Jugando en equipo
Y por milésima vez el mainstream se fagocita a sí mismo y para colmo no la mejor versión de su recurrente identidad pochoclera family friendly: Jumanji (1995) en su momento fue un producto de aventuras para niños más o menos potable y no mucho más, dominado por un Robin Williams mayormente contenido (lo que quiere decir, un tanto aburrido y cercano a esa depresión que siempre dejaba entrever cuando no le permitían hacer comedia improvisada) y una de las primeras andanadas de CGIs de los grandes estudios, previa a la saturación que traerían en un futuro muy próximo las pantallitas verdes y esos maniquíes digitales de seres vivos y aledaños (si bien el tiempo transcurrido ha desencadenado una mejora sustancial en los movimientos de los personajes, lamentablemente el grueso del diseño hollywoodense de rostros y cuerpos sigue siendo pésimo, símil cadáveres pálidos).
En vez de por lo menos robar un par de ideas de la interesante Zathura: Una Aventura Fuera de este Mundo (Zathura: A Space Adventure, 2005), aquella secuela conceptual de la Jumanji original, la película que nos ocupa, Jumanji: En la Selva (Jumanji: Welcome to the Jungle, 2017), pretende ser una continuación del opus de Joe Johnston, lo que en términos prácticos se siente más una “remake no oficial” que un nuevo capítulo en la franquicia basada en el trabajo literario de Chris Van Allsburg. Como era de esperar tratándose del cine actual, el asunto ahora está volcado más hacia la comedia simplona que a las andanzas heroicas, no obstante en esencia todo continúa en la misma senda con un puñado de jóvenes que abren el juego de mesa del título, lo que los lleva a una realidad paralela marcada por la lógica lúdica, allí encontrando asimismo a otro mocoso atrapado desde hace varias décadas.
Con el recordado Williams desaparecido, hoy los productores se buscaron a un cuarteto bien recargado para reemplazarlo: aquí tenemos a Dwayne Johnson y Kevin Hart por un lado, el dúo medio bobalicón se podría afirmar, y Jack Black y Karen Gillan por el otro lado, la dupla de actores en serio. La trama gira en torno a 4 adolescentes que terminan en la detención de un colegio por diferentes motivos y allí descubren el tablero reconvertido en videojuego, lo que hace que en la competencia adopten cada uno un avatar representado por los actores mencionados. Johnson continúa en modalidad autoparodia ya que interpreta a un nerd que le hace la tarea a Hart, en la realidad un negro grandote y en Jumanji un pobre diablo que le lleva las armas al ridículo fortachón. Black compone de manera perfecta a una burguesita malcriada/ egoísta y Gillan a una chica retraída e interés romántico de The Rock.
Considerando el pelotón de guionistas de turno -cuatro recibieron crédito formal, léase Chris McKenna, Erik Sommers, Scott Rosenberg y Jeff Pinkner- y el paparulo del director Jake Kasdan, aquel de las impresentables Nuestro Video Prohibido (Sex Tape, 2014) y Malas Enseñanzas (Bad Teacher, 2011), dos bodrios que sintetizan todo lo que está mal en el mainstream contemporáneo al momento de pretender encarar una comedia popular y terminar en la grasitud más cínica posible, a decir verdad la excesivamente larga Jumanji: En la Selva no llega a ser el desastre que prometía ser por la intervención de los cuatro protagonistas, cuyas simpatía y destreza -depende del caso- logran remontar una historia bastante remanida que inventa a un villano con muy poco desarrollo, Van Pelt (Bobby Cannavale), en función de la búsqueda de una gema que controla a los animales del juego y que sigue una dialéctica de lo más lineal, para nenes muy chiquitos. Algunas secuencias de acción son entretenidas y hasta un par de chistes despiertan sonrisas, pero la película jamás consigue despegar del todo de una medianía de pocas luces basada en un equipo eficiente…