Una joyita medieval
La nueva película de animación del estudio Laika plantea una historia de superación, con clima de época.
Allá por 2009, con el estreno de Coraline y la puerta secreta, el mundo de la animación recibía con los brazos abiertos el nacimiento de un nuevo estudio llamado Laika. La película sorprendió por el sobresaliente uso del la técnica stop motion, cuya maestría se le atribuyó por entonces al director Henry Selick, responsable también del clásico El extraño mundo de Jack.
Unos años después de Coraline..., Laika lanzó ParaNorman y después Los Boxtrolls, sin relación alguna con Selick, pero manteniendo la pericia en la técnica. Ahora, con el estreno de la deslumbrante Kubo y la búsqueda del Samurái, el estudio creado por uno de los fundadores de Nike parece estar listo para hacerle frente a la hegemonía de Pixar.
En el Japón medieval, Kubo vive escondido en una cueva con su mamá, quien está perdiendo la memoria y sobreprotege al chico desde que él perdió un ojo. Kubo baja todos los días a un pueblito de pescadores y, armado con un shamisen (una especie de guitarra japonesa) y un par de hojas de papel, cautiva a los vecinos con historias en origami sobre las batallas de su papá samurái. El director debutante y CEO de Laika, Travis Knight, aprovecha todo ese universo como una gran alegoría del estado actual de la animación y del lugar que ocupa su compañía en el mundo del cine.
El cineasta mezcla el tono iniciático del universo de Harry Potter con el occidentalizado Akira Kurosawa que inspiró Star Wars para narrar la gran aventura de Kubo: el chico tiene que escapar de sus tías gemelas que, en nombre de su abuelo, quieren arrancarle al niño su otro ojo. Kubo sale entonces en busca del legado de su padre, una armadura mágica que puede protegerlo de su abuelo, y en el camino encuentra una impensada compañía en una mona con pocas pulgas (Charlize Theron) y un tarambana escarabajo samurái (Mathew McConaughey).
La pelea que Laika puede darle a Pixar gracias a Kubo y la búsqueda del Samurái no tiene que ver con una historia universal a la manera de la saga Toy Story ni mucho menos. Por el contrario, sus virtudes son enaltecer la singularidad de una historia con un final abierto impensado en una película para chicos y la particularidad estética al conjugar la tradicional animación de objetos con el diseño más moderno de las imágenes generadas por computadora.