El cuarto capítulo de la saga dirigida por Chad Stahelski y protagonizada por Keanu Reeves es una fiesta del cine de acción: casi tres horas que se suceden sin altibajos y nos muestran al personaje en su punto más álgido.
Hace varios años, Keanu Reeves nos hablaba desde la pantalla del cine en uno de los trailers de próximos estrenos: «La gente me preguntaba si estaba de vuelta, y no sabía qué responderles. Pero ahora sí, creo que estoy de vuelta.» Y volvió con todo con John Wick.
Cuando el cine de acción parecía ya algo anticuado e incapaz de crear grandes sorpresas (con pocas excepciones como Mad Max: Fury Road o la más sobria Dragged Across Croncrete), Chad Stahelski se reunió junto a Keanu Reeves y dio vida a un personaje elegante e implacable y a toda una mitología a su alrededor, mitología que fue creciendo a lo largo de las películas que se sucedieron. Si bien después de aquella primera entrega con momentos icónicos se tornó algo reiterativa entre la segunda y la tercera, esta cuarta tira toda la carne al asador y es tan excesiva como su duración.
La historia es simple, siempre es simple: John Wick busca su libertad. Asesina al único hombre que se ubica por encima de The High Table (la sociedad que lo convirtió en el talentoso asesino que es). Él sólo desea poder salirse y llevar una vida más normal para dedicarse a rememorar tranquilo los buenos momentos con su mujer. Pero mientras es el blanco de toda esta sociedad de asesinos a sueldo y su cabeza cada vez alcanza valores más y más altos, busca refugio en quienes han sido alguna vez leales a él pero, como si tuviese un GPS, siempre es encontrado. Todo esto le permite al director y a sus guionistas desplegar diferentes secuencias de acción, cada una más elaborada y grandilocuente que la anterior, a lo largo de todo el mundo. Marruecos, Japón, Berlín, Rusia, Francia. Secuencias extensas y cautivantes.
En medio de una galería rica de personajes, el villano principal recae en Bill Skarsgård como un Marqués odioso emisario de The High Table dispuesto a terminar de una vez con este asunto. Para eso fuerza a un par de personajes a aliarse a él y John Wick se encuentra en constante situación de alerta. Donnie Yen como un sicario japonés que también busca a través de este trabajo salirse y poder disfrutar de las cosas simples de la vida, en su caso su hija, es uno de los personajes más interesantes de la película.
Es que a diferencia de las entregas anteriores, aquí todos los personajes están construidos con una mayor dimensión y resultan tan queribles como odiados, no se descuida a ninguno. Los momentos de acción son deslumbrantes pero las escenas del trato cotidiano entre ellos tampoco tienen desperdicio.
Chad Stahelski supo trasladar su habilidad como doble de riesgo a escenas de acción cuidadosamente coreografiadas que no necesitaban apelar a muchos e intermitentes cortes, algo habitual en el cine de acción actual. Acá hay un montaje más consciente, las secuencias ya no tienen ese tono más realista y crudo y todo se sucede de manera más estilizada con luces de colores y música. Sin dudas estamos ante un director que encontró y afianzó su estilo.
Con estas películas uno acepta las reglas implícitas, como que los personajes se pueden mover por todos lados pero nunca generan atención fuera del pequeño mundo al que pertenecen (o sea, entre personas normales). Keanu Reeves siempre impecable en su traje negro, capaz de ser golpeado y levantarse con el mismo ímpetu, con su puntería precisa y su manera de pocas palabras.
John Wick 4 es la mejor de la saga porque conjuga todo a la perfección: un guion simple pero efectivo (esta vez de Shay Hatten y Michael Finch), que le brinda lugar a cada uno de sus personajes, todos interpretados con confianza, una dirección impresionante tanto en planos estáticos como las increíbles secuencias de acción, una fotografía elegante y estilizada, un buen uso de la música, tanto de manera diegética como extradiegética. Se toma en serio pero también se permite algo de humor y calidez. En fin, el ¿cierre? que la saga se merecía, una película que merece ser vista en pantalla grande (tendrá un tiempo en IMAX y vale mucho la pena).
La presencia siempre de algún animal canino termina de resaltar el corazón detrás de tanta parafernalia de acción: quizás John Wick siempre trata de la lealtad.