Parece una cosa, y es otra
El intento de llevar el robo de un banco al terreno del terror es tan original como fallido.
Un grupo de ladrones necesitados intenta dar el gran golpe en un banco para salir de malas. Así comienza La bóveda, como casi toda heist movie, subgénero policial donde los protagonistas suelen buscar la salvación mediante un gran asalto. Pero el cineasta Dan Bush decide llevar la película por otro camino apenas la codicia de los protagonistas, otra de las vueltas recurrentes del subgénero, consigue apartarlos del plan original y los pone en peligro.
La historia se centra en Leah, interpretada por Francesca Eastwood, hija de ese Clint que durante los ‘70 protagonizó en el subgénero Especialista en el crimen y El botín de los valientes. Francesca tiene el carisma suficiente para ponerle el cuerpo al intento de golpe que Leah y sus hermanos necesitan dar para saldar sus deudas y empezar de cero.
Pero el principal problema que enfrenta la familia no está en la brutalidad de sus compañeros de pandilla ni en la guardia policial que enseguida se monta frente al banco: La bóveda se transforma en una película de terror apenas los asaltantes deciden, por consejo de un sospechoso subgerente interpretado por James Franco, descender a la infernal cámara del sótano del banco, donde se produjo un crimen terrible en los ‘80, en busca de una suma millonaria.
La bóveda se vuelve una especie de Del crepúsculo al amanecer y parece trasladar Tarde de perros a la casa embrujada de Amityville, pero los problemas de la película aparecen cuando Bush necesita cerrar de un plumazo las dos líneas narrativas de su premisa. El director se deja llevar por las variopintas trampas que enfrentan los ladrones en el sótano del banco, como si se tratara de una fantasmal Mi pobre angelito, hasta terminar obligado al repentino final pomposo que despeja toda duda y recuerda a los momentos más flojos de M. Night Shyamalan.