Al ver el póster de la nueva película del director Anders Thomas Jensen uno podría imaginar que nos encontraríamos con una de acción de esas que en Hollywood serían protagonizadas probablemente por Liam Neeson. Sin embargo, Justicieros es mucho más que eso: es una licuadora de géneros que se entrelazan muy bien para así contar una historia simple de la manera más sorprendente, divertida, incómoda y tierna al mismo tiempo.
La premisa detrás de esta película es simple: la vida está formada de hechos que a veces están encadenados entre sí. Todo lo que sucede, sucede porque antes sucedió otra cosa y así, como una mamushka. Al menos eso creen un grupo de marginados fanáticos de las estadísticas.
El robo de una bicicleta hace que madre e hija terminen optando por el auto que, después de recibir la noticia de que su marido soldado no volverá a casa por unos meses más, al no arrancar las lleva a tomarse un tren. Otra formación choca contra aquella, después de que uno de los del grupo mencionado en el párrafo anterior le cediera amablemente el asiento a la mujer que pierde la vida en ese ¿accidente?
La trama comienza a abrirse como un abanico: por un lado tenemos a la hija que se queda sin madre, una adolescente que necesita algo más que la presencia de su padre, un hombre parco y temperamental con el que no se entiende, para superar el difícil momento; por el otro, un sobreviviente del choque que siente que hubo algo raro, quizás premeditado, y decide unirse junto a un par de amigos al viudo convenciéndolo de que detrás de ese hecho fortuito hay una organización culpable.
A partir de allí es que el director y guionista (tras una idea de Nikolaj Arcel) va desarrollando a sus personajes, un grupo de personas rotas que se unen por eso que tienen en común, a través de situaciones que van desde la más extraña cotidianeidad hasta la espectacular violencia. Justicieros tiene algo de acción, algo de thriller, algo de drama, algo de comedia familiar, algo de enredos, y todo con un tono de incorrección política que a veces genera momentos tan divertidos y tiernos como incómodos y sorpresivos. Un combo explosivo que funciona como un reloj.
Si bien el rostro principal es el del ya reconocidísimo Mads Mikkelsen (actor de una versatilidad y crecimiento imparables y frecuente colaborador del realizador), lo acompañan todo un grupo de intérpretes mayormente masculinos a los que cada uno entabla con mucha sensibilidad y naturalidad y generando entre ellos una innegable química. Un grupo de personajes que sí, están rotos, pero también aprendieron a vivir y sobrevivir con esa rotura. A encontrar un poco de calidez hogareña en medio de un escenario tan frío.
Estamos ante una película muy prolija desde lo técnico y muy interesante desde lo narrativo. De esas experiencias que el cine ofrece quizás con menos frecuencia en estos tiempos, viscerales y extrañas y al mismo tiempo tan fácil de conectar con ella desde lo emocional. No hay miedo ni un lugar seguro para tratar temas complejos como lo son el abuso, los traumas, las discapacidades; hay un uso brillante del humor negro. Sin dudas es la primera gran sorpresa del año.
Una película que nunca decae y en la que suceden un montón de cosas con el fin de que nos preguntemos: ¿Existen las casualidades o es posible que todo tenga que ver con todo siempre? ¿No será que acaso todo lo que nos rodea es simple caos?