A diferencia de la excelente propuesta que planteó Disney para El Libro de la Selva (2016), ganadora a mejores efectos visuales en la última edición de los premios Oscar, La Bella y la Bestia es, desde el vamos, una película que no cubre las altas expectativas generadas. El film dirigido por Bill Condon no toma ningún tipo de riesgos y no aporta nada nuevo -bueno- a la historia basada en el cuento de hadas de la escritora francesa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.
Más allá de las excelentes escenografías y prendas de vestuario –cosas en las que Disney parece imbatible y difícil de superar-, la nueva adaptación de “live-action” se queda a mitad de camino y no logra romper ni despegarse del encanto del film original de 1991, uno de los clásicos del cine de animación de todos los tiempos.
La Bella y la Bestia es una más de las tantas nuevas películas que se suman a la tendencia -empecinada y sin sentido- que tienen desde hace años en la industria cinematográfica por desempolvar y volver a recurrir, a falta de ideas nuevas, a historias ya conocidas, probadas, y con poco margen de error.
Si bien está dirigida hacia un público infantil, el principal problema que presenta la trama es la deficiente y poco creíble construcción que realiza Condon sobre la historia de amor. De un momento para otro, y sin que nadie se dé cuenta, Bella (Emma Watson) se enamora del personaje de la Bestia (Dan Stevens) -una mezcla de Krampus y Chewbacca, pero con la voz de Darth Vader- y no se sabe ni el cómo ni el por qué.
Esa falla en la construcción de la historia de amor sucede, en gran parte, por la falta de química entre Watson y Stevens, la cual traspasa la pantalla desde el comienzo. Ambos protagonistas comparten pocos momentos juntos y se nota que no hay de conexión.
Sin embargo, no todo es negativo en esta historia de magia y fantasía. El poco feeling entre los dos actores principales no es del todo contraproducente para la película porque permite que se destaque y brille su villano, Gastón (Luke Evans). El trabajo realizado por el británico, quien compone un personaje divertido y creíble – en otras palabras, un chanta- nivela para arriba al film.
La relación de Gastón con su fiel compañero Lefou (Josh Gad), quien está enamorado en secreto del excéntrico y fortachón antagonista, es el único condimento y elemento propio –por fuera del vestuario y la escenografía, además de algunas canciones nuevas- que esta nueva entrega muestra como algo novedoso y bien resuelto. Una relación tierna, pícara y graciosa. Algo por lo que, tal vez, se pueda considerar elegir esta nueva versión por sobre la original.