El servicio de inteligencia británico puede haber perdido preponderancia en el mundo del espionaje y hasta haber tenido que recurrir a un sponsor japonés ("Estamos espiando para usted", dice el texto publicitario), pero sus autoridades no están tan despistadas como para mandar a Johnny English, el más incompetente de sus agentes, a detener una conspiración que planea terminar con la vida del presidente chino y empujar al caos a todo el planeta. No; si lo mandan buscar al monasterio tibetano donde ha estado recluido después del escandaloso fracaso de su última misión en Mozambique es porque no tienen más remedio. El contacto que han conseguido para poner en marcha su operativo lo exige: no hablará con otro que no sea English. Por supuesto, tiene sus razones. Es lo que se descubrirá al cabo de esta suma de pequeños sketches de enredos -algunos divertidos, otros no tanto- que constituye el endeble guión.
La cuestión es que ahí va el eterno aspirante a James Bond con su nuevo dominio de técnicas orientales y su vieja, proverbial e incontrolable torpeza. Con él reaparecen los equívocos de siempre. Porque, entre sus múltiples y curiosas virtudes, English posee la manía de tocar cuantos objetos tiene al alcance de la mano, lo que puede producir, por ejemplo, que decapite a un maniquí, arroje un gato al vacío o pruebe un brebaje que lo convertirá en títere manejado a control remoto.
Se dirá que las parodias de 007 son casi tan viejas como el original -que está a punto de cumplir medio siglo- y que para colmo, por lo que se ve, ellas se han actualizado bastante menos que su modelo. O que el personaje de Rowan Atkinson ni siquiera intenta darle a la fórmula alguna vuelta de tuerca. O que a esta nueva aventura -secuela del Johnny English de 2003- le sobran altibajos. Todo eso es cierto, pero también lo es que el humor físico para el que el protagonista está especialmente dotado puede resultar eficaz, que las contorsiones y morisquetas de Atkinson siguen siendo festejadas por los fans de Mr. Bean y que, aunque en un número más bien módico, hay en esta comedia situaciones graciosas y gags logrados, lo que no quiere decir que abunde la originalidad. En algunos casos puede tratarse de referencias deliberadas, como sucede con algunas que aluden a la serie de 007; en otros, lo que cabe sospechar es la pereza del guionista y su buena memoria para los chistes ajenos. Así y todo, hay risas además de paisajes, música y artilugios al estilo Bond.
No deja de ser una lástima que algunos recursos hayan sido tan desaprovechados como el locuaz Rolls Royce dotado de infinitas capacidades, y que el ritmo se vuelva tan irregular entre el muy divertido comienzo en el monasterio donde English aprende artes marciales y el efectivo remate final.