Seguramente hubo un momento en que Clara soñó con vivir dibujando y lograr ser reconocida por eso. Hoy, recibiendo un importante premio de ilustración de carácter internacional y con un contrato con una famosa editorial más la posibilidad de ser parte de la feria más importante del mundo para la literatura infantil, se siente casi como si se ahogara.
No ayuda que la gente de la editorial le indique cambios que no entiende para su futuro libro o que con sus hijos apenas logre entenderse. Así que junto a su marido, que siempre está dispuesto a apoyarla, se muda a una casa de campo en el pueblo donde pasó su infancia.
Es allí donde de a poco y lentamente ella logra conectarse con la parte de sí que tenía un poco olvidada. Dibujar por placer. Dibujar lo que quiera. Pero esto no aparece de la nada y porque sí, más allá de que la idea de mudarse surge como una necesidad de ella de poder relajarse. Ahí hay un fuerte encuentro con su pasado, con quién era y a quién amó.
Y, pronto, con su futuro. En la nueva película que escribe y dirige Natalia Smirnoff, Clara comienza su viaje personal a través del reencuentro con una familia que quiso mucho y de la cual se sintió parte. Un amor del pasado, un viejo amigo y una señora que la quería como a una hija. Una reconexión necesaria con una misma.
¿Se puede tenerlo todo y sentirse insatisfecha?
Sí, porque una pierde lo esencial de vista. A través de la idea de visitar un comedor infantil de la iglesia donde trabaja un viejo amigo, Clara, primero asustada e incapaz de relacionarse con ellos, hasta que de a poco, a través de una mirada cómplice o una sonrisa encuentra otra vez al dibujo como el gran motor, ya no sólo para ella, sino para ellos.
Paola Barrientos lleva adelante la película y es capaz de interpretar a su Clara a través de un registro sutil, un rostro cansado y con ojeras en la primera parte, más relajada cuando logra volver a confiar en sí misma y en lo que hace. La acompaña un elenco no menos sólido, con Diego Cremonesi como el interés amoroso del pasado que regresa y con quien se permite el juego de la seducción, y Marcelo Subiotto como su marido y al mismo tiempo representante, capaz de estar siempre para ella pero a veces incapaz de comprender sus verdaderas necesidades.
Volver a ser quién éramos, niños o adolescentes, o jóvenes, o un poco de todas esas personas con la sabiduría que se consigue al haber vivido. No dejarse atrapar, no quedarse encerrada, no poner una misma esa llave desde adentro.
“La afinadora de árboles” es una película que en lo simple de su narración consigue profundizar a través de lo complejo que puede ser el universo femenino y lo hace de una manera tan bella como los dibujos (realizados por la ilustradora Yael Frankel) y la animación con la que se permite jugar en ciertos pasajes.
Estamos ante algo más que el retrato de una mujer en crisis consigo misma porque sobre todo demuestra que para poder encontrarse primero hay que perderse, y también lo importante que puede ser una salida artística para la vida.