Karnawal

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

TACONES CANSADOS

El Cabra es un adolescente hosco y callado, impenetrable para los que lo rodean, con una mirada tan intensa y desafiante que parece salvaje. Ni su madre ni su nueva pareja parecen capaces de comunicarse con él. Lo único que lo apasiona, aquello con lo que da tregua a su relación tensa con el mundo, es el malambo. Tal es su pasión que, al principio de la película, acepta un trabajo que consiste en pasar un paquete a través de la frontera, con el objetivo de comprarse unas botas para bailar. Una tarea peligrosa que lleva a cabo sin demasiada dificultad, ayudado por un par de golpes de suerte, pero que más adelante va a complicar bastante las cosas para todos.

Karnawal es el debut en la ficción de Juan Pablo Félix, cineasta argentino con trayectoria en el documental (algo de ese registro puede verse en la manera en que la cámara registra el carnaval y los ensayos de malambo), que aquí se hace cargo de una coproducción entre Argentina, Chile, Bolivia, Brasil y Noruega. La mención a la suma de países no es gratuita, porque esa mixtura puede verse no solo en el elenco, sino también en el modo en que se relacionan las distintas culturas dentro del relato, con los desplazamientos geográficos y las tensiones sociales (por ejemplo, entre las mujeres bolivianas y los gendarmes argentinos). En esa ambición por abarcar temas y comentarios la película encuentra su primer obstáculo, porque deja de lado lo que suponemos es su interés principal (el drama familiar, o acaso el malambo), y comienza a transitar un camino derivativo entre el policial y la épica musical, que se parece mucho a la deportiva.

Hay dos cuestiones centrales en Karnawal, que también son las más atractivas. Por un lado está el retrato de esa familia constantemente en crisis: Rosario, la madre del Cabra (Mónica Lairana), una mujer cansada que se debate entre su pasado y su presente; el padre, un ladrón conocido como El Corto (el chileno Alfredo Castro), que no parece muy interesado en permanecer lejos de la cárcel; Eusebio (Diego Cremonesi), el novio actual de Rosario, un gendarme que se preocupa por el Cabra y su madre, aunque las decisiones de ambos se lo llevan puesto, y en el medio de todo eso el propio Cabra (el campeón de malambo Martín Lacci, que debuta en la actuación), tironeado y aplastado por todo su entorno. Son todos personajes complejos, con matices ideales para ser explotados en sus interacciones, y encarnados por intérpretes a la altura (aunque Lacci pueda flaquear cuando dice sus líneas, se impone desde lo físico), pero la película los ubica en una trama indecisa, que funciona en varios pasajes pero en otros se queda sin saber muy bien qué hacer.

La otra cuestión es, por supuesto, el malambo. Cuando la cámara encuadra el cuerpo del Cabra en movimiento, privilegiando los planos largos por sobre la superposición de cortes, Karnawal tiene fuerza y emoción. Lo mismo sucede con las escenas del carnaval, en donde lo musical y lo familiar entran en comunión y todo fluye con naturalidad. Pero por alguna razón, que podemos identificar con la ambición antes mencionada de sumar registros y comentario social, o con esa fuerza centrífuga que arrastra buena parte del cine nacional al terreno del thriller o del policial, el malambo nunca logra imponerse. Ni su épica ni su mundo se asoman más que tímidamente. La frase que el profesor les repite a sus alumnos en cada ensayo bien puede aplicarse a los resultados de Karnawal. Está bien, pero “le falta energía”.