El hombre es el monstruo
Mucha agua pasó bajo el puente desde la primera aparición en 1933 del rey de los simios, aun así Hollywood sigue retomando el personaje por la sencilla razón de que está enraizado en la memoria popular. Kong: La Isla Calavera funciona como una coctelera clasicista y amable que mezcla todo lo hecho en el pasado sin engolosinarse con los CGI…
Si tenemos presente que la última encarnación a la fecha del gorila gigante más famoso del cine había sido en el esperpento de 2005 de Peter Jackson, un bodrio atiborrado de CGI que pretendía “volver a los orígenes” y terminaba aburriendo con su torpeza, bien podemos afirmar que Kong: La Isla Calavera (Kong: Skull Island, 2017) es un regreso relativamente potable al terreno de las aventuras más tradicionales del séptimo arte. La realización no consigue deslumbrar desde ningún punto de vista pero cuenta con una capacidad -vinculada a la sabiduría del narrador- que hoy no suele ser común en el mainstream: hablamos de la destreza de ofrecer lo justo y necesario en todos los apartados para construir un blockbuster predecible a la vieja usanza, sin la preeminencia contemporánea de la fastuosidad y el humor hueco por sobre el corazón, el ímpetu y el compromiso ideológico de los personajes.
Una vez más nos topamos con una expedición a la isla del título que sale muy mal, aunque en este caso todo transcurre en 1973 y los humanos egoístas de turno se tropiezan primero con Kong y luego con la tribu local, lo que deriva en una masacre debido a que los bobos arrojan cargas explosivas sobre la superficie que enfadan al monito. Los sobrevivientes quedan separados en dos grupos: el primero, guiado por el ex Capitán James Conrad (Tom Hiddleston), se dirige hacia el “punto de extracción” en el norte de la isla, y el segundo, comandado por el Teniente Coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson), pretende rescatar a un soldado solitario y hacerse de armas para matar a Kong. El planteo del film es clasicista porque si bien el reencuentro de los protagonistas se da muy entrado el metraje, el derrotero a través de la jungla permite diferenciarlos y establecer un contraste entre ambos.
Dicho de otro modo, la trama opone el belicismo automatizado y demente de Packard al pragmatismo del antihéroe que interpreta Hiddleston, a lo que se suma Mason Weaver (Brie Larson), una fotógrafa de izquierda, y un número generoso de secundarios entre cómicos y parcos. El realizador Jordan Vogt-Roberts nunca se engolosina del todo con la fanfarria digital ya que prefiere dosificarla con cuentagotas mediante distintos enfrentamientos entre los humanos y las criaturas de la isla hasta llegar al inefable combate de Kong contra esa alimaña colosal que siempre aparece en el desenlace. A pesar de que todo el elenco está bastante bien y los personajes son simples pero coherentes, indudablemente el que se roba la película es John C. Reilly, quien compone a un pobre piloto que en el prólogo -durante la Segunda Guerra Mundial- se estrella con su avión en la isla a la par de un enemigo japonés.
Más allá del hecho innegable de que la historia no aporta ni un gramo de originalidad al canon alrededor del rey de los simios, el tono jovial y sincero de la epopeya le juega a favor porque permite que algunos latiguillos olvidados del cine de acción de los 80 -y hasta de la versión de 1976 y su secuela de 1986- se cuelen en esta fábula certera acerca de la fuerza irrefrenable de la naturaleza y cómo ésta se acomoda frente a los atropellos, las invasiones y las estupideces de los hombres, quienes siempre terminan demostrando que son los únicos monstruos a temer en este planeta. Vogt-Roberts cae en todos los clichés del período en cuestión y la Guerra de Vietnam en general, no obstante lo compensa con un diseño de Kong bastante modesto y un devenir que restituye ese cariño distante tan característico del gorila, cristalización de una divinidad natural que protege… y castiga cuando corresponde.