La ópera prima de Martín Shanly, realizador formado en la FUC cuya película compitió en el BAFICI del año pasado, es un retrato inquietante sobre una niña en transición a su adolescencia. Tal como lo indica su título, la protagonista tiene 12 años y transita el último año de la primaria. En la escuela le va mal, no logra congeniar demasiado con ninguno de los niños, tiene una madre aparentemente atenta pero que cuando Juana es más directa que nunca no la escucha concentrada en ella misma. En otras palabras, es distinta al resto y se destaca por no seguir los pasos esperados de quienes la rodean. “Las ideas no me vienen, me atacan”, confiesa en un momento. Por eso es enviada a terapia, a hacerse estudios de la cabeza y a clases particulares.
A menudo el cine retrata lo difícil y caótico que es ser adolescente, pero no siempre se piensa en ese momento previo igual de difícil, cuando los cambios comienzan a hacerse notar, no sólo en el cuerpo, sino en una mente que comienza a funcionar de otro modo, con muchas más cosas. Lo que aquí logra su realizador es retratar con naturalidad esta compleja etapa, a través de escenas cotidianas en las que nunca parece suceder nada demasiado importante. A Juana no le pasa nada y le pasa todo. A la larga, ella no es ni se comporta como todos esperan que lo haga, pero a ella no le interesa ser igual al resto, no es que no tenga esa capacidad.
La interpretación de Rosario Shanly (hermana del director) como Juana es cautivante desde esa naturalidad con la que su director busca retratar esta etapa. Su risa inapropiada, su mirada observadora desde afuera, su reacción ante los pájaros “demasiado lindos” (para ella, un defecto) que dibuja su madre, su andar enfundada en el disfraz elegido para ir a la fiesta a la que no fue invitada pero se las ingenia para que, sin temer a lo que se piense de que su madre haga de mediadora, finalmente la esperara, ni más ni menos que una vampiresa. Pequeños detalles que completan la construcción de este complejo y lleno de matices personaje que busca construir su propia identidad.
Inquietante, aterradora de un modo sutil (incluso hay una secuencia onírica muy a lo David Lynch), Juana a los 12 es extraña y fascinante al mismo tiempo.