurrir en estos casos. Primero, sitúa a Péguy en su propia época. Subraya que en aquel momento el escritor es socialista y todavía profesa el ateísmo. También agrega una decisión suya que es una distinción formal. Explica: la mayoría de los musicales suelen apelar al playback en los instantes en los que se canta. No en este caso, nos informa. En Jeannette, los intérpretes entonan los distintos temas musicales en vivo y frente a cámara. No explica la razón de su decisión, pero su advertencia instala una incógnita. Unos años atrás, con motivo del estreno de Fuera de Satán, Dumont decía algunas palabras similares antes de la primera proyección. En esa ocasión, anunciaba que el film había sido rodado en 35 mm y que el sonido era monoaural.
Juana, la más rockera de todas las santas. El nuevo delirio de Bruno Dumont, tal efecto narcótico es tan reiterativo como adictivo. A pesar de que las formas de los cuadros musicales se repiten, siempre estamos esperando el siguiente. El argumento es simple, la película recrea la infancia de Juana de Arco en clave musical. Desde que tiene apenas 8 años, hasta que se convierte en la joven estoica y guerrera que hará lo imposible por defender a su patria. Entre canción y canción, y ruegos a Dios, vemos como se gesta la personalidad de esta niña que en un futuro se convertirá en la heroína francesa por excelencia. Rebelde, desprejuiciada, audaz… ya de pequeña los arcángeles y los santos le hablaban en su ¿imaginación? Utilizando la luz del día, Dumont aprovecha el espacio despojado para crear cuadros musicales que si bien no son perfectos (los protagonistas desentonan y están fuera de sincro), no dejan de ser cautivantes. A través de la cotidianidad desacraliza la figura religiosa y genera empatía con el espectador. ¿Y cuál es la mejor forma que encuentra para hacerlo? Convirtiendo los textos en una ópera punk-rock. Los personajes cantan, agitan sus cabezas y cabelleras, bailan al ritmo del heavy metal, del rock, del pop, del hip hop, y hasta levitan en el aire. Nada más representativo para una mujer adelantada a su época, incomprendida, que como castigo a su inteligencia murió quemada en la hoguera. La película respira libertad, la mismo que Juana, y a través de una puesta en escena tan simple como compleja -Dumont dispone de dos dunas, unas cabras y un río atravesando el lugar para coreografiar sus cuadros terrenales e imperfectos-, logra trascender los límites del género y crear un rara avis cinematográfico alucinante y original.
A los pocos minutos de iniciada la propuesta, uno ya sabe cómo se avanzará en este descontracturado y apócrifo musical que pierde fuerza a medida que avanza en la narración. Canciones, bailes y versos sagrados para contar los inicios de una mujer que supo enfrentarse a aquel que negaba su verdad. Arranca con fuerza, pero luego va perdiendo la gracia.
La revolución empieza bailando Con Jeannette, la infancia de Juana de Arco (Jeannette, l'enfance de Jeanne d'Arc, 2017), el impredecible Bruno Dumont continua su nueva etapa cinematográfica empezada con La Bahía (Ma Loute,2016). Protagonizado por dos jóvenes actrices sin historial en el cine, la película es un musical despojado de toda rigurosidad estilista americana y no tiene problema de reírse de sí misma. Le sienta bien al realizador de Entre la fe y la pasión (Hadewijch, 2009), Flandres (2006) este nuevo ciclo en su carrera. A continuación de Fuera de Satán (Hors Satán, 2011), y tras dos creaciones menores, (Camille Claudel, 1915, y un breve paso por la tv, la miniserie El pequeño Quinquin), Bruno Dumont inició un proceso de reinauguración artística viraje que lo hace pasar del drama a la comedia irónica. Hablamos sobre todo de un cambio de género cinematográfico. Algo parecido a la Bahía sucede en Jeannette. Ahora las ironías no están cargadas hacia la ley (cómo olvidar aquel simpático oficial torpe y gordito) o la clase alta (la abobada risa burgués de Juliette Binochete aún resuena), esta vez vuelve a tocarle a la religión, como ya sucedió en Harweich, ahora planteada desde el humor, y no al estilo Robert Bresson con Mouchette (1964). Estas temáticas son recurrentes a lo largo de su obra conjunta. El musical es el cuerpo extraño alojado en el film. Pero no es cualquier musical. Con Jeannette, la infancia de Juana de Arco el cineasta francés dibuja una entera ridiculización a los códigos y métodos de los musicales americanos. Personajes que corren y saltan descaradamente van de aquí para allá sin directrices. También hay cantos fuera de tono y hasta dos monjas bailarinas que no sólo utilizan métodos poco ortodoxos, se aseguran de que nada salga prolijo. En esta Francia rural del 1400 broadway está muy lejos. Incluso lo satírico provoca un sacudón a la perspectiva histórica. ¿Desde cuando Juana de arco cantaba? El realizador se atreve a bajar del altar histórico a la libertadora francesa para llevarla al mundo del canto y la danza. Caben pocas dudas, Dumont es un fuera de serie viviendo en nuestros tiempos. A pesar del viraje histórico, si no se le prestase atención a lo que sucede alrededor, las letras de las canciones invitan a reflexionar sobre la religión y su carácter pragmático. El realizador no puede ni parece querer olvidar ese rasgo, que resume la ontología de su cine. Las actrices responden con holgura a la mecánica del realizador francés. Dos chicas interpretan a Juana niña y otra más grande. Nuevamente Dumont se vale de pocos lugares para filmar. Apenas un exterior que domina la escena, y un interior complementario. Nada más. Entre ríos, plantas y ovejas vemos asomar a la mujer que desde chica se preocupaba por la libertar de Orleans. Se recibe con brazos abiertos la innovación del autor galo, quien nunca se preocupó por seguir las convencionalidades academicistas del cine francés, sus películas siempre transitaron por los márgenes. Ahora era el turno de justificar que también podía ir por la vereda de enfrente del americano.
La parodia de la santa guerrera “Jeannette: La Infancia de Juana de Arco” (Jeannette, l’enfance de Jeanne d’Arc, 2017) es un musical francés dirigido y escrito por Bruno Dumont. Está basado en el libro de Charles Peguy, llamado “El misterio de la caridad de Juana de Arco”. El reparto está compuesto por Lise Leplat Prudhomme, Jeanne Voisin, Lucile Gauthier, Victoria Lefebvre, Gery de Poorter, Aline y Elise Charles, entre otros. Fue presentada en la quincena de directores del Festival de Cine de Cannes. En la Francia de 1425, durante la Guerra de los Cien Años, la niña Jeannette (Lise Leplat Prudhomme) se encarga de cuidar a las ovejas. Aunque sólo tiene ocho años, los actos cometidos por los ingleses ya le generan mucha bronca, así como que algunos nenes pasen hambre. Guiada por el llamado de Dios, Jeannette (Jeanne de adolescente) decidirá ponerse al mando de las tropas francesas para vencer al enemigo y restaurar la paz. No se dejen engañar por el título del filme: en vez de mostrarnos con respeto los primeros años de la heroína francesa, la cinta mezcla la figura de Juana con música electro rockera y movimientos de baile que en casi todo momento dan ganas de levantarse e irse de la sala. El director tomó la historia para hacer algo chistoso, aunque en ningún momento lo consigue. Así veremos a tres monjas tirar la cabeza para adelante y para atrás, a una mujer que despluma a una gallina con muchas ganas al ritmo de la melodía, a un “tío” de la misma edad de Juana que se cae de un caballo y muchas situaciones extra bizarras que no aportan nada, más bien disgustan. La película tiene una primera parte en donde Jeannette es chiquita y otra en la que es interpretada por una actriz más grande. En la etapa de la nena se pueden vislumbrar los deseos que tiene por ayudar a los más necesitados o sus dudas hacia la Iglesia, sin embargo ni eso puede tomarse en serio una vez que las horrorosas canciones se hacen presentes. Además, éstas están cargadas versos, lo que logra poner a prueba la paciencia del espectador una y otra vez. “Jeannette: La Infancia de Juana de Arco” pareciera estar concebida para burlarse de la doncella francesa. Si ese era el objetivo, lo único que provoca Dumont es repulsión. Muy incómoda de ver, cargada de momentos que son casi monólogos y con una banda sonora que nunca podría encajar, lo único rescatable resulta el bello paisaje.
Qué bien le sienta esta nueva etapa a Bruno Dumont. Me gustan sus primeros films (áridos, austeros, flagelados), pero mucho más la actual, en la que aflora el humor, el desparpajo, la audacia, la experimentación y la creatividad sin límites. En este sentido, los hallazgos de Jeanette: L'enfance de Jeanne d'Arc se ubican por encima de la anterior Ma Loute (La bahía) y apenas por debajo de los de esa genial miniserie que fue P’tit Quinquin. ¿De qué se trata? De un musical punk ambientado en 1425 con la infancia (y luego la preadolescencia) de Juana De Arco, antes de que se convirtiera en heroína, santa y libertadora frente a los invasores británicos. La cosa sería más o menos así: como una película de Albert Serra pero con niños y monjas mellizas cantando y moviendo las cabelleras cual músico headbanger sobre el escenario. Dumont pasa del minimalismo más absoluto (casi todo está filmado en exteriores y con luz natural) a las situaciones con música estridente (hay pop, hip hop, folk, electrónica, rock industrial y heavy metal) gentileza de Gautier Serre (a.k.a. Igorrr) y coreografías de Philippe Decouflé. Lo fascinante del film de Dumont es que hay pocos gags (el único comic relief es el tío rapero que aparece sobre el final), nadie canta ni baila demasiado bien y, así y todo, el relato funciona de forma integral. Fue difícil seguir las letras de los temas (si bien estaban subtitulados al inglés), pero todo lo que se escucha es bastante fiel a los textos del libro El misterio de la caridad de Juana de Arco, del poeta francés Charles Peguy. Es probable que una propuesta de estas características y connotaciones irrite a más de uno, pero no creo que sea una película satírica ni blasfema. Dumont sigue apostando a los géneros en sus vertientes más deformes con un sello personal, una libertad, un desparpajo y un espíritu lúdico que se agradecen en el adocenado y previsible panorama del cine contemporáneo.
La vida de Juana de Arco siempre fue atractiva para el cine. Desde los años mudos de Carl Dreyer, Georges Méliès y Cecil B. DeMille hasta Robert Bresson, Otto Preminger, Jacques Rivette y Luc Besson, entre muchos otros, las batallas y enjuiciamiento de la Doncella de Orleans fueron fuente de inspiración. El francés Bruno Dumont insiste con las alegorías espirituales en, tal vez, la más extraña de todas las versiones sobre la campesina que, tras escuchar un mensaje divino, guió al ejército francés contra la invasión inglesa durante la Guerra de los Cien Años. El título de la película, Jeannette: la infancia de Juana de Arco, ya da pistas sobre parte de su originalidad. A Dumont no le interesa la batalla contra los ingleses y mucho menos la pasión de Juana. El cineasta francés centra la película en el llamado religioso que despierta la vocación de esta joven campesina que decidió tomar las armas. La verdadera innovación de Jeannette está en el tono: la película comienza con una niña de ocho años cantando mientras camina por una rústica campiña. La joven se encuentra con dos chicos hambrientos, a los que les da pan, y enseguida la modernidad invade el territorio del filme cuando suena una guitarra disruptiva que provoca el zapateo desaforado de todos durante una coreografía infantil. Recién ahí, a los diez minutos de película, Dumont muestra las cartas de Jeannette, un musical que adapta la infancia de Juana de Arco a una especie de ópera rock rupturista con muchas coreos y poco baile. El universo de Jeanette se vuelve todavía más extraño al poblarse de personajes variopintos como una vecinita que camina con piernas y brazos “en puente” cual protagonista de El exorcista, una monja amiga representada por hermanas gemelas frente a las que la joven sacude la cabeza al ritmo de heavy metal, las apariciones inspiracionales de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita suspendidos en el aire sobre un arroyo, o un disparatado tío, que tiene que ayudar a que la adolescente escape de casa, aficionado a los “dabs” y otros ritos urbanos del hip hop. Jeannette es un moderno musical medieval en dos actos, que por momentos parece una obra de teatro infantil, pero que Dumont consigue mantener en territorio cinematográfico a fuerza de un preciosismo visual que le da un respiro al espectador entre cada una de sus irreverentes coreografías.
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Bruno Dumont está haciendo una revolución en su cine guiado por una locura creativa que no deja de sorprender con cada nueva película. Jeannette, la infancia de Juana de Arco rompe los límites entre lo sagrado y lo profano, lo trivial y lo sublime, el drama y la comedia, la televisión y el cine. El cineasta asume el desafío de filmar una película cantada y bailada al aire libre por niños y adolescentes, confirmando su excepcional habilidad para dirigir actores no profesionales. La historia está atravesada por una sensación de inminencia que hace tangibles las palabras, los sonidos y las acciones. Dumont utiliza los recursos inesperados de sus jóvenes intérpretes: la confusión interior que emana del texto de Péguy adquiere otro alcance cuando sale de la boca de los chicos. La danza y la música reverberan desde el impacto inicial y al mismo tiempo le otorgan a la puesta en escena una libertad inaudita. Las rupturas y cambios estéticos van desde los bailes al ritmo del rock electrónico hasta el gesto de sacudir el pelo en la más pura tradición heavy metal. El resultado posee una belleza singular y una energía extraña, cercana y distante al mismo tiempo, hierática y salvaje. La película comienza con el nacimiento de una vocación rebelde y el advenimiento de una conciencia: una serie de diálogos maravillosos enfrentan a Jeannette con su amiga Hauvette, que sostiene la fe simple del catecismo, y con la señora Gervaise, una monja a la que Dumont, en una cumbre del absurdo, desdobla en dos gemelas. El cineasta aprovecha la economía de medios para observar, en un marco delicado, las distintas posibilidades y devenires. Con un notable sentido del encuadre, el decorado cambia durante el recorrido de Juana y vemos surgir paisajes espirituales: el desierto, con la claridad propicia para las visiones, es el lugar de las conversaciones con dios. El paso de baile con el que Juana se aproxima de pronto a la pantalla revela una mirada menos icónica que dinámica, viva y danzante, alimentada por el sentido de cercanía propio del cineasta. Las colisiones admirables entre los gestos torpes y la sofisticación coreográfica, entre el primitivismo de los decorados y la poesía manierista que hace levitar a los personajes, generan una paradójica armonía: una novedad absoluta. P
Reconstrucción sin ortodoxia A partir del libro El misterio de la caridad de Juana de Arco, de Charles Péguy, el director Bruno Dumont concibe uno de los films musicales más extraños y extremos de la historia del cine, con un fuera de tiempo en el que aparecen el metal, el pop y el rap. “¿Cómo puede un alma no quedar ahogada por la tristeza?”, sentencia una jovencísima Juana ante la visión de dos niños hambrientos, en un pasaje temprano de El misterio de la caridad de Juana de Arco, uno de los tres “misterios” escritos en forma de prosa poética por el escritor Charles Péguy a comienzos del siglo XX. Según afirma el experto en filología francesa Javier del Prado Biezma –en la introducción a la última edición en español de la obra–, el de Péguy es un texto extemporáneo en la doble acepción del término. Por un lado, porque es difícil no apreciarlo como una obra fuera de su tiempo y, quizá, de cualquier época; por el otro, porque su relato se ubica en un fuera del tiempo absoluto, una temporalidad inconcreta que va más allá del período histórico real. Ese que abarca los primeros años de vida de un personaje histórico y de un símbolo en muchos niveles: el de esa jovencita aguerrida que luego sería bautizada como la Doncella de Orleans, antes de la famosa traición, juicio y condena en la hoguera, para finalmente alcanzar la santificación. Algo similar, si no idéntico, puede afirmarse respecto de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, el último largometraje de Bruno Dumont, que recorre y señala los pasajes más relevantes del libro de Péguy (un socialista convertido al catolicismo) para construir a partir de ellos uno de los films musicales más extraños y extremos de los últimos tiempos. Tal vez, incluso, de la historia del cine. Enmarcada por una tradicional ventana de proyección casi cuadrada que Dumont justifica con algo de humor y una oculta cinefilia (ver entrevista), la niña con futuro de guerrera y mártir política y religiosa se cruza, en las afuera del pueblo de Domremy, con esos dos chiquitos hambreados por la guerra. Unos minutos antes, completamente acapella, la actriz debutante Lise Leplat Prudhomme, de apenas 8 años al momento del rodaje, disparaba la primera de una serie de canciones que atraviesa casi la totalidad de la película. “Catorce años de cristianismo y aún no hay nada”, afirma con vehemencia en esas rimas, mientras levanta la mirada hacia el cielo, los pies hundidos en las aguas de un río con mucho de bautismal. Las profundas dudas respecto de qué actitud es la correcta ante la opresión de los ingleses en tierras galas –inquietudes que, en el fondo, no son otras que cuestiones existenciales llevadas a un plano pragmático– la llevarán a “conversar” en medio de un cruce de caminos con Madame Gervaise, duplicada para la ocasión en dos seres escindidos aunque dueños de una misma individualidad. Las hermanas Gervaise –como ocurre con la totalidad del reparto– fueron interpretadas por actrices no profesionales, dos hermanas gemelas que además estuvieron a cargo de componer las melodías básicas para los temas musicales. A esa altura de la proyección de Jeannette (unos veinte minutos), con las monjitas moviendo las cabezas en una coreografía naif, el espectador ha caído en la cuenta de que el film distará mucho de las representaciones cinematográficas previas de Juana de Arco: ni el minimalismo de Dreyer, ni el ascetismo de Bresson, ni el materialismo de Rivette ni la espectacularidad de Fleming o Besson, aunque una pizca del espíritu de las tres primeras versiones asome la cabeza en diversos pasajes. Alejándose cada vez más de ese naturalismo falso que era una marca de estilo de sus primeros títulos (La infancia de Jesús, La humanidad), Dumont lleva su empresa al límite del artificio y la teatralidad, elaborando con paciencia, y pericia técnica y artística, un proceso de registro directo del sonido durante el canto (con sus notas falsas, tonos imperfectos y gorjeos bien presentes en la pista sonora) completados luego por las grabaciones en estudio del músico de death metal Igorrr. No es casual entonces que el headbanging, el clásico revoleo de cabeza metalero, se transforme, por obra y gracia de la historia y el contexto, en un gesto de rebeldía social y político. Una seña feminista, incluso. La niña se transformará en una joven adolescente a punto de abandonar para siempre la vida en el campo, dando sus primeros pasos hacia el encuentro con Carlos VII, el delfín de Francia, acompañada por su joven tío, un muchacho que, a diferencia de la Pucelle –que alterna el metal con composiciones cercanas a la chanson y al pop adolescente–, prefiere el fraseo y el ritmo entrecortado del rap. ¿Hay algo ofensivo o blasfemo en Jeannette, la película, cuyo afiche local presenta a Juanita haciendo el gesto de los cuernos sobre su cabeza? Muy por el contrario, Dumont conversa con la obra literaria de origen y la actualiza de una manera poco ortodoxa, reconstruyendo al mismo tiempo el misterio de la construcción religiosa (mística) de esa leyenda francesa y universal. En determinadas manos, el cine es el ámbito ideal para echar nuevas y movedizas luces sobre aquello que el dogma religioso ha convertido en algo inamovible. Confirmando, de paso, que si el cine no es el Diablo –como afirmaba Jean Epstein– sino Dios, entonces Juana de Arco es una de sus santas patronas.
Jeannette cuida a sus ovejas en una colina. Mientras cruza arroyos, canta. Canta por la desgracia que vive Francia, la guerra con los ingleses, la hambruna y los huérfanos. Canta porque no entiende cómo Dios deja que eso pase. Jeannette en el futuro será conocida como Juana de Arco y sus cantos recibirán respuesta. Un musical diferente, sorpresivo y por momentos gracioso que merece ser visto, no necesariamente disfrutado.
Autor muy relevante del cine contemporáneo, Bruno Dumont tiene en la espiritualidad la columna vertebral de su filmografía: culpas, pecados, redenciones, devociones, llamados y respuestas de orden divino no han faltado en la mayor parte de su obra. Y si bien su carrera tuvo desde el principio un tono extraño -en su ópera prima La vida de Jesús la repetición del ruido de la moto tensaba la seriedad del film-, la irrupción del humor -o de sus intentos- es más bien reciente en sus películas. En Jeannette: la infancia de Juana de Arco hay posibilidades de reírse ante unas monjas que se presentan como dúo canoro bailarín, o con/del tío de Juana de la parte final. Estas escenas de Juana de niña y de adolescente (destacable fotogenia de Jeanne Voisin) se basan, en sus palabras, en la obra de Charles Péguy. Catolicismo, caridad, diálogos que se dirigen hacia la divinidad se suceden en este musical posclásico y posmoderno que hace de la deformidad y la precariedad algo así como un estilo. Canciones toscas, con heavy metal y hip hop y otras casi amorfas; escenarios y luz naturales para Juana y su amiga y otros -pocos- personajes y un montón de ovejas; y la sensación de que Dumont hizo, más que una película con riqueza y solidez, un experimento gestual, cuyo poder de fascinación es -a juzgar por las reacciones que ha provocado desde su estreno, en Cannes 2017-
Absurdo a conciencia Jeannette: La Infancia de Juana de Arco es un ejercicio audiovisual; una apuesta que le debe haber hecho Dumont a un amigo mientras hablaban sobre la importancia de Juana de Arco para Francia (y el mundo) y se bajaban un par de botellas de vino: “a que puedo hacer una película sobre Juana de Arco con música experimental, dos locaciones y una nena”. Dumont la hizo y seguramente sea su película más extraña. No por más moderna o antinarrativa (casi todas sus películas tienen elementos de modernidad y de cine no narrativo), sino por su conciencia de querer despegarse de su propio lenguaje. Lamentablemente se despega de su mejor cine, o al menos del que más entretenía a la vez que insinuaba sus caprichos artísticos; el de sus primeras películas e incluso el de una de sus últimas, Hors Satan (2011). Como también se aleja de su último cine de época (aunque siga viajando al pasado). En Jeannete no hay reglas, y en tal sentido, puede verse como una evolución de su cine. Dumont parece ya no querer shockear con alguna aislada imagen violenta sino con una puesta en escena absurda. En ese sentido, este cine shockeante por lo tonto y lo cómico (para algunos) está mejor visto por muchos que el que shockea con la carne. Dumont se salva del infierno para los críticos y el público que aborrecen la violencia en el cine (¿cómo confiar en ellos?). Y no sólo se aleja de la sordidez sino también del vacío de sus personajes y elige a una santa heroína que está llena (de todo) desde niña. La película comienza con un plano al aire libre, de la naturaleza, linda o fea, como tantos de Dumont (aunque a diferencia de otros planos suyos de esa índole se observa acá un mayor preciosismo). La enana Jeannette canta y da inicio a un musical sin las reglas clásicas del género y que se caga en DeMille, en Dreyer, en Ingrid Bergman, en Rossellini, en Fleming, en Bresson y en Besson. Y siempre es agradable que se aborde un mito desde otro lugar y, sobre todo, desde un lugar tan irresponsable como el que propone Dumont; el problema es que pareciera no haber casi nada más allá de los diálogos recitados de memoria de la adaptación del texto de Charles Peguy, y de las ridículas coreografías que acompañan a la música. Como si el vacío del enorme Pharaon de L’humanité (1999), esté ahora fuera de la pantalla y dirigiendo a un personaje lleno (de vida, de ideas, de fuerza). Surrealismo lindo para optimistas que piensan que Igorrr es heavy metal. Porque la música es de Igorrr; melodías eclécticas y pretenciosas que se nutren del blast beat del black metal pero que claramente no son metal, aunque lo inviten al Hellfest y en la película todos hagan headbanging. Igorrr utiliza los géneros pero los detesta (al menos como compartimentos cerrados y estancos), como Dumont; por eso su fusión no es extraña, uno escapa del formato clásico del cine y el otro del formato canción. Dos genios se juntan una vez más para demostrarnos su estatus; queda en nosotros recibirlo como un juego o darle una entidad que no tiene.
Una película extraña pero muy interesante que mezcla nada menos que la infancia y preadolescencia de la futura doncella de Orleans con la música heavy metal y la poesía de los textos de “El misterio de la caridad de Juana de Arco” del poeta Charles Peguy que los escribió en l910. Con el ritmo y las guitarras desgarradas de Gautier Serré (conocido como Igorrr) bellísimos e intensos, una coreografía simple de Phillipe Decouflé, y con la participación de cantantes amateurs, no demasiado geniales que incluye niños y un personaje bufonesco que se expresa a través del rap. Con escenarios naturales sin ninguna referencia específica, aparecen santos que levitan, dos monjas mellizas y los amigos, familiares o indigentes que se acercan a esa protagonista desafiante, piadosa y preocupada por el destino de Francia. El director Bruno Dumont asegura que para él “lo artístico prevalece sobre lo religioso y que el verdadero poder de lo religioso reside en la poesía”. Y asegura y demuestra que su camino en el filme es paralelo a la psicología y el naturalismo. El resultado es sorprendente, con un clima muy intenso, con momentos de humor naif que nunca traiciona la esencia de la historia, pero sin ser en ningún momento irreverente. Le escapa a la moral y se mete sin miedo en lo absurdo, lo mágico y en la atracción de un resultado que hay que ver. Abrir la cabeza y recibir lo bello, seductor, atractivo de esta propuesta.
El cine, como cualquier otra de las disciplinas del arte, puede ser un inagotable territorio de experimentación y cuando eso sucede, los cinéfilos solemos estar de parabienes. Siempre es una bocanada de aire fresco ver que aparecen nuevos directores o que directores ya consagrados deciden romper el molde y generar una propuesta disruptiva, que rompa con todas las estructuras y los cánones preestablecidos. En su momento Lars Von Trier propuso con su Dogma, una manera de redefinir el cine y hay otros ejemplos dentro de los directores contemporáneos que nos han sorprendido con sus propuestas como el cine de Peter Greenaway, Darren Aronofsky, Derek Jarman y sin ir más lejos, pudo verse en el último BAFICI, “Green Fog” el último experimento cinéfilo de Guy Maddin realmente hipnótico y altamente creativo. Mostrar algo completamente diferente, pensando en una mirada vanguardista, novedosa y desestructurada generará, casi inevitablemente, un conjunto de fanáticos, “adoradores” y seguidores incondicionales y, en la otra orilla, estarán sus eufóricos detractores. Bruno Dumont –director de “La vida de Jesús” “La humanidad” y de la miniserie “P’tit Quinquin”- toma todos los riesgos posibles y se inmola para presentar una idea completamente diferente sobre la vida de Juana de Arco, contando su infancia y su adolescencia, terreno poco explorado por el cine. Pero no elige cualquier personaje al azar: elige un personaje completamente icónico para la historia de Francia, estandarte de su nacionalismo, cuya historia ya fue contada por otros directores nada menos que de la talla de Bresson, Rivette, Preminger o Luc Besson. Tampoco elige llevar a la pantalla cualquier texto, sino que la voz elegida es la de Charles Péguy en “El misterio de la caridad de Juana de Arco” y la elección recae, por sobre todo, en que el autor le imprime esa mirada de héroe socialista, desafiante de la autoridad y solamente regida por la inspiración, la caridad y la santidad que le viene de Dios que tanto le seduce a Dumont. Para que la propuesta sea verdaderamente un desafío, la historia es contada al ritmo de un musical, convirtiendo los textos de Péguy en una ópera-rock protagonizada por una Juana de 8 años –momento en el que el llamado de la vocación se hace presente- y durante la segunda parte, por una Juana adolescente. Creyeron que era todo? Se equivocaron. Cuando hablamos de musical, olvidémonos por completo de la estructura de musical clásico o de canciones pegadizas para salir del cine bailando o para zapatear al ritmo de los estribillos sentados en la butaca. Nada de eso sucede en “Jeannette, la infancia de Juana de Arco”. Porque no solamente el planteo del género musical es lo arriesgado de la idea sino que lo verdaderamente risquée es que mientras la niña elige un tono entre cantado y recitado para abordar las canciones, la música está completamente falta de melodía y falla –ex profeso- la armonía entre letra y música. Para conformar un cocktail verdaderamente rupturista, la revelación de su vocación, la devoción y su confusión propia del llamado divino, se narra mezclando hip hop, punk, rap y música metalera que bien merece ser acompañada con un violento batido de cabellera, sacudiendo la cabeza como no puede faltar en un verdadero concierto de rock. Jeannette niña canta en vivo y con algunos momentos a capella, mientras corre por la pradera junto a sus ovejas, con su espíritu de niña campesina, heroica y activa, y a Dumont no le importa nada si ella y sus amiguitas desafinan estridentemente o si no logran ni por lejos una perfecta coreografía en los cuadros de baile. No le importa si todo el mundo se da cuenta que están leyendo la letra como si estuviesen en un karaoke o si la escena finalmente queda más parecida a un acto escolar que a una película francesa de autor: todo vale a la hora de experimentar y mostrar un formato novedoso y desacartonado. Para algunos, ha llegado el momento de descubrir una obra maestra, un exquisito salto al vacío con una narrativa diferente. Para otros, y me enrolo indudablemente en esta lista, la experiencia tiene ribetes insoportables. Primeramente porque todo parece calculado para convertirla casi inmediatamente en una película de culto y hasta lo que parece riesgo estético tiene un reverso de precisión en la búsqueda de que cada uno los detalles conformen a ojos de todos, un verdadero producto –con todo el peso que la palabra producto implica- denodadamente vanguardista. La mezcla de coreografías escolares, notas en falsete y desafinaciones a granel, se conjugan con un vasto elenco de no actores que parecen estar leyendo la letra del guion en ese mismo instante, que no saben pararse frente a la cámara y no nos queda claro si las intenciones de lo rupturista llegan a que el caos invada la pantalla de modo tal que todo termine pareciéndose a un sketch de un programa de Capusotto. Hay secundarios simpáticos –dos monjas mellizas/desdobladas, las Gervaise, que cantan e improvisan en el médano una coreografía sincronizada- pero otros altamente molestos como el personaje de tío que aparece durante todo el segundo acto (donde ya podemos disfrutar a una Jeannette adolescente que entona muchísimo mejor que la pequeña), que rapea los textos sin la menor gracia y con una falta natural de talento actoral que hace que el recurso pase de bizarro, a tedioso y molesto. “Jeannette” que como un experimento en donde el exacerbado interés por demostrarse fuera de todo parámetro hace que el resultado sea un híbrido, una experiencia más para complacer egocéntricamente al narcisismo del director que para llevar su obra a un público que sería dificil –por no decir casi imposible- de definir.
Esta es una cosa rara, algo así como ponerle música hip-hop y death metal a un largo poema místico de Francisco Luis Bernárdez y hacerlo recitar, cantar y bailar por gente que recita mal y canta y baila peor, tipo obrita escolar fallida, sin que nadie pueda decir con seguridad si la intención fue acercarnos al místico, tomarle el pelo, tomarnos el pelo, o sacar patente de vanguardista. Porque así ocurre con esta nueva obra del sobrevalorado Bruno Dumont, que "reelaboró" a su gusto dos preciosos Misterios Líricos de Charles Peguy: "Juana de Arco" y especialmente "El misterio de la Caridad de Juana de Arco". Por supuesto, los pocos seguidores locales de Dumont pueden elogiarlo, adorarlo y defenderlo a gusto con las más diversas y hasta antagónicas explicaciones: que se burla de la religión, que es más religiosa que el Papa, que es una belleza sublime, que sus defectos son deliberados justamente "para evitar el camino de la perfección", etcétera. El resto del mundo puede ignorarlo, o, si no tiene más nada que hacer, puede darse por ofendido, empezando por los amantes de las comedias musicales y hasta de "Jesucristo Superstar", lectores de Peguy, que todavía los hay, etcétera. La mejor película del 2017, dice "Cahiers de Cinema" (buen motivo para no renovar la suscripción).
“Jeannette” es el film francés que cuenta la infancia de Juana de Arco, también conocida como la Doncella de Orleans. Con la dirección de Bruno Dumont, un autor muy relevante del cine contemporáneo cuya obra está atravesada por culpas, pecados, redenciones, devociones, llamados y respuestas divinas, la cinta cuenta los primeros años de una niña campesina que habla, confronta y se siente llamada por Dios. Con humor y música transita las visicitudes de una pequeña religiosa pero rebelde y una adolescente que, guiada por Dios, lleva a su pueblo a la lucha. Ambientado en 1425, el film narra cómo Juana se convierte en Juana de Arco, en la heroína y libertadora. Todo lo que se escucha es bastante fiel a los textos del libro “El misterio de la caridad de Juana de Arco” del poeta francés Charles Peguy. La película se destaca por sus aspectos técnicos, preponderando la fotografía de los paisajes que de alguna manera aluden a lo divino. El espíritu lúdico se filtra también en las imágenes que hacen lucir parajes del norte de Francia. La música va de un heavy metal y un hip hop claramente reconocibles hacia otras melodías más amorfas. El manejo de la luz se encuentra en un papel de primer plano, el cual ayuda a sostener al guion. El director apuesta a la combinación de diferentes géneros y se da el gusto de insertar un guion rapero en el personaje del tío de una adolescente Juana. Con un desparpajo y estilo personal, hace hincapié en el cine contemporáneo de una manera innovadora. Para quienes quieran saber quién era Juana de Arco, es una simpática manera de acercarse a un personaje histórico. Es difícil hacer atractiva una cinta de temática histórica, dejando de lado el género documental, y “Jeannette: La Infancia de Juana de Arco” lo logra de una buena forma, gracias a la impronta que le imprime. Los personajes secundarios son necesarios para explicar la historia, pero solamente sirven como apoyo para la protagonista. No tienen subtramas propias sino que se desarrollan en función a esta niña y adolescente. La película responde a una figura condenada por loca y herética debido a su condición femenina. No es un clásico, pero se deja degustar.
Al francés Bruno Dumont le interesan los temas religiosos, como demuestra su filmografía, con títulos notables como Fuera de Satán o Hadewich. Sin embargo, a diferencia de aquellas, este experimental acercamiento, musical, a la vida de Juana de Arco desde su tierna y cantada infancia, apuesta a una rústica pero ambiciosa traslación de historia, mito y éxtasis místico. Pero también a una provocación que desorienta hasta la impaciencia, incapaz de convencernos de que la cosa va realmente en serio.
Este es un musical que se divide en tres actos, el personaje es Juana de Arco, recrea desde su infancia a los 8 años y el paso del tiempo. Juana de Arco, interpretada por los rostros angelicales: Lise Leplat Prudhomme y Jeanne Voisin, se desarrolla bajo un bello paisaje, un rio, colinas y una zona cubierta de dunas, con personajes de actores poco conocidos, un vestuario apropiado, con extraordinarios planos, va mezclando una música barroca y la electrónica, hay bailes, rap, buenas coreografías, una estupenda paleta de colores y un toque teatral. Además se toma su tiempo para hacer alguna crítica a la iglesia y la sociedad moderna.
UNA NIÑA INQUIETA Vamos por partes. Bruno Dumont es un cineasta francés que puede resultar algo críptico y su puesta en escena siempre conlleva en el espectador un ejercicio activo de lectura e interpretación, comprometiéndolo desde un lugar más primario que el cine convencional, deconstruyendo la “perfección” del cine comercial, algo que ha mencionado en numerosas entrevistas. Esta búsqueda primaria de sensaciones desde un lugar despojado, a menudo trabajando con no actores, rompiendo convenciones, favoreciendo tiempos muertos -como lo hace en su película más lograda, La humanidad-, dejando a menudo errores ocasionales, parte de una necesidad de cuestionar los modelos de representación del cine mainstream, es decir, el que más se suele frecuentar en salas comerciales. Es una cuestión algo extensa pero sirve de preámbulo para comprender que estamos ante una obra que al menos se puede calificar como bizarra: Dumont adapta una obra de finales del Siglo XIX de Charles Peguy (1873-1914) sobre Juana de Arco, tomando su niñez, sus contradicciones y el impulso que finalmente la llevará en la adolescencia a iniciar su campaña bélica, manteniendo textualmente palabra por palabra, pero es en lo que aporta el cine donde la obra respira singularidad. Las tomas largas y estáticas, la naturalidad con la que la niña y la adolescente recorren el plano, el canto por momentos tan desprolijo como las coreografías que resultan cualquier cosa menos solemnes (basta ver a representación de San Miguel, por ejemplo), el humor como un elemento que sobrevuela el lenguaje gestual, antes que las palabras, hacen de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, una rareza. A esto hay que sumar la musicalización de una banda avant garde como Igorrr -que atraviesa desde el pop más meloso y sintético de los 8 bits a la electrónica y el death metal o el hip hop, en síntesis, inclasificable- que lleva a momentos inevitablemente cómicos cuando la joven Lise Leplat Proudhomme (que interpreta a Juana de Arco como niña) comienza a hacer el típico headbanging metalero cuando se comunica con la divinidad. Es en su corporalidad que Dumont encuentra en la obra de Peguy elementos que le dan autenticidad a la protagonista, deconstruyendo la solemnidad del mito y planteando una visión de Juana de Arco libre y fresca. El asunto radica en que este ejercicio de visionado puede resultar extenuante tras los casi 100 minutos que implican trasladar la totalidad de la obra original, porque la idea sobre la cual está fundada la puesta en escena se agota. Por decirlo de otra forma: la idea y el concepto es en sí más atractivo que la obra en su ejecución, dejando la impresión de que al film le sobran minutos. No sucede lo mismo con La vida de Jesús o La humanidad (a pesar de tratarse de materiales originales) por mencionar sólo dos trabajos del director, que a pesar de contar con tiempos muertos uno intuía una búsqueda que complementaba el tono de la obra. Aquí eso no se encuentra presente por momentos, ya que se trata de un pastiche más estructurado al que se le notan las intenciones sobre el espectador. Sin embargo, no deja de ser un ejercicio notable que por pasajes entrega una experiencia fresca y joven, algo que también se puede rastrear en directores como el catalán Albert Serra.
¿Un musical metalero sobre la infancia de Juana de Arco? Sí, exactamente eso es lo que el director de “La humanidad” ofrece aquí, en una de las películas más libres, originales y por momentos trascendentes de los últimos tiempos. Después de haber visto las últimas películas del realizador francés, al escuchar cuál era la idea central de su nuevo proyecto –un musical sobre la infancia de Juana de Arco con canciones pop, hip hop, tecno, rock industrial y heavy metal– uno podía esperar una comedia paródica y bastante absurda. Y si bien hay algunos momentos graciosos y divertidos a lo largo del filme, estos están más en relación a los personajes secundarios que a la protagonista, y son relativamente pocos. JEANNETTE es, sí, un musical sobre la mítica Juana de Arco, pero uno que, pese a las formas, se toma bastante en serio la problemática de la protagonista. Lo “blasfemo”, si cabe, del filme, está en la forma. Nunca en el contenido. Con los textos sacados palabra por palabra –y en su mayoría transformados en canciones– del libro “El misterio de la caridad de Juana de Arco”, del poeta francés Charles Peguy, la película va contando cómo fue que la pequeña Jeanette fue convirtiéndose de una niña religiosa con conflictos de fe a la que salió al mundo a liberar a Francia de una invasión británica. Los textos hablan de su devoción, su confusión, y la pequeña actriz/cantante le habla a Dios –en muchas ocasiones acompañada por su amiga Hauviette– preguntándole cuál debería ser su rol en esas circunstancias. Pero, claro, lo hace cantando en vivo (la música no fue grabada sino interpretada en la filmación) con una musica compuesta por Igorrr que va derivando por momentos en hard rock, con la pequeña Jeannette sacudiendo su larga cabellera cual headbanger en un concierto de Deep Purple. Y si bien es cierto que el metal siempre tuvo una fuerte simpatía por los temas medievales (y que existen muchas bandas de metal cristiano), la imagen es por lo pronto bastante peculiar. De todos modos, la propuesta pide ser tomada en serio, aún con las risas que algunas situaciones traen aparejadas, especialmente en escenas que incluyen coreografías o un coro de dos monjas mellizas que cantan y hacen pasitos de baile coordinados. Por momentos se tiene la sensación de estar viendo una de esas obras de teatro escolar bizarras como las que se producen en las películas de Wes Anderson. Y eso, en lugar de banalizar el filme, lo vuelve aún más potente. Confunde, sí, y algunos momentos no funcionan tan bien como otros, pero Dumont filma con una libertad creativa con la que pocos cineastas de hoy, tan calculadores y pendientes del mercado, lo pueden hacer. La segunda parte del filme tiene a Jeannette algo más grande, más decidida a ir a luchar por Francia, acompañada por otro adolescente (su tío) que expresa sus propios sentimientos rapeando y moviéndose como una estrella cool de hip-hop. A diferencia de ambas actrices que encarnan a la futura Juana de Arco, que cantan bastante bien, el chico funciona más como “comic relief”. Y es muy efectivo en esa función. No muchos imaginarán que un musical metalero religioso que transcurre a principios del siglo XV pueda resultar por momentos trascendente y espiritual, pero a la manera de otros filmes de carácter religioso de autores como Rossellini, Buñuel y Pasolini, Dumont apuesta por romper los modelos de representación conocidos y, ayudado por los dioses de Pas-de-Calais, logra hacer milagros en nombre del Dios del Cine.
Voy a comenzar esta nota desde un lugar que no suelo elegir para un texto de esta índole: la primera persona. Pero no hay para mi pluma posibilidad alguna de narrar y analizar la experiencia que representa para mí este filme si no apelo a esas íntimas emociones y apreciaciones subjetivas del mismo día en que la vi. Es siempre definitorio, y ante todo genuino que el acto de ver una película sea una experiencia estética y ética a la que le sumamos consciente e inconscientemente nuestros singulares conocimientos y nuestra propia vida. Era el día finalmente, una función nocturna de la sección TRAYECTORIAS del BAFICI N° 20, el de este mismo año. Esperaba ansiosa como una niña que llegara la hora de ver “Jeanette”, ya que hacía un año que sabía de su existencia y como amante del cine de Dumont y de la audaz idea de abordar la historia de Juana de Arco desde su infancia, todo me predisponía a imaginar que sería la más placentera de las experiencias fílmicas y que este filme se sumaría a la lista de los más preciados de mi vida. Más allá de mi tarea profesional como escritora crítica, había decidido no empaparme de ninguna información previa sobre la obra, dado que había sido proyectada en Cannes ya circulaban textos de brillantes críticos que hablaban sobre ella, pero mi idea era entregarme en una suerte de estado casi virginal a lo que Dumont me deparara vivir en su relato. Solo sabía que era la infancia de Juana y que el formato elegido había sido el musical, otra osadía más. Un paisaje austero de belleza extrema, hecho de un verde infinito, un cielo diáfano que abarcaba todo y una luz clara como divina se abrieron en la pantalla. Una niña vestida como una pastora, despojada de elegancia u ornamentos comienza a cantar. El shock perduró en mi ese rato en el que la escuchaba cantar a capela (no había playback) pues la niña cantaba en escena y casi sin fondo musical. Su voz algo desafinada sonaba más a un acto escolar que a un aria de una ópera rock, si es que esa era mi anhelada expectativa. La música, cuando entraba a escena era disonante y caótica pues no acompañaba con ninguna intención melódica o armónica los textos cantados por la niña. La forma de sus frases sonaban algo medievales pero a la vez el contenido era mucho más actual, complejo y al mismo tiempo todo estaba fuera de época. Nada era coincidente, era una yuxtaposición de épocas y estilos, formas contrarias y ninguna belleza estilizada. Cuando ella se movía – si podemos decir bailaba – parecía más una mala clase de gimnasia que una danza musical, era intencionalmente torpe, y estaba siempre fuera de tiempo como si un fuera de sincro imaginario atacara toda la película. Los personajes que aparecían en escena aumentaban ese estado de desorden antiestético. Como cuando el dúo de monjas – que era más un dúo de cómicos tipo El gordo y el Flaco, que una pareja de personajes dramáticos – bailoteaban como si estuvieran haciendo pasos copiados de una disco de los 80. El segundo acto con Juana adolescente incrementó la música heavy metal con movimientos de cabeza estilo “pogo” de recital, o guitarrista enajenado que toca en el escenario mientras revuelve sus pelos largos al viento. La complejidad de los pasajes cantados, en términos de la reflexión espiritual que Juana transita en la secuencia, cargaban de una densidad existencial tan intensa que por más liviana que pudiera ser la aparente escena y la forma lúdica de la puesta nada tenía la historia de ingenua. Entre los personajes imposibles está el tío que viene a su llamado y rapea mientras canta haciendo la medialuna al mismo tiempo, al igual que Juana que entre sus piruetas de colegio secundario y sus sacudidas de pelo expone un mundo de emociones y contradicciones místicas. Ahora me avoco a retomar el filme y repasar la forma de la trama general: Jeanette con tan solo 8 años y al cuidado del pastoreo de sus ovejas se entera de la injusta batalla entre Inglaterra y Francia. La angustia hasta lo más hondo las noticias del padecimiento de su gente. Tan solo siendo una niña se dispone a pensarse como guerrera e ir a la lucha en defensa de su pueblo. La fuerza de la niña que se hace joven está impregnada de una fe superior, de una fuerza mística radical que no podrá detener sus pasos hacia la batalla para convertirse finalmente en: “Juan de Arco”. Han pasado meses de aquel primer visionado sorprendente y contradictorio, intenso y enloquecedor a la vez. Las imágenes del filme no desaparecen de mi memoria, de mi retina, con las impresiones nítidas de algunos cuadros y escenas fotografiados por la magistral luz de Guillaume Deffontaines. Hasta vuelven a mi oído ciertos pasajes musicales demenciales de ese rock metálico de “Igorr” que me resuena un estilo de hace décadas atrás, pero que en su golpe repetido tiene una densidad oscura que termina siendo locamente medieval. Un musical atípico no cabe duda, una película rara si las hay. Filmada casi toda en planos enteros y generales picados desde el cielo o contrapicados desde la tierra, todo es el hecho de huir de los cortes a esos típicos planos cerrados que ilustrarían una clásico musical o una ópera rock más bien hollywoodense. La profundidad extrema y extraña de los textos, ese intenso debate teológico en el que se pujan las fuerzas del mundo interior de Juana, se debe a la fuente de inspiración que el mismo Dumont ha usado para el guión partiendo de las obras teatrales “Jeanne d’Arc” (1897) y “Le Mystère de la Charité de Jeanne d’Arc” (1910), dos trabajos que desarrollan el tema personal de la conversión al catolicismo del escritor socialista Charles Péguy. O sea, un planteo de textos poéticos que describen una lucha interna infernal. Hay filmes que piden tiempo para ser procesados, filmes que no se entregan a todos los espectadores con fácil acceso, filmes que renacen contemplados a la distancia, repensados, recordados, revisitados por la memoria. Más aún cuando el nivel de provocación, disrupción, tratamiento anticanónico y quiebre de la organicidad armónica dominan el tratamiento estético de una obra que propone cierto quiebre de vanguardia formal en todas sus decisiones. Entre todo esto, me quedará en la perpetuidad esa imagen pura y profunda de una niña que se pregunta a sí misma por sí misma, en el medio de un paisaje minimalista, de líneas verdes, cielos prístinos y la inmensidad que la profundidad de campo intensifica, descubriendo en ese páramo el lugar más místico que me podría haber imaginado. Por Victoria Leven @levenvictoria
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
Escrita y dirigida por Bruno Dumont, Jeannette, la infancia de Juana de Arco es un musical sobre la niña y adolescente Juana de Arco adaptado de una obra de Charles Peguy. Principios del siglo XV. Jeannette es una niña pastora que cuida de su rebaño bajo el fuerte sol, pero dentro de ella hay una preocupación mayor: su país está siendo atacado por los ingleses y ella no entiende cómo Dios permite que su pueblo sufra así. Cuando expone sus inquietudes con su amiga, ésta llama a un par de monjas que intentarán convencerla de que es la voluntad de Dios. No obstante, Jeannette no puede quedarse de brazos cruzados y, de a poco, se convertirá en la famosa Juana de Arco, guiada por la voz de Dios. La película la presenta entonces primero como esa niña y luego como la adolescente antes de convertirse en la Juana que todo conocemos. La trama de la película podría ser simple y precisa, pero esto es el cine de Bruno Dumont. Un realizador que ya había realizado dramas con tintes místicos (Hors Satan y Camille Claudel 1915) pero que en los últimos años se animó a jugar un poco más con el humor y realizó P’tit Quinquin y La bahía. Jeannette, la infancia de Juana de Arco prueba una vez más las ganas de Dumont por diferenciarse y seguir explorando y explorándose en el cine y esta vez apuesta a un musical, a un musical que de todos modos no se parece casi nada a los musicales corrientes. Con una realización minimalista y muy sobria, rodada casi toda en exteriores, la película que nos trae Dumont se basa en música rockera (y algo de hip hop cerca del final con la introducción de un personaje masculino) para retratar todo el momento previo a la aparición de la guerrera Juana de Arco. Hay una fuerte sensación de ironía durante toda la película. Desde la Jeannette rebelde y rockera que no sólo canta sino que hace cuernitos o revolea su cabello cual rock star, hasta la crítica social que se ve reflejada especialmente en la primera parte con la Jeannette niña que no entiende por qué Dios permite que unos pequeños se mueran de hambre y sobre todo lo absurdo de las guerras. Por momentos el registro se percibe más seco y el film se torna algo distante. Y en la segunda mitad, un poco reiterativo en su discurso. Sin embargo en su último tercio el humor ya más absurdo y la mencionada introducción de un personaje que trae el hip hop le termina de brindar al film un tono particular y único, entre la parodia, lo minimalista, lo surrealista y la crítica social. A nivel actoral, de las dos Jeannette la que más se destaca es la pequeña Lise Leplat Prudhomme con una voz fuerte y preciosa y un magnetismo en su interpretación que resulta hipnótico.