Un mundo propio
El nuevo largometraje de Saula Benavente, producida por El Borde - la productora que fundó con Albertina Carri - se estrena por Cine.Ar. Siguiendo el esquema clásico del road movie donde la protagonista viaja lejos para encontrarse mejor con ella misma, Karakol (2020) constituye una interesante propuesta sobre la construcción de la identidad, aunque se extravía un poco entre sus distintos caminos.
Clara (Agustina Muñoz) acaba de perder a su padre. Su familia, muy unida, inicia el laborioso y largo proceso de duelo. Un día, inspeccionando las cosas dejadas por su padre, Clara piensa descubrir un secreto: pasaportes, algunos billetes extranjeros, unas cartas. ¿Una vida paralela? Esto es lo que quiere descubrir cuando toma la decisión de ir hasta el lago Karakol, del otro lado del mundo, en Tadzhikistán.
En esta familia de la alta sociedad, que parece regida por deberes y obligaciones sociales que no dejan mucho lugar a las identidades propias, este hallazgo va a constituir para Clara una salida. Bajo la excusa de un viaje entre amigas a Turquía (del cual se escapará), se va. Hermética para su entorno, la protagonista lo es también para el/la espectador/a, lo cual se puede volver problemático a la hora de identificarse con la protagonista. Además, su pertenencia a cierta clase social refuerza ese sentimiento de distancia y la difícil comprensión de sus decisiones y acciones.
El carácter elíptico de la película también es quizás responsable de esta lejanía con la intriga: unos personajes entran y salen sin que sepamos bien por qué, como la tía de la protagonista (Soledad Silveyra), que se va del escenario tal como apareció. A la vez, la multitud de estos papeles secundarios demuestran las infinitas maneras de relacionarse con la muerte. Por caso, el personaje de Matias (Santiago Fondevilla, excelente), que llega de manera abrupta en la intriga, da un giro a la película y será clave en la exploración y travesía de la identidad de nuestra protagonista.
La película podría verse entonces como un cuento de hadas donde la heroína, después de un largo camino - verdadero rito de aprendizaje - vuelve transformada a su casa y lista para enfrentarse con la vida.
A pesar de un guión desigual, lo destacable de Karakol es la reflexión que insinúa en cada espectador/a sobre el sentido la muerte de un ser querido para los y las que quedan. Poco a poco, más allá de la posibilidad de una vida secreta de su padre, es en realidad su propia vida lo que Clara va a intentar construir: en la inmensidad del desierto donde aterrizó, árido y sublime, se tiene que enfrentar a ella misma.