El amor y el deseo van por un lado y las tradiciones religiosas van por el otro, que es un lugar diametralmente opuesto. Esa es la sensación que queda al ver "La boda", un filme inspirado en una historia real, y este dato va más allá de algo marketinero ya que obliga a un cachetazo de realidad. Ambientada en Bélgica, la historia muestra a una familia pakistaní, con un padre ultra religioso y conservador, cuyo objetivo, junto a su esposa y su hijo mayor, es que la nena Zahira, de tan sólo 18 años, se case con otro pakistaní, como la religión manda. Y claro, que de ese modo obtenga la dote de dos millones de rupias que se le otorga por la boda. A nadie le importa que Zahira no ame a ninguno de los tres pretendientes que se postulan para el casamiento, como si fuera un negocio de partes. "El amor llega después" le dirá su hermana mayor, que ya pasó por esa situación y supuestamente está felizmente esposada, que no es lo mismo que casada. La película muestra el choque de la cultura de la sociedad belga con la pakistaní, en un cruce en el que se luce la sutileza de Olivier Gourmet. El final provoca rabia e impotencia. Y lleva a pensar que la rigidez de las tradiciones es perversa.