La película comienza con la muerte de Jesús López, un joven piloto de carreras que fallece en un accidente en su moto. Su ausencia marca a todo el pueblo. Y en ese pueblo está también Abel, un adolescente primo de Jesús que de a poco empieza a ocupar sus lugares, a relacionarse con la gente que él se relacionaba, a pasar tiempo con su familia, a acercarse a su novia, a su perro, y finalmente a manejar su auto. Hasta el punto de convertirse en él y traerlo de vuelta para que el espíritu que se fue enojado pueda encontrar la paz. Un juego de espejos, a los que el psicoanalista Otto Rank relaciona con la idea del doble: «El pensamiento de la muerte resulta soportable cuando uno se asegura una segunda vida después de ésta, como doble.»
Como podemos imaginar, Jesús López es la historia de un duelo. En este caso un duelo colectivo pero también personal; es también la historia de crecimiento de Abel. Y lo que hace el director junto a su coguionista, que viene de escribir una gran novela que se emparenta con esta película, No es un río, es imprimirle un toque mágico que nos haga creer que todo es posible. Hay un cambio de tono cuando irrumpe lo surreal, lo onírico; un tono que rompe con el registro meramente realista pero no con el tono emocional que nunca abandona. Un extrañamiento propio de esos momentos que irrumpen en la realidad a la que estamos amoldados y nos confunden y al final son más comunes de lo que nos gustaría. Están muy logrados esos climas enrarecidos, como apenas corridos de lo cotidiano y consiguen algunos momentos de una tensión in crescendo.
Desde el apartado técnico la película presenta un sonido impecable y una fotografía que enamora en especial con sus atardeceres. La lluvia y el fuego se convierten en protagonistas y en ritos de pasaje. También destaca la destreza de Schonfeld con una notable escena de carrera.
Jesús López se siente una película calculada y medida y no por eso fría. Cada plano, cada escena, todo resulta muy preciso. Schoenfeld sabe lo que quiere contar y con qué elementos cuenta y consigue que una historia que podría ser simple se torne profunda y emotiva, y la carga de poesía.
El duelo contado de una manera original y bella, con un entorno rural y húmedo como escenario, y un conjunto de personajes que rodean a sus protagonistas Abel y Jesús y terminan de colorear una película que además juega mucho con lo que se ve y no se ve, con esa ambigüedad propia de lo que está fuera de cuadro o de foco. La realidad y lo místico se enredan, sobran las referencias religiosas y hacen de Jesús López una película prolija y cuidada que funciona como un reloj. Y allí la idea de encontrarse en el reflejo del otro para poder encontrarse con uno mismo. Y después aprender a soltar, dejar ir.