El precio de una rosa
Por supuesto que de todas las versiones cinematográficas de La Bella y la Bestia la mejor sigue siendo la extraordinaria traslación de 1946 de Jean Cocteau, no obstante la presente supera a sus orígenes de primera mano, la propuesta animada de 1991 y el musical de 1994, logrando una experiencia en live action tan exitosa a nivel técnico como actoral…
Ante una película de las características de La Bella y la Bestia (Beauty and the Beast, 2017) conviene en primera instancia separar el material de base con respecto a la ejecución concreta -léase la puesta en escena y la estructuración visual general- del equipo creativo encabezado por el director Bill Condon: teniendo en cuenta que el film que nos ocupa está inspirado tanto en la obra animada de 1991 como en el musical de 1994 de Alan Menken, Howard Ashman, Tim Rice y Linda Woolverton, ambos pertenecientes al emporio Walt Disney y claros ejemplos de la estrategia de la empresa en pos de pasteurizar cuanto relato esté dando vueltas en el acervo cultural occidental masivo, a decir verdad el desempeño de Condon resulta bastante digno ya que consigue compensar la pobreza total de las canciones con un esplendoroso abanico de colores oscuros y un elenco con gran talento para el canto.
La primera sorpresa viene por el lado de Emma Watson (Bella), de la que nadie esperaba mucho porque a priori no parecía contar con el porte o el carisma que requiere el personaje, no obstante la chica aquí profundiza el crecimiento actoral visto en Regression (2015) y Colonia Dignidad (2015) y cumple tanto a nivel vocal como al momento de transmitir emociones a través de la mirada, los gestos o una simple sonrisa. La contraparte que le eligieron, Dan Stevens (Bestia), está asimismo bastante bien y los CGI sobre su rostro se ubican en la frontera entre lo humano y la exaltación digital. Contra todo pronóstico, los sirvientes del muchacho peludo, convertidos en piezas del mobiliario y semejantes, corren con la misma suerte y ninguno cae en esa típica exageración facial símil caricatura, un esquema que no cuadra con las adaptaciones en live action de opus animados en general.
Ahora bien, ya elogiado el trabajo de Condon y compañía, debemos aclarar que la mejor traslación a la pantalla del cuento de hadas de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve continúa siendo la de 1946 de Jean Cocteau, una maravilla del surrealismo que le sacó todo el partido posible a esta fábula acerca del sacrificio, el amor genuino y su sustento en la belleza y coherencia internas por sobre la fachada social (además sigue demostrando que una máscara eficaz para la Bestia jamás será superada por los CGI, incluidos por supuesto los presentes). Los testaferros de la Disney, en su momento y fiel a su estilo, conservaron apenas el armazón más macro de la trama y volcaron a los protagonistas hacia los confines de una simpleza lavada que dejó de lado a varios personajes, evitó detalles escabrosos y sin dudas apostó por un melodrama mucho más tradicional y sin mayor complejidad retórica.
Como señalábamos anteriormente, por suerte la riqueza de los rubros técnicos y el encanto de los actores son dos factores que levantan a la propuesta hasta hacerla disfrutable gracias a un fulgor ameno que combina simpatía, prolijidad y algún que otro instante de lograda comicidad. El precio a pagar por una rosa arrancada en el jardín equivocado, circunstancia que lleva a Maurice (Kevin Kline) a “entregar” a su hija Bella a la Bestia, vuelve a ser la excusa para pasearnos por los misterios en torno a la afinidad -o la ausencia de ella- entre los seres humanos, una historia que busca la magia en los márgenes de la sociedad debido a que las comunidades, por más pequeñas que sean, suelen estar más cerca de la violencia, el odio y la falta de respeto que de la piedad, el bien común y la apertura moral progresiva, ese entendimiento que debería primar ante los escollos de un conservadurismo insoportable. Condon construye una obra hermosa a partir de productos castrados de Disney y de esta manera -involuntariamente- termina siendo más devoto al espíritu original de Villeneuve…