Ocho años después de su última misión conocida y algunos menos desde que su trabajo como jefe de seguridad de un presidente africano terminara en tragedia, Johnny English vuelve a ponerse a las órdenes de MI7. Contra toda lógica y con la negativa del jefe de la organización, el agente de inteligencia perteneciente al Servicio Secreto de Su Majestad será el encargado de descubrir a los miembros de Vortex, un grupo de asesinos internacionales. Después de meses de entrenamiento en Oriente, English ha renacido convirtiéndose en un nuevo hombre y en un mejor agente… o no tanto.
Esta segunda parte del filme de 2003 es graciosa sin necesidad de chabacanerías ni insultos: un poco de humor inglés, incomodidad británica y gags físicos son suficientes. A pesar de ciertos desniveles y notorios baches en el guión -en toda comedia hay chistes que son más efectivos que otros-, una pequeña confusión de identidad provocará las carcajadas más constantes de toda la película. Gillian “Agente Scully” Anderson y Rosamund Pike no son aprovechadas en todo su potencial, pero allí está Rowan Atkinson para dejarnos a todos contentos.