Tiempo de conocer al enemigo.
Desde el vamos La Acusación (Court, 2014), una verdadera sorpresa proveniente de la India, se aleja de los rasgos estrambóticos de Bollywood y opta en cambio por el marco de referencias del cine arty festivalero, con vistas a ganar el favor y las recompensas del mercado occidental: en vez de la combinación de géneros con eje en el melodrama rosa, encontramos una propuesta contemplativa que pretende desmenuzar la pesadilla burocrática, la ceguera y el ensañamiento -por puro capricho- de determinados estados del Tercer Mundo contra los ciudadanos más indefensos, una contraposición abierta con respecto a la impunidad y la enorme estupidez de las cúpulas gobernantes y sus acólitos en los sectores acomodados. Utilizando tanto la parodia como la estructura de los courtroom dramas norteamericanos, la ópera prima de Chaitanya Tamhane dispara munición gruesa sin que le tiemblen las manos.
La premisa detrás de la trama es muy sencilla y se centra en el arresto de Narayan Kamble (Vira Sathidar), una suerte de cantante callejero de protesta, bajo el cargo de incitación al suicidio, derivado de la muerte de un trabajador que supuestamente escuchó una canción del señor sobre el tópico en cuestión, en una de sus actuaciones públicas. La película adopta al minimalismo en la puesta en escena como patrón estilístico y de a poco construye un verosímil sardónico y de carácter naturalista, motivado por el “cul-de-sac” al que arriban los prototipos del poder judicial: más allá del martirio del acusado, al realizador y guionista le interesa analizar la vida privada del abogado defensor, la fiscal y el juez, circunstancia que viabiliza una constante oposición entre la mundanidad hogareña y la redundancia/ los tecnicismos de estos profesionales mediocres que gozan con el “ejercicio” de la autoridad.
Si bien en ningún momento pierde fuerza la presencia de los cuestionamientos para con los límites específicos de la libertad de expresión en la India democrática de nuestros días, el film se hace un festín en lo que atañe al círculo vicioso kafkiano de una administración sorda y alienada que sólo reconoce sus reglas, siempre incapaz de interpelar al otro desde la lucidez compartida o las características más asequibles del sentido común. La falta de evidencias en la causa contra Kamble, la torpeza en la exposición de los argumentos y la ridiculez de la persecución ideológica tras un anciano que no representa peligro alguno para el monstruo estatal, son las postas en el camino que propone el opus de Tamhane, a su vez sostenido en la austeridad expresiva del elenco y en esas ironías belicosas que surgen intermitentemente a lo largo del metraje, recalcando la futilidad del proceso en su conjunto.
En el devenir concreto quedan equiparadas la intolerancia y trivialidad de la fiscal (ejemplo del populacho conservador), el conformismo y la autoindulgencia del abogado defensor (representante de la clase media que la va de progresista) y la hipocresía e incultura del juez (testaferro de una dirigencia egoísta y enajenada). Aquí también se critica implícitamente al artista, quien parece condenado a repetir en un loop eterno las mismas diatribas sin jamás adaptarlas a un contexto en incesante cambio. Así como los enclaves del poder pretenden mantener su hegemonía mediante el congelamiento de la sociedad y el silencio de las voces opositoras, la realización nos invita a “conocer” a nuestros enemigos con el objetivo de combatirlos y/ o reducir su margen de influencia en la praxis cotidiana (hablamos -sobre todo- de la xenofobia, la exclusión, la intransigencia y el sistema de castas del hinduismo).
A pesar de sus grandes aciertos, La Acusación no llega a la perfección por una primera mitad a la que le cuesta arrancar en función de algunas escenas inconducentes que alargan más de lo debido el desarrollo de personajes, generando involuntariamente unos pequeños baches en la historia; luego por suerte los deslices son compensados con creces por una segunda parte mucho más dinámica y puntiaguda. A través de una serie de coloridas viñetas alrededor de los estratos más bajos del circo judicial, ese que trata decenas de casos por jornada, Tamhane pinta de pies a cabeza la violencia y el absurdo que enmarcan el día a día de la corte y del “derecho mancomunado” en su versión autoritaria, como si la única respuesta frente al activismo político fuese la proscripción o su triste correlato, la cárcel. La justicia y otras tantas nociones se van por el drenaje cuando el grotesco pasa al primer plano social…