Pétalos como lágrimas
El director catalán Jaume Collet-Serra es uno de los pocos artesanos que quedan trabajando en el mainstream norteamericano de hoy en día capaces de imponer marcas autorales en el reino de la uniformidad y la chatura mortuoria, basta con pensar en las dos maravillosas vertientes que ha ido tomando su carrera con los años, hablamos primero del terror potente y directo de La Casa de Cera (House of Wax, 2005), La Huérfana (Orphan, 2009) y Miedo Profundo (The Shallows, 2016), reinterpretaciones inteligentes del slasher, los alegorías de infiltración hogareña subrepticia y las faenas de tiburones asesinos, respectivamente, y en segunda instancia de los thrillers de acción y/ o misterio protagonizados por ese en verdad infatigable Liam Neeson, en sintonía con Desconocido (Unknown, 2011), Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014), Una Noche para Sobrevivir (Run All Night, 2015) y El Pasajero (The Commuter, 2018), todas pequeñas joyas que combinaron un pulso hitchcockiano para el suspenso, una estampa recia y veterana digna de Charles Bronson y la vertiginosidad que reclama el mercado actual en términos de pirotecnia narrativa escalonada. Ahora bien, el señor de vez en cuando toma el timón de algún trabajo por encargo que deriva en productos deslucidos u olvidables como las series de televisión El Río (The River, 2012) y Ensueño (Reverie, 2018) o la película Gol 2: Viviendo el Sueño (Goal II: Living the Dream, 2007), corolario de la superior ¡Gol! (Goal!, 2005), de Danny Cannon y Michael Winterbottom, panorama que por supuesto nos deja con Jungle Cruise (2021), una realización digna para el paupérrimo promedio del mainstream actual que está lejos de los declives cualitativos señalados aunque también de los mejores eslabones de la trayectoria anterior del cineasta.
La película que nos ocupa comparte con Tomorrowland (2015), de Brad Bird, La Mansión Embrujada (The Haunted Mansion, 2003), de Rob Minkoff, y Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl, 2003), de Gore Verbinski, el hecho de estar basada en una atracción o directamente en una de las subdivisiones -como en el caso de la faena de Bird- de los parques temáticos de The Walt Disney Company alrededor del mundo, siendo específicamente Jungle Cruise un paseo en barco simulado -rieles ocultos de por medio- ya clásico de Adventureland que hoy en día dice presente en los parques de California, Florida, Tokio y Hong Kong y que gira en torno a motivos farsescos del ecosistema sudamericano, africano y asiático con el objetivo de que los viajeros disfruten de animatronics con forma de animales, una réplica de una lancha a vapor, los típicos chistes del capitán/ guía turístico y un contexto símil explorador británico de la década del 30 del Siglo XX. El opus de Collet-Serra, si lo pensamos en términos narrativos, respeta el mismo tono liviano -mezcla de humor simplón, romance y leyendas ancestrales de civilizaciones perdidas- de otras odiseas saturadas de CGI como La Momia (The Mummy, 1999), de Stephen Sommers, y la ya nombrada Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra, eje a su vez de una retahíla de secuelas como la anterior, no obstante el catalán también retoma el dejo aventurero más de folletín literario clásico de la tetralogía de Steven Spielberg centrada en Indiana Jones (Harrison Ford), esa comenzada con la querida Los Cazadores del Arca Perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), todo un faro para aquellos que desean construir una epopeya apasionante y de cadencia muy retro.
En sí la adaptación encarada vía el guión de Michael Green, Glenn Ficarra y John Requa mueve la acción desde los años 30 a un 1916 que tiene por contexto general la Primera Guerra Mundial (1914-1918), aunque a decir verdad sólo para brindarnos al villano y su motivación, léase ese Príncipe Joachim (Jesse Plemons) que por un lado reemplaza a los otros germanos locos reglamentarios, los nazis de la saga del Doctor Jones, y por el otro lado viene a representar el egoísmo ciego del ser humano mediante su fetiche con encontrar un árbol mítico del Amazonas que le permita a Alemania ganar la conflagración global, Lágrimas de la Luna, supuesta maravilla de la flora brasileña/ peruana/ colombiana cuyos pétalos pueden curar cualquier enfermedad o herida y romper maldiciones de inmediato, planteo que nos reenvía a la versión hollywoodense de la expedición del Siglo XVI del conquistador español Lope de Aguirre en pos del árbol y a su casi muerte por el impiadoso accionar de la jungla, esa que de todos modos termina engullendo a los hombres a raíz de la maldición que les lanza un cacique por masacrar a los aborígenes después de que éstos salvasen la vida de los exploradores pero se negasen a revelar dónde están las Lágrimas de la Luna. Los outsiders occidentales que llegan al Amazonas son los hermanos Houghton, Lily (Emily Blunt), una botánica obsesionada con descubrir el árbol sirviéndose de una punta de flecha sagrada de los nativos que robó en Londres, y MacGregor (Jack Whitehall), un inglés muy esnob que fue condenado al ostracismo por ser gay en los ámbitos familiar y comunal, y el baqueano o lugareño experto -aunque también importado- es Frank Wolff (Dwayne Johnson alias The Rock), dueño de un barco que construyó él mismo, La Quila.
Green, conocido por Logan (2017), de James Mangold, Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve, y Asesinato en el Expreso de Oriente (Murder on the Orient Express, 2017), de Kenneth Branagh, y el equipo de Requa y Ficarra, aquellos genios de Un Santa no tan Santo (Bad Santa, 2003), Una Pareja Despareja (I Love You Phillip Morris, 2009) y Loco y Estúpido Amor (Crazy, Stupid, Love, 2011), ofrecen una historia muy entretenida aunque un poco extensa y trillada que, como decíamos previamente, recupera muchos de los latiguillos tanto de la fantasía aventurera para adolescentes y adultos como del cine más infantil o animado tradicional pero sin perder de vista al público en general, de allí algunos chascarrillos camuflados en torno al carácter afectado del villano y del homosexual, otros más explícitos sobre la idiosincrasia machona y controladora de Lily y unos cuantos más alrededor de la faceta autoparódica posmoderna de un Wolff que gusta contar chistes malos o sonsos, montar engaños/ estafas/ trucos con sus amigos indígenas y compartir tiempo con su insólita mascota, un jaguar hembra bautizado Próxima. En Jungle Cruise se nota mucho que Collet-Serra fue consciente del evidente cansancio de la vinculación en el mainstream contemporáneo entre por un lado Johnson, un “subgénero” del cine de acción en sí mismo a lo héroe musculoso ATP o un hipotético Arnold Schwarzenegger lavado de tanta sangre ochentosa, y por el otro lado una coyuntura selvática o paradisíaca o simplemente verde plástico repleta de CGI, esa que el señor ya exploró de sobra en Jumanji: El Siguiente Nivel (Jumanji: The Next Level, 2019), de Jake Kasdan, Jumanji: En la Selva (Jumanji: Welcome to the Jungle, 2017), también de Kasdan, Moana (2016), de Ron Clements y John Musker, y Viaje 2: La Isla Misteriosa (Journey 2: The Mysterious Island, 2012), de Brad Peyton, secuela a su vez de Viaje al Centro de la Tierra (Journey to the Center of the Earth, 2008), de Eric Brevig, es por ello que el autor catalán apuesta todas sus fichas a la dinámica entre la esplendorosa Blunt, una británica que rema cualquier película, y ese tremendo Dwayne que cuando le dan material potable en serio con el que trabajar afloja un poco con la pose baladí/ canchera como en la muy interesante Luchando con mi Familia (Fighting with My Family, 2019), de Stephen Merchant. De hecho, es la buena dinámica actoral entre ambos la que sostiene en gran medida la faena, amén del correcto trabajo adicional de Whitehall y Plemons y de la participación de Paul Giamatti como un oligarca naviero del Amazonas, Nilo, de Veronica Falcón como la improbable cacique de una tribu local, Sam, y de Edgar Ramírez como un Aguirre zombie y adepto a las serpientes que vuelve a la vida por obra y gracia del Príncipe Joachim, aristócrata que logra la proeza de meter un submarino en el laberíntico río de América del Sur. Si bien decae un poco llegado el desenlace y no cuenta ni con un gramo de originalidad, Jungle Cruise responde a un imperialismo new age de apropiación cultural respetuosa y ofrece un recorrido fluvial bastante ameno que incluye mafias capitalistas portuarias, pícaros con más vidas que cabellos, misiones en apariencia imposibles, aventuras siempre exóticas, occidentales ridiculizados en espiral, destrucción a toda pompa, encantamientos espantosos, aguas de la muerte, absurdos, venganzas de larga data, algo de antropología para las masas, un entrañable homenaje al cine mudo, misterios que se resuelven a último momento, compañerismo porfiado, artificialidad de maqueta brillante y millonaria, corazones tendientes a ablandarse e identidades mutables al ritmo de este periplo, tan descartable como simpático, en pos de reformular el mito del Árbol de la Vida, esquema simbólico repetido a lo largo de muchas civilizaciones de todo el planeta…