La sexualidad y la nada
Isabelle (Marine Vacth) es una hermosa chica de 17 años que luego de perder su virginidad en un romance de verano, al llegar el otoño comienza a trabajar como prostituta, contactando a potenciales clientes a través de internet, donde crea un perfil falso y trabaja bajo el seudónimo de Lea. Así concreta encuentros en hoteles con hombres mayores.
Lo más perturbador de la historia es que la joven proviene de una familia con una buena posición económica, por lo tanto el motivo de su nueva actividad no pasa por una cuestión de necesidad, sino por algo mucho más complejo que el director jamás lleva a la superficie, es algo que esta ahí dentro de la protagonista, eso es lo que le gusta, lo que la atrae.
La historia es inquietante, perturbadora, pero narrada con naturalidad, con una tranquilidad que por momentos exaspera, como si no fuera necesario saber porque la protagonista elige hacer lo que hace.
Isabelle es una joven estudiosa, no va a fiestas, sus compañeros la consideran seria, introvertida y mientras tratamos de entenderla, François Ozon nos muestra de forma intimista todo aquello que la rodea: familias de clase media, padres ausentes, jóvenes que viven en un mundo lleno de excesos al alcance de su mano, pero que aprenden de sus padres a manejarse en una doble moral.
Aun cuando las cosas salen a la luz, y su familia se entera, nunca nada parece estallar en la historia, y es la actitud tranquila, casi apática de la protagonista lo que más inquieta; no grita, no discute con su madre, pero se hace cargo de lo que provoca, y de lo que puede obtener mediante su belleza, es así como elige vivir su sexualidad.
La película no da opiniones, explicaciones ni mensajes, solo observa y narra, construyendo un relato directo, seco, cargado de una enorme sensualidad que logra incomodar al espectador.