Lo analógico vence a lo digital
Durante las últimas décadas hemos sido testigos de un proceso de empobrecimiento paulatino en el ámbito de la comedia mediante el cual la riqueza polirubro de antaño se fue reduciendo a la insoportable insistencia/ reincidencia de todos los palurdos de turno con los monólogos, el stand up y los latiguillos verbales en general como únicas tácticas para hacer reír e intentar reflexionar en el trajín acerca de los dilemas de nuestras sociedades. Dentro de este panorama, por demás facilista y para colmo sin ofrecer la mejor versión de la supuesta “pomposidad” verborrágica en cuestión, sin lugar a dudas la figura de Rowan Atkinson se destaca con vuelo propio porque a pesar de que nunca fue un genio inigualable del campo de las carcajadas, hay que concederle que su impronta clásica y minimalista siempre le abrió el camino a través de la coyuntura de la homogeneidad y la falta de ideas.
Siempre haciendo evidente su habilidad para la comedia física, las gesticulaciones y un costumbrismo británico que roza permanentemente el absurdo, a nivel macro la carrera de Atkinson ha contado con tres vertientes principales: primero tenemos al legendario Mr. Bean, personaje semi mudo y propenso al desastre en sintonía con Buster Keaton y Jacques Tati que tuvo una serie televisiva y dos apariciones en pantalla grande, después viene Johnny English, parodia nada disimulada de 007/ James Bond y con una fuerte influencia del Inspector Jacques Clouseau de Peter Sellers, hoy por hoy centro de una franquicia de tres films, y finalmente está la rama más ambivalente del derrotero del señor a partir de sus colaboraciones con Nicolas Roeg, Jim Abrahams y Mike Newell, entre otros realizadores y obras que incluyen a El Rey León (The Lion King, 1994) y la reciente serie de ITV Maigret.
Luego de Johnny English (2003) y Johnny English Recargado (Johnny English Reborn, 2011), la película que nos ocupa, Johnny English 3.0 (Johnny English Strikes Again, 2018), ofrece más de lo mismo y en esencia cae en esa medianía típica de la saga en la que sin llegar a maravillar de tantos chistes refritados de la mítica La Pistola Desnuda (The Naked Gun, 1988) y sus secuelas, aunque sea logra entretener y despertar alguna que otra risa a lo largo de un desarrollo tradicional pero entrañable en el que los recursos de las propuestas del “tonto a cargo de salvar el país y/ o el mundo” brillan en varias oportunidades gracias a la química por un lado entre Atkinson y un reaparecido Bough (Ben Miller), su compañero/ asistente de la primera parte, y por otro lado entre Atkinson y la gloriosa Olga Kurylenko, aquí interpretando al bello interés romántico femenino y la agente encubierta reglamentaria.
Si bien el film arriba un poco tarde al tópico que trabaja, el conflicto entre lo analógico y lo digital vía un ciberataque que revela la identidad de los esbirros del servicio secreto inglés y obliga a una exasperada Primer Ministro (Emma Thompson) a resignarse a recurrir al tecnófobo y querido Johnny, el asunto está bien explotado por un elenco exquisito y un guión sencillo aunque dinámico y relativamente disfrutable de William Davies, la otra gran presencia continua de la franquicia más allá del protagonista. Así como el Austin Powers de Mike Myers generaba mejores productos cinematográficos y abusaba por demás de las referencias sesentosas vintage, el Johnny English de Atkinson es más sutil en cuanto a sus homenajes y hasta entrega una pequeña obra maestra hilarante a través de la escena de la realidad virtual, verdadera joya incrustada en un contexto amable y bastante rutinario…