Sin pasión
Supongo que para algunos la idea (al parecer hasta ahora inconcebible) de mostrar a Perón y a Evita haciendo el amor apasionadamente era suficientemente "atrevida" como para justificar una película como Juan y Eva. Pero, primero, no me interesa ver el trasero desnuddo de Perón. Segundo, a menos que se quiera hacer una porno con temática justicialista, una película necesita más que eso para resultar interesante.
Juan y Eva, por supuesto, no intenta ser una porno sino "una gran historia de amor", como demuestran los fragmentos sutilmente seleccionados de los radioteatros que interpreta Eva Duarte en la película. Es decir que como estamos en el silgo XXI, esta es una historia de amor con sexo, con amores extramatrimoniales, con pequeños escándalos contenidos, con actrices ligeras de cascos y militares calentones. Hay un contraste entre el tono rosa de las frases que dice Eva y un amorío sórdido (que viene de desplazar a otro), que por las casualidades de la historia resultó ser clave para la historia política argentina. No se trata únicamente del choque entre lo que Eva dice y lo que Eva hace, esa tensión se expande a toda la película. ¿Por qué? Porque si bien Juan y Eva no es una radionovela rosa de la década del cuarenta, sí es un relato rosa peronista. La admiración que la película siente por la pareja (sí, son próceres, pero ojo que somos modernos y sabemos que los próceres también tienen sexo) hace que cada momento que viven resuene con campanas de significado cósmico. Por decirlo de otra forma: los personajes (fundamentalmente, Eva y Juan) no parecen personas reales con pasiones reales (pocas cosas más chatas y menos interesantes que las escenas "de sexo" de esta película, que no podrían excitar a nadie), sino figuras que desfilan por la historia.
Probablemente el único aspecto interesante de la construcción de los personajes es el perfil de Evita como mujer celosa. Sus arranques de furia cuando descrubre que Perón tiene otra amante, su "golpe de Estado amoroso" dan una característica casi patológica que a uno podría llegar a interesarle conocer. Pero la cosa se termina pronto: Eva logra ser la amante de Perón y desde entonces no hace más que apoyar la cabeza en el hombro de su amado. Por otro lado, esta obsesión celosa se come cualquier perspectiva política de Evita. ¿Por qué? Cada tanto hay alguna que otra frase en boca de Julieta Diaz que perfila a esa dirigente que va a ser Evita, pero a esta película le interesa la historia de amor, por eso saca los apellidos en el título, por eso muestra el sexo, por eso cuando se está gestando el 17 de Octubre, Evita se dedica a desfallecer lánguidamente en su departamento con lágrimas por su amado encarcelado.
Una paradoja carcome esta película: Juan y Eva quiere ser un retrato de la intimidad de los personajes y por eso deja afuera muchas cosas, como deja afuera, por ejemplo, al público que escucha los discursos de Perón (se abaratan los costos pero se pierde la esencia de lo que se está viendo). El problema es que esta pareja está atravesada por la esfera pública y sin ella no tiene sentido. Por supuesto, De Luque cuenta algunas cosas del drama del nacimiento del peronismo, pero sólo algunas, selectas, que dejan afuera completamente al actor fundamental del peronismo: el pueblo. Más allá de un obrero que habla a cámara al principio de todo y las imágenes de archivo del 17 de Octubre, prácticamente no se ve un solo descamisado en todo Juan y Eva. Hay intrigas de palacio, intrigas militares, intrigas internacionales, cosas que importan menos. La historia de Eva y Juan importa en la medida en que fue importante para todas esas personas que no vemos. La película asume esa mirada, está enamorada de sus líderes, pero no muestra lo que hizo que el peronismo fuera lo que fue. O sea, termina mostrando casi nada: Eva Duarte se tiñe el pelo, perfiles desnudos con iluminación "artística", un plano de la pareja en lancha tan cerrado (como todo en esta película) y tan feo que parece hecho con back projecting.
Al margen de todas estas cuestiones "de base", muchas otras cosas no funcionan en esta película. Una es la clave (tan del cine argentino viejo) con la que se manejan las actuaciones. Fernán Mirás está fuera de control. Por otro lado, la idea de poner a Alfredo Casero a interpretar a Braden, con acento, roza límites de lo grotesco que no le hacen bien a esta película.
Pero fundamentalmente el problema es que a esta historia de amor le sobran toneladas de solemnidad peronista y le falta una pasión real que arrastre la narración por sobre el curso de la historia que todos conocemos, y que nos permita interesarnos por esta película como parte del cine. Juan y Eva está dedicada a Leonardo Favio, pero le falta todo ese exceso del Favio peronista. Para historia ilustrada están las fotos en los manuales.