De Bielorrusia con frenesí
La saga que comenzó con John Wick (2014), faena dirigida por Chad Stahelski y escrita por Derek Kolstad, rankea en punta como uno de los últimos bastiones reales del mainstream contemporáneo en lo que respecta a entretenimiento no sólo de calidad sino puro y duro, sin concesiones patéticas o sonsera alguna de corrección política, tibieza formal, jugada burda de marketing, manotazo de ahogado a escala narrativa o pavada del rubro que sea orientada a dejar contentos a todos los segmentos de un público masivo y muy heterogéneo, algo que lamentablemente sucede con la enorme mayoría de los productos de la industria cultural actual ya que al pretender abarcar tanto aprietan muy poco cual obra sin coherencia ni vigor ni astucia, engendros que apuntan a todos los espectadores y por ello caen hundidos bajo el peso de su propia impersonalidad o sustrato anodino y extremadamente inofensivo, hueco. Si bien el enfoque minimalista exacerbado de Kolstad resulta fundamental, un profesional que sinceramente no hizo mucho más por fuera de la franquicia que nos ocupa, la similar e inferior Nadie (Nobody, 2021), de Ilya Naishuller, y un par de colaboraciones olvidables con Dolph Lundgren, léase Asesinos en la Mira (One in the Chamber, 2012), de William Kaufman, y Entrega Explosiva (The Package, 2012), opus de Jesse V. Johnson, los que se terminan llevando las palmas son siempre Keanu Reeves como el sicario indestructible titular, actor que con los años ha sabido madurar con gracia y acomodarse muy bien a sus posibilidades interpretativas sin pretender inflar su pedigrí ni derrapar en los típicos delirios egocéntricos de la fama, y el mismísimo Stahelski en lo que respecta a la puesta en escena de las estupendas secuencias de acción, una y otra vez garantizando que la vertiginosidad de vieja escuela -edición sosegada de por medio, sin tantos cortes- sea la estrella del film.
La llegada de la tercera secuela, la genial John Wick 4 (John Wick: Chapter 4, 2023), ahora por primera vez sin Kolstad y con un guión de Shay Hatten y Michael Finch, nos deja todo servido para afirmar que la presente y el eslabón anterior, John Wick 3: Parabellum (John Wick: Chapter 3- Parabellum, 2019), pueden no llegar al nivel de los dos primeros e insuperables eslabones de la saga, hablamos del film del 2014 y John Wick 2 (John Wick: Chapter 2, 2017), no obstante esta última dupla sigue siendo prodigiosa si la comparamos con prácticamente cualquier otra cosa que tenga para ofrecer el mainstream del Siglo XXI, atiborrado de unos CGIs que Stahelski y su director de fotografía, el danés veterano Dan Laustsen, ese mismo de los dos capítulos previos y colaborador asiduo de Guillermo del Toro como lo demuestran La Cumbre Escarlata (Crimson Peak, 2015), La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017) y El Callejón de las Almas Perdidas (Nightmare Alley, 2021), dedican exclusivamente a tomas difíciles y/ o situaciones esplendorosamente surrealistas y siempre vinculadas al frenesí brutal e hiper masculino de todas las secuencias de acción. La historia, nuevamente, es microscópica y arranca con la ejecución en el vasto desierto de Marruecos por parte de Wick del único regente que se ubica por encima de The High Table (George Georgiou), preámbulo a su traslado al Hotel Continental de Osaka, en Japón, en busca del amparo del manager y amigo Shimazu Koji (Hiroyuki Sanada), quien termina asesinado por un sicario ciego nipón, Caine (Donnie Yen), que está siendo extorsionado por el villano de turno, el Marqués Vincent de Gramont (Bill Skarsgård), emisario de The High Table con la misión de resolver definitivamente el “problemilla” de legitimidad/ autoridad desencadenado por el protagonista dentro de este sindicato criminal de alcance planetario.
Kolstad puede haber desaparecido aunque la distribuidora Lionsgate y las tres compañías productoras, Summit Entertainment, Thunder Road Pictures y 87Eleven Productions, mantienen todos los pivotes cruciales en su exacto lugar y por ello regresan el rey delictivo marginal del infatigable Laurence Fishburne, ese manager de la sucursal neoyorquina del Continental en la piel de Ian McShane, un Winston Scott que es despojado de sus dominios por no saber frenar a Wick, e incluso aquel conserje imperturbable que supo componer el recientemente fallecido Lance Reddick, el elegante Charon, amén de novedades varias como un par de colegas sicarios que hacen las veces de criaturas ambiguas, ese Caine a lo Zatoichi y un cazarrecompensas negro que nunca se aparta de su perro, bautizado Señor Nadie (Shamier Anderson). Al igual que el cine popular de antaño y todo el cine de género valioso en general, la frutilla de la torta de John Wick 4 se resume en los antagonistas, aquí siguiendo la línea sutilmente caricaturesca de la tercera parte ya que al refinamiento cruel y ultra ególatra del personaje del perfecto Skarsgård se suman la rigurosidad de su “mano derecha” de ascendencia latina, Chidi (el chileno Marko Zaror), y el carácter decididamente grotesco de un jerarca de alto orden con base en Berlín, el gigantón con dientes de oro Killa (Scott Adkins), al cual John debe liquidar para ser aceptado de nuevo en el clan mafioso bielorruso y así poder retar a un duelo al franchute aristocrático, idea de un Scott deseoso de venganza porque el testaferro de The High Table mató a Charon y destruyó su preciado hotel. Si bien el querido Clancy Brown no cuenta con el perfil de luminarias previas que han participado con pequeños roles en la franquicia, como Anjelica Huston o Franco Nero, aquí el susodicho se luce como el Heraldo, un burócrata lacónico que supervisa al marqués.
Stahelski, un gran experto en stunts que se desempeñó bajo las órdenes de Alex Proyas, John Carpenter, Sam Raimi, Jean-Pierre Jeunet, Barry Sonnenfeld, Joel Schumacher, Lee Tamahori, Stephen Sommers, Doug Liman, Joss Whedon, Zack Snyder, Sylvester Stallone, Joseph Kosinski, Robert Rodríguez, James Mangold y las hoy por hoy hermanas Lana y Lilly Wachowski, posee la inteligencia suficiente para no abusar del sentimentalismo o el melodrama baladí a lo largo de las casi tres horas de metraje y para entregarnos escenas frenéticas sublimes como aquellas refriegas en Osaka, Berlín y París, en este último caso luciéndose con tomas secuencias cenitales bien opresivas, una batalla campal alrededor del Arco del Triunfo y un ascenso bastante sarcástico hacia la Basílica del Sagrado Corazón, sede del duelo del desenlace. John Wick 4, en este sentido, está un poco más volcada hacia la arquitectura dramática y referencial del spaghetti western y del chanbara u odiseas de samuráis, sobre todo por la dialéctica de los cazarrecompensas leonianos y la importancia que tienen las katanas en los enfrentamientos, sin embargo siguen estando en primer plano las alusiones explícitas a Jean-Pierre Melville, el cine de aventuras, James Bond/ 007, el wuxia o acervo chino de artes marciales, el neo film noir de los 60 y 70, los cómics para adultos, Sam Peckinpah, el cine de yakuzas de Kinji Fukasaku, la súper acción ochentosa, el anime, Nicolas Winding Refn, las fábulas posmodernas, el slasher, el poliziottesco, John McTiernan, la Matanza Heroica de John Woo y Ringo Lam, las obras de espionaje de la Guerra Fría, la comedia negra, el cine gore, Luc Besson, los “first-person shooters” del enclave de los videojuegos y desde ya las recordadas coreografías de Yuen Woo-ping para The Matrix (1999), joya de las Wachowski en la que Stahelski ofició de doble de Reeves…