Julia y su hija llegan a una vieja casona de un pueblo de Córdoba. La casa está destruida, pero no tanto como ellas. La tragedia atraviesa la película de la joven directora cordobesa, que en su segundo filme indaga en los caminos de la angustia. Si algo tiene de positivo "Julia y el zorro" es que nunca se cuenta con pelos y señales cómo se generó la muerte del marido de Julia (Umbra Colombo) y papá de Emma (Victoria Castelo Arzubialde). Las dos están en medio de la tristeza y les cuesta atravesarla. Julia opta como salida algún momento de erotismo y placer, sea con un amigo conocido o una mujer desconocida; Emma se entretiene paseando a caballo y hasta intenta su debut sexual con un pibe que le regala la sonrisa que su mamá no le da. En medio de este vacío llega Gaspar (Pablo Limarzi), con la idea de proponerle a Julia un papel para una obra teatral que saldrá de gira por Colombia. El regreso a la actuación es una metáfora de su nueva realidad, porque ya no es quien era y tampoco tiene claro si le cae bien su personaje actual. La directora desvía un poco la atención al darle demasiado protagonismo al deseo sexual y le resta el peso específico al tema de fondo, que es el duro tránsito del duelo. El guiño poético y literario con aire de fábula permite, al menos, una lectura superadora.