La pérdida de la infancia:
El comediante y realizador neozelandés Taika Waititi capturó el interés de Hollywood con la sátira del genero de terror de vampiros What We Do In The Shadows (2014) y se afirmó en la industria con Thor: Ragnarok (2017). En su última película JoJo Rabbit (2019) se adentra en una historia que en su esencia es un coming of age, donde emplea el tono paródico y de comedia negra para suavizar el dramatismo que supone la Segunda Guerra Mundial. Su fuente de inspiración ha sido la novela Caging Skies (2008) de la escritora neozelandesa Christine Leunens.
El prólogo nos presenta a JoJo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años enfundado en su uniforme, listo para unirse al entrenamiento en las Juventudes Hitlerianas. El niño habla a cámara como si lo hiciera frente a un espejo, buscando identificarse con la imagen del nazi ideal: 100% ario, malvado y con coraje suficiente para dar su vida por aquel a quien considera su ídolo, Adolf Hitler. Esa identificación al yo ideal se produce por la aprobación que su Hitler imaginario (Taika Waititi), le brinda detrás de él en calidad de Ideal del yo.
Habida cuenta de la ausencia del padre de Jojo (del cual le han dicho que está peleando la guerra), el drama central que debe afrontar el niño es hacerse grande. De ahí que el personaje de Hitler funciona como sustituto del padre, construido a partir de la imaginación del niño (por momentos estricto en su demanda de muestras de su devoción, por momentos tierno, insuflándole una guía, ańimo y valor); más que en el terreno de la sátira política.
La primera parte de la película es una sátira de los clásicos y crueles entrenamientos militares donde, al mando de un malvado Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), se enseña a los niños a identificar judíos (demonios con poderes sobrenaturales, alas de murciélago y cuernos) y a ser máquinas de matar. Se transmite un modelo de virilidad y valentía basado en la fuerza y la agresión, que no admite sensibilidad alguna. En este contexto, los asustadizos como Jojo reciben bullying por parte del capitán y sus compañeros, motivo de su apodo “Rabbit”. Henchido del coraje que le ha insuflado su amigo imaginario, la osadía del arrojar una granada y salir herido le vale a Jojo un cierto retiro honorable.
Durante su convalecencia, acomplejado por la secuela de la cicatriz en su rostro y destinado a tareas menores como repartir panfletos, Jojo ve cómo su mundo, que se sostenía en la la supremacía de la raza aria, la lealtad a la patria y la devoción hacia el Fuhrer, tambalea cuando descubre que su madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde detrás de las paredes del cuarto de su fallecida hermana a una temible adolescente judía llamada Elsa (Thomasin McKenzie). Que el abominable y aterrador judío sea encarnado por una joven mujer es un dato interesante que expresa el horror fascinante que lo femenino es en sí mismo para cualquier varón, dado que encarna una alteridad radical. Y que se presente al judío como un horrible demonio feroz, exacerbado por la imaginación infantil, es otro punto a tener en cuenta. Precisamente la maniobra de propaganda de situar al judío fuera del registro de lo humano es lo que habilitó a los nazis a cometer con ellos todas las atrocidades posibles.
En trama de la relación entre Elsa y Jojo, la película vira hacia la comedia romántica. Del mutuo rechazo inicial e imposibilitado Jojo de delatar su presencia (lo que pondría en peligro la vida de su madre y la suya por complicidad), se ve llevado a negociar y encontrar una manera de convivir con la judía. Y es en este intercambio que el amor se impone por sobre los ideales nazis de Jojo.
Pese a ello, pese al mutuo acuerdo con buenas intenciones, hay consecuencias dramáticas. Aquí el director nos da a entender lo sucedido simplemente con el plano detalle de los zapatos guillermina (que fue reiterando en diversas escenas como signo de identificación del personaje caído bajo la crueldad de la Gestapo). Mediante el fuera de campo, se vela el encuentro directo con la muerte para el espectador. Así entonces el tema central de la película es la iniciación de Jojo en la pérdida y en el amor. Se impone un crecimiento anticipado para el pequeño, signado por los duros golpes del contexto de guerra, en relación a lo que se esperaría como vida cotidiana para un niño de 10 años. Y toda su identificación previa con el nazi modelo se desvanece como un castillo de naipes.
En el contexto del miedo a la muerte, del desamparo y de la desolación que implica la guerra, lo que une a los personajes principales es la apelación a la ficción. En la añoranza de su padre, Jojo se apoya en su Hitler imaginario. Rosie se trasviste con las ropas del padre extrañado y lo recrea en tono paródico para Jojo. A la par, Jojo monta para Elsa la ficción de las cartas que le escribe su anhelado novio Nathan desde el frente de la resistencia. Rosie y Jojo escriben e ilustran a dúo, además, un libro sobre La raza judía. En este punto es que la película se emparienta con La vida es bella (Benigni, 1997). La ficción y la comicidad ejercen modos de tratamiento del horror, de lo imposible de representar de la muerte. Asimismo mantienen encendidos los sueños, permitiendo aferrarse a la vida. El ataque directo que implica la guerra sobre el lazo social es resarcido mediante la sublimación por el arte y el amor.
Jojo Rabbit funciona mejor en el registro del coming of age en clave de comedia que en el de la sátira política, donde se estanca en el revisionismo histórico de poca profundidad. En este punto es una película complaciente con la industria, que sigue proponiendo a un Estados Unidos bondadoso y liberador del nazismo. Teniendo en cuenta que Trump mismo, con su xenofobia y su política exterior orientada a mostrar un Estados Unidos fuerte, da la talla para una graciosa caricatura paródica del dictador nazi, es una pena que este material no haya sido aprovechado para reflexionar sobre los efectos del fascismo en el presente.