Judy

Crítica de Daniel Alvarez - La Butaca Web

De una gran cantidad de personas, pero asimismo de pocos usuarios. Políticas, religiones, dinero y estatus intervienen en el camino. En acatadas condiciones se hace por demás complicado hacer uso autónomo y consciente de dicho talento.

Siendo un niño, la tarea se vuelve más ardua. No hay medida que valga para que la dote se vea aprovechada por personas ajenas a uno, sea cual sea la intencionalidad de este tercero.
Es noticia común enterarse, partiendo de tal precepto, cómo esa otrora joven promesa se acaba deteriorando en un mar de adicciones y excesos. La pubertad nunca es atravesada con soltura ya que desde afuera se obliga al joven a asumir responsabilidades ya propias de la adultez. La presión se vuelve demasiada e inician discretamente los problemas.
Hasta que ya no son discretos,
Corre el año 1968 y la artista Judy Garland no atraviesa un buen momento. Sin hogar propio, con pocas ofertas laborales en su país y un ex-esposo insistiendo por la custodia de sus hijos, las opciones no son demasiadas. Una agente sugiere una serie de conciertos en Londres, donde aún es muy amada. Con pesar y tristeza, Judy se lanza a la oportunidad.

Basado en la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter, el guión de Tom Edge se sostiene ante todo en el enorme personaje que fue Judy Garland. Haciendo uso de algunas secuencias de flashback para dar más contexto a sus espectadores y una exploración bien resumida de la luz y oscuridad presente en la artista, el trabajo de Edge es uno bien contrastado. No hay una gran lección al final del arco iris. Es una historia de fortaleza, de cómo perdurar y mantener algo de esperanza a un mejor mañana. El opresivo pasado de Judy es uno que la sigue acosando y la mantiene al margen de sus iguales. Claramente no es una adolescente para echar culpas a alguien, pero su camino no es uno que le haya permitido tener una adultez plena.
A los hombros de una enorme Renée Zellweger, Judy brilla como cantante e interlocutora, tanto privada como públicamente. Zellweger logra mantener los propios demonios de la actriz a raya lo suficiente para que se pueden vislumbrar aún en tales situaciones, más no sin que esto haga sus estragos internos. Es angustiante ver el declive de la famosa actriz, pero la otrora Bridget Jones hace de todo para que el arco iris siga visible.
Vale destacar también el trabajo de Darci Shaw como una joven Judy, y la imponente figura de Richard Cordery como el polémico Louis B. Mayer.
Hay un sobrio trabajo en la dirección de Rupert Goold, pero su falta de experiencia pasa por alto con el excelente desempeño del departamento artístico. El despliegue visual para retratar los fines de los sesenta se puede apreciar tanto en el inicio en Estados Unidos hasta las frías calles de Londres. Luz, maquillaje, peinados, indumentaria y ambiente convergen para tener la mejor perspectiva posible de lo que pudieron ser los shows en tal época.

“Judy” no quedará en los anaqueles como una excelente película, pero sí como un grato recuerdo de quien fue una de las mejores artistas de su generación, y las consecuencias que acarreó por ello.