George Dryer era uno de los mejores jugadores de fútbol del mundo allá lejos y hace tiempo, en 1996. Sus mayores logros y sus mejores partidos son compilados al inicio de la película, que retoma su historia a los 36 años, ya retirado, endeudado y con serios problemas para mantener el estilo de vida al que estaba acostumbrado. Esto se suma a los inconvenientes con su ex-mujer, sus intentos por continuar siendo un padre presente para su hijo y las ofertas laborales que escasean. Es tras una de esas discusiones con su otrora esposa que decide hacerse cargo del equipo de fútbol infantil de su hijo y transmitir a los chicos el amor que él continúa sintiendo por el deporte que le brindó una carrera.
De allí en más, la película entra en un declive absoluto en donde Gerard Butler se trasforma en el objeto sexual de deseo de cuanta madre insatisfecha lleva a su hijo a las prácticas deportivas. Incongruencias y ridiculeces varias, situaciones imposibles propias de un cine carente de ingenio. La frivolidad es la cualidad predominante en este grupo de padres (olvidables trabajos de Catherine Zeta-Jones, Uma Thurman, Dennis Quaid) que parecen más fanáticos y preocupados por el equipo infantil que sus propios hijos.