Dirigida por Andrea Sedlácková, se estrena el film que República Checa envió para que los Premios de la Academia tuvieran en cuenta en su pasada entrega. Juego Limpio.
República Checa en la década de los 80. Se acercan los Juegos Olímpicos de 1984 y Anna, una joven atleta, está dispuesta a todo por participar de ellos y así lograr salir del país. Anna entrena incansablemente bajo las miradas críticas de su entrenador y de su madre, quien ve proyectada en su hija sus frustraciones.
Para que Anna pueda convertirse en la atleta que desea, su entrenador junto a un médico comienzan a darle anabólicos, sustancias de las cuales no saben demasiado y que a simple vista le producen una gran ayuda pero poco a poco comienza a dejar secuelas en su organismo.
Juego Limpio fusiona dos tramas que durante gran parte de su metraje no parecen tener mucha conexión narrativa: por un lado, la de Anna como atleta, y por el otro la de su madre, que se acerca más al lado político de la historia, que es continuamente amenazada por su amistad con un disidente. Es esta última subtrama la que está más desdibujada y sólo en el último tercio parece tener razón de ser.
En el medio, el guión hace un poco de agua en algunas partes. Por ejemplo, en el retrato de Anna como adolescente convirtiéndose en mujer, y la relación de noviazgo que comienza como un joven.
Hay ciertos momentos interesantes pero cuando su trama principal, aquella en la que el deporte y la extraña sustancia “Stromba” comienzan a predominar, el personaje del novio desaparece durante un largo trecho para luego tener que suponer que en realidad siempre había estado ahí. Hay una clara falta de desarrollo especialmente por ese lado.
Juego Limpio termina siendo el retrato de una época no tan lejana, con una puesta en escena más bien fría y gris (tal como su relato lo exige), pero no deja expuestos más que ciertas reflexiones de una manera bastante subrayada. Son destacables las dos actuaciones femeninas, Judit Bárdos como Anna y Anna Geislerová en el papel de su madre.