Escafandras y narcos
Aunque en términos prácticos los comics están muertos desde hace más de tres décadas, las adaptaciones cinematográficas gozan de buena salud y son muy redituables en taquilla. Precisamente debido a la enorme popularidad de antaño, gran parte del público conoce a muchos personajes míticos del ámbito sin nunca haber leído ni siquiera un ejemplar (los componentes anacrónicos de las obras no descalifican la mirada cariñosa que despiertan la estética, algunos rasgos de la ideología y en especial los diversos íconos de las historietas).
La poco imaginativa Kick-Ass (2010) reúne un par de factores que ilustran lo anterior y de paso confirman el estancamiento de la comedia mainstream: se basa en un comic reciente de Mark Millar y John Romita que a su vez parodiaba ciertos motivos clásicos del género, sobre todo la ausencia de “súper poderes” en algunos vigilantes antológicos como el Batman de Bob Kane y Bill Finger. Aquí la industria desperdicia la oportunidad de meditar acerca de la cultura urbana estadounidense y en cambio entrega otro pastiche mal digerido.
Ya lo vimos mil veces: un adolescente burgués se aburre en su cómoda casita porque no tiene ni una sola actividad extracurricular (sus amigos no pasan de dos, a la salida del colegio siempre le roban el dinero y lo peor es que todavía no tuvo sexo). Imitando a sus ídolos gráficos decide calzarse una escafandra verde y empezar a patrullar las calles, sin el entrenamiento necesario o una mínima causa por la que luchar. Si no fuera por estos detalles estaríamos ante un nuevo bodrio sólo apto para los diletantes del onanismo eterno.
Así es como nuestro protagonista Dave Lizewski (Aaron Johnson) pronto se hace conocido bajo el seudónimo de Kick-Ass y en una noche agitada se topa con Big Daddy (Nicolas Cage) y su pequeña pero aguerrida hija Hit-Girl (Chloe Moretz). El guión se pasea por un montón de estereotipos del cine “políticamente incorrecto” sin brillar en ninguno y para colmo no se decide cuál dirección profundizar, si la senda del superhéroe malogrado o el retrato de sus enemigos, con el cruel traficante Frank D''Amico (Mark Strong) a la cabeza.
El tono jamás llega a la comedia negra sino que más bien se queda en una sátira bastante deslucida, de esas que pretenden “impactar” con una violencia hoy vetusta y la infaltable colección de insultos. El panorama se aclara cuando nos percatamos que el realizador no es otro que el inglés Matthew Vaughn, responsable de la desastrosa Stardust (2007). Aquí demuestra una vez más que le cuesta muchísimo trabajar los aspectos formales y/o estructurar una narración sólida sin el recurso de las citas múltiples o el robo liso y llano.
Si además sumamos que la música y la edición son increíblemente desprolijas, el margen de placer cinéfilo se reduce aún más. A pesar de ello y en función de la incompetencia del esposo de Claudia Schiffer y el equipo creativo en general, un elenco librado a su suerte constituye lo mejor de la película: Cage continúa tan enajenado como siempre, Strong le esquiva a la repetición, Johnson hace querible a Kick-Ass y Moretz termina llevándose las palmas. Torpezas aparte, el film se mueve en una medianía de la que nunca consigue salir.