La necesidad de abastecerse
La muy esperada Jeepers Creepers 3 (2017) continúa esa suerte de declive cualitativo que caracteriza a la franquicia desde sus ya lejanos comienzos: mientras que Jeepers Creepers (2001) fue una muy buena reformulación de las películas de monstruos, con un marco de road movie y detalles varios del western, y Jeepers Creepers 2 (2003) fue una secuela digna, centrada más en un relato de entorno cerrado y alguna que otra premonición fuera de lugar, en esta oportunidad este nuevo eslabón cae en el temido terreno de “ni bueno ni malo”, léase el enclave de esos productos desparejos que a fin de cuentas no resultan del todo satisfactorios. Las razones que nos llevaron a este punto son muchas y en esencia giran alrededor del tiempo transcurrido desde la segunda parte, las vueltas que tuvo el guión en estos años, la falta de financiamiento y los “problemitas legales” que arrastra Victor Salva.
Para aquellos que no lo sepan (como si todavía hubiese alguien), aclaremos que el director y guionista de la saga fue acusado de estupro y posesión de pornografía infantil en 1988 y condenado a tres años en prisión, de los que cumplió 15 meses. Este pasado dificultó la producción de casi todos los films de Salva, desde su ópera prima Clownhouse (1989), por denuncias y numerosos escraches. Si nos concentramos en su carrera a secas bien podemos afirmar que nunca fue un iluminado del séptimo arte pero la seguidilla de sus inicios, que arranca con su debut y finaliza en la primera Jeepers Creepers, pasando por The Nature of the Beast (1995), Powder (1995) y Rites of Passage (1999), es bastante potable… lo que no podemos extender a sus opus posteriores a Jeepers Creepers 2, ya que sus dos trabajos de horror previos al presente son un tanto flojos, Rosewood Lane (2011) y Haunted (2014).
Uno está tentado a decir que el señor perdió definitivamente el toque para el cine de género, sin embargo algunas secuencias de Jeepers Creepers 3 lo desmienten por una eficacia que se pierde un poco entre una serie de malas decisiones que abarcan el capricho de situar a la acción entre la primera parte y la segunda, ya no centrarse en un par de protagonistas o un grupo uniforme sino en toda una comunidad sin concederle tiempo suficiente de desarrollo a ningún personaje y finalmente el apostar en demasía por unos CGI bastante berretones que multiplican el uso -acotado y minimalista- que se les dio en las entradas anteriores (de seguro se debe a que el presupuesto de la propuesta fue ínfimo y la parafernalia digital hoy sale más barata que los queridos practical effects). El realizador trata infructuosamente de “maquillar” este dilema vía planos a la distancia, movimientos acelerados y tomas cortas.
Ahora bien, llama poderosamente la atención la confianza que se tiene Salva a pesar de estos inconvenientes, la cual se trasluce de la misma naturaleza del opus en tanto “capítulo intermedio” de lo que serán -suponemos- más obras a futuro, circunstancia que en términos prácticos nos deja sin clímax y sin una verdadera trama más allá de esta colección de escenas más o menos inconexas que giran en paralelo alrededor de una brigada de policías que salen a la caza del monstruo titular, conocido como Creeper, y de unos pueblerinos algo insípidos que se transforman en carne de cañón para la necesidad de la criatura de abastecerse de ricos humanos cada 23 años durante 23 días exactos. Entre el misticismo de las visiones de la segunda entrada, escenas de acecho a todo lo que da y los nuevos y muy interesantes artilugios del camión del amigo Creeper, la película se perfila progresivamente hacia una inesperada entonación trash que parece ser involuntaria y aun así no deriva en un desastre absoluto porque -dentro de todo- el film es tan entretenido como inconsistente…