Un antropófago del más allá.
Lamentablemente la cartelera argentina de los últimos años tiene el dudoso privilegio de acumular expectativas sobre realizaciones que a priori prometen una interrupción momentánea de ese fetiche centrado en estrenar los productos más anodinos del mercado internacional, circunstancia que de manera continua -luego de chequear el film en cuestión- nos reenvía al atolladero de siempre, el de las esperanzas hechas pedazos. Tomemos por ejemplo el caso de Juegos Demoníacos (Ghoul, 2015), una obra que auguraba cierto “exotismo” en función de su procedencia y el tópico a tratar: esta coproducción entre la República Checa y Ucrania pretende explotar un tema muy sensible para muchas regiones de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el canibalismo, pero cae en las mismas trivialidades que azotan a casi todo el terror sustentado en los engranajes del found footage.
Como suele ocurrir cuando se nos propone un escenario que no es Estados Unidos, una leyenda al inicio del metraje justifica el contexto vía el recuerdo del Holodomor, aquel genocidio por hambruna que padeció el pueblo ucraniano durante la década del 30 a manos de Iósif Stalin, como represalia a la resistencia que allí experimentó la colectivización desmedida de los recursos agrícolas. Pronto la interesante referencia queda en el olvido porque nos encontramos con otro grupito de documentalistas -que calcan a sus homólogos de la infinitamente superior El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999)- en plena “cacería” de testimonios sobre antropofagia en la zona, lo que deriva en la invocación accidental del espíritu de Andrei Chikatilo, el más famoso asesino en serie de la URSS y otrora protagonista de Ciudadano X (Citizen X, 1995) y Crímenes Ocultos (Child 44, 2015).
A diferencia de aquellas pequeñas maravillas, Juegos Demoníacos no demuestra el más mínimo interés en combinar el retrato de época (aunque sea en forma indirecta, a través de nuestro presente) y la dinámica del thriller (con la sequedad y la inflexión de los policiales hardcore). Desde ya que este viraje no constituiría un problema por sí mismo si no fuera por el detalle de que la propuesta tampoco cumple en lo que respecta a los dispositivos del horror de entorno cerrado, subgénero que la trama abraza explícitamente. La catarata de estereotipos, una vez que comienzan las posesiones entre los personajes, abarca sonidos extraños, comportamientos violentos, miembros del equipo que desaparecen, un poco de asedio nocturno, lugareños misteriosos, acciones que se borran de la mente y hasta un gato negro que va y viene a gusto, por supuesto asustando a los muchachos de manera metódica.
El segundo opus como realizador del checo Petr Jákl, un actor reconvertido en director, no aporta ni un gramo de originalidad a los mockumentary de terror, un cóctel estilístico que curiosamente había sido “rescatado” hace poco por M. Night Shyamalan en la corrosiva Los Huéspedes (The Visit, 2015). Considerando la pobreza de Juegos Demoníacos y de la andanada de exponentes similares del mainstream y/ o los márgenes independientes, nos vemos en la triste obligación de afirmar que la comedia del hindú fue una anomalía y que de hecho la industria cinematográfica contemporánea no sabe cómo usufructuar el catálogo de potencialidades que abre el horror en tanto lectura nihilista y lúdica del mundo. Los únicos instantes potables del film se acumulan en el segundo acto, cuando se construye un mínimo suspenso y los actores pueden hacer “algo” más allá de reírse o gritar de pánico…