Atrofia estilística.
Una película tan insípida como Khumba (2013) nos posiciona inmediatamente en una paradoja: si bien deseamos el florecimiento de una industria alternativa a Hollywood en lo que respecta a la “animación para las masas”, no podemos desconocer la pobreza intrínseca de los productos destinados a los pequeños que salen del “contorno marginal” al que pertenecemos. Por más que adoptemos una actitud tolerante orientada a dejar de lado las exigencias cualitativas y abrazar obras provenientes de cualquier punto de los “suburbios” del gigante norteamericano, lamentablemente la realidad cinematográfica en cuestión está volcada hacia la mediocridad: las opciones periféricas no suelen ser muy gratificantes.
Y en ello hay una culpa compartida que se viene arrastrando desde hace mucho tiempo y que queda plasmada en cada nuevo exponente que enarbolando la bandera de “la humildad y el sacrificio” pretende una mínima porción de un mercado nativo o global monopolizado por los grandes estudios. El eje de esta dialéctica doble pasa por los responsables perimetrales y su obsesión con copiar -aunque casi nunca superar- los films más exitosos estadounidenses del rubro. De este modo nos atormentan con duplicados atrofiados de originales más o menos interesantes, que para colmo en ocasiones parecen elegidos al azar como si se tratase de una pócima bizarra guiada más por la intuición que por el intelecto.
En lugar de construir una identidad propia a partir del catálogo de recursos autóctonos disponibles, se procura reciclar fórmulas foráneas en pos de la imitación de un esquema estilístico/ productivo que resulta inalcanzable de plano. Hoy hablamos de una realización que combina aquella premisa básica de Happy Feet (2006), un entorno trágico símil El Rey León (The Lion King, 1994) y un arsenal de detalles cómicos vinculados a Madagascar (2005). Esta propuesta sudafricana está plagada de buenas intenciones y hasta consigue apuntalar un ritmo narrativo estable, no obstante la falta de ideas novedosas y el carácter derivativo del proyecto en general hacen recordar -precisamente- lo peor de Hollywood.
Si por un lado el presupuesto exiguo permitió una animación correcta sustentada en una gran distancia entre personajes y fondos, que por cierto enriquece al convite en cuanto al visionado en 3D y la estructura de los animales más cercanos a la caricatura, por el otro le juega sumamente en contra al momento de las escenas de acción y en especial en lo referido al diseño del villano principal, un leopardo llamado Phango e interpretado por un Liam Neeson que sigue acumulando capitales para su caja jubilatoria. La verdad es que llegando el desenlace poco nos importa que el protagonista sea una cebra que nace sin rayas en su retaguardia, ya que este “cuento del marginado” sabe a turismo tibio e insustancial…