La bruja" no sigue los lineamientos a los que el público consumidor del género de terror está acostumbrado y coloca el acento en las costumbres y creencias populares más que en los sustos. Dirigida por el debutante Robert Eggers, La bruja fue la película elegida para inaugurar el Festival de Cine Fantástico de Sitges y su trabajo fue premiado en el Festival de Sundance 2015. El film instala nuevamente la ideal del Mal, en este caso la bruja a la que se refiere el título, en una granja cercana al bosque y habitada por una familia devotamente cristiana en la Nueva Inglaterra de 1630. Si algo tiene el film es que se distancia bastante de las últimas producciones del género y cuenta con una cuidada puesta en escena que juega con el "off", creando un clima de peligro instalado en el seno del hogar, conformado por un matrimonio y sus cinco hijos. Cuando el bebé del clan desaparece misteriosamente, la maldición parece manejar los destinos de cada uno de los miembros, sembrando de sospechas entre ellos y la magia negra. La bruja no sigue los lineamientos a los que el público consumidor del género está acostumbrado, el acento está puesto en la pintura de la época, las costumbres y en las creencias populares sobre "algo" que habita en el bosque. Al final de la película, se asegura que el material se nutrió de los elementos históricos y tradicionales de las historias de brujas, extraídas de periódicos y crónicas de la época, y a ese material el cineasta le agrega el tono oscuro de historias populares como Hansel y Gretel o incluso o de títulos como La aldea, de Shyamalan. Sin ser una obra de arte o un verdadero exponente del terror, el relato inquieta más de lo que asusta, mostrando a personajes que rezan, sufren y sucumben frente a fuerzas desconocdias y malignas, entre sucesos inexplicables -la leche convertida en sangre-, posesiones infantiles y cabras que atacan enloquecidas. El desenlace quizás desentona con lo planteado anteriormente pero no le resta
Báculo y mausoleo. Y efectivamente La Bruja (The Witch: A New England Folktale, 2015) llega para salvar al terror contemporáneo, en sintonía con lo que representó el arribo de Te Sigue (It Follows, 2014) a la cartelera hace no tantos meses: con el transcurso de los minutos la película va construyendo un microecosistema de angustia y asombro en el que conviven componentes tan dispares como la culpa luterana, los pesares de la inmigración, la vida bucólica, el temor a lo extraño y las muchas contradicciones de la dinámica familiar. Aquí en especial pasa a primer plano la verborragia bíblica, tan hermosa como oscurantista y enajenada, hoy una suerte de “cable a tierra” de un clan de fanáticos religiosos del siglo XVII de Nueva Inglaterra, quienes apenas si pueden interpretar la andanada de desgracias que amenazan con destruir su hogar. Esta extraordinaria ópera prima de Robert Eggers esquiva todas las fórmulas caducas del horror de nuestros días y analiza -desde la sutileza y el rigor- la paradójica estela del fundamentalismo, una fiebre totalizadora que por un lado nos da fortaleza ante la adversidad y al mismo tiempo suele nublar nuestro juicio y dejarnos muy vulnerables frente a los ataques de un entorno parasitario que se regocija en su indiferencia. Todo comienza con un “desacuerdo” en una colonia británica y la expulsión/ excomunión posterior de una familia de devotos, compuesta por el padre William (Ralph Ineson), la madre Katherine (Kate Dickie) y cuatro hijos, la mayor Thomasin (Anya Taylor-Joy), el varón más grande Caleb (Harvey Scrimshaw) y los gemelos Mercy y Jonas. El tiempo transcurre manso, nace un quinto niño, Samuel, y precisamente con su desaparición -en un instante en el que el bebé estaba al cuidado de Thomasin- la tranquilidad del terruño se viene abajo: así presenciamos por primera vez la intervención de la señora del título (una anciana que adora pasearse desnuda y realizar actos indescriptibles con las criaturas y lo que queda de ellas). La propuesta apabulla con una fotografía naturalista de una enorme belleza y evita todo facilismo retórico, siempre testeando el pulso del público a través de una serie de escenas magistrales centradas en las consecuencias de la ausencia y de la hambruna subsiguiente en el entramado de los vínculos del clan y en los filtros ideológicos que los personajes emplean para aprehender/ asimilar la posibilidad de que estén malditos y deban defenderse de una seguidora de esa contraparte maléfica de su “Todopoderoso” (el Dios protestante puede ser reemplazado según los intereses discursivos de cada espectador). El enorme aplomo formal de La Bruja tiene varios manantiales de los cuales beber: basada en primera instancia en leyendas y relatos folklóricos -vinculados a la tradición más macabra de los cuentos de hadas- que a su vez vienen de las tragedias de los expatriados y una cosmovisión tan primitiva como alejada de la ortopedia técnica del ser humano de los últimos doscientos años, a decir verdad la ejecución concreta toma elementos específicos de La Fuente de la Doncella (Jungfrukällan, 1960), Witchfinder General (1968), El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), Macbeth (1971), Los Demonios (The Devils, 1971) y La Cinta Blanca (Das Weiße Band, 2009). Entre la locura de las comunidades herméticas y una narración aletargada, el opus nos devuelve la sequedad del clasicismo más revulsivo, ese que construía rituales de la aberración, dolor escalonado, mucha paranoia de “puertas adentro”, un Satanás símil macho cabrío y esas típicas cofrades femeninas que llamaban a la tentación. De hecho, el pecado es un concepto fundamental dentro de la trama, entendido no como una desviación pasada e individual de la norma o una latencia punitiva en función de un comportamiento juzgado negativo, que se pretende eliminar. El pecado al que hace referencia esta epopeya es el innato, el que arrastra el signo del martirio porque va con la naturaleza humana de manera indefectible y por un mandamiento sacro de eterna sumisión. Lejos de la mediocridad que pulula en el terror mainstream, esa misma que es consentida por un público y una crítica que gustan de quejarse desde la ignorancia para luego condonar películas igual de execrables de otros géneros, La Bruja unifica el espanto visceral (con destripamientos y sangrado interno a la cabeza), el dogma religioso más imperturbable (implantado vía una serie de estrategias que no tienen nada que envidiarle a la psicología conductista) y aquellos aquelarres de antaño (hoy el culto a Mefistófeles nos reenvía a una naturaleza animista en contacto con los mortales y su hipocresía, a veces víctimas de lo desconocido y a veces victimarios para con sus semejantes). El director consigue la proeza de retratar la histeria mediante el suspenso y un desarrollo de personajes muy ajustado, obviando en todo momento los caprichos narrativos, los golpes de efecto y la estructura simplista del “bus effect”. La represión detrás del ascetismo de los protagonistas pone de relieve el marco general en que se encuadra el film, el de un costumbrismo mundano y con ribetes áridos, en franca sintonía con el ocultismo y la putrefacción. La iconografía pagana, sinónimo de todo lo mórbido, explota en el maravilloso desempeño del elenco y ayuda a redondear una pequeña obra maestra de encierro, soledad y corrupción: así como la palabra bíblica funciona como un báculo mágico que pierde todo su espesor, la veneración a un mausoleo divino reclama ceguera y arrepentimiento automático, casi siempre irreflexivo…
Si bien hay muchas partes de la historia de Estados Unidos que son famosas en el resto del mundo a fuerza de repetición, una serie de eventos específica aunque no muchas veces representada es igual de célebre: la caza de brujas en Salem. La figura de la bruja del imaginario popular actual está basada en el Antiguo Testamento: es esencialmente la de una mujer que adora al Diablo, no vive bajo las leyes cristianas y practica la magia. También vuela en escoba, usa un sombrero puntiagudo y tiene un gato negro. A veces es verde y tiene la nariz muy larga. Este ahora simpático personaje de cuento infantil lograba en una época amedrentar hasta al más osado conquistador. Es el siglo XVII, y William, un puritano es expulsado de su comunidad junto con su familia hacia las tierras hostiles del Nuevo Mundo. La devoción a Dios rige duramente sus vidas, no sólo la de los padres que la inculcan, sino también la de los hijos, que la respetan tanto como su edad y curiosidad natural lo permiten. Cuando bajo circunstancias misteriosas desaparece el recién nacido, secretos familiares e inseguridades religiosas comienzan a salir a la luz. Los dos hijos menores dicen que el macho cabrío de la granja les habla y es así como empiezan a lanzarse serias acusaciones de brujería entre ellos. Algunas veces el cine de terror no es necesariamente pura violencia, sangre o monstruos espantosos. La mayoría de las veces sí y es por eso que a los realizadores les cuesta cada vez más crear historias y universos en los que el espectador sea cautivado. Se olvidan de que la misma técnica no funciona dos veces contra un caballero, y los sustos que otrora dejaban al público sin sueño están ya relegados a la parodia y el ridículo. Es por esto que el terror de las nuevas generaciones debió buscar otro punto de apoyo desde el que crear las pesadillas de hoy: la atmósfera. Películas celebradas como The Babadook o videojuegos como Silent Hill descansan fuertemente sobre las elecciones estéticas y la musicalización, entre otras herramientas. Las escenografías de The Witch, un bosque canadiense disfrazado de Nueva Inglaterra y el interior de una cabaña de época iluminada sólo con velas, colaboran con el temor que la trama instiga. El enrarecimiento que produce la fotografía (también muy perceptible en la película Foxcatcher, que no es del género de terror) deja al espectador solo entre la rígida sociedad del siglo XVII y el terreno hostil en el que la ubican, lejos de todo confort conocido. Son muchos los temas que pululan por debajo de la trama de horror de The Witch. No solamente nos cuentan la historia de esta familia caída en desgracia, sino que son muy evidentes otros asuntos que conciernen al público actual. La dimensión religiosa tiene mucha importancia explícita, pero también hay desarrollo de temas como el hombre contra la naturaleza, lo enfermizo del modelo familiar al principio de la Edad Moderna, la posición de la mujer dentro de este modelo y el de la sociedad en general o el camino que los niños recorren para volverse adultos. El miedo casi supersticioso al Diablo y cualquier cosa que tenga que ver con él tiñe intensamente la vida de todos los personajes, ilustrando para el público de manera negativa una situación que no todos llegan a experimentar en la vida real. Exponer que hasta los más beatos son criaturas de pecado, según algunas creencias, produce una sensación de intranquilidad sumamente palpable, ya que es algo que hasta el día de hoy rige la vida de muchas personas. Es parte de la realidad de la historia humana. El director y guionista de The Witch es Robert Eggers, una figura 100% nueva en el mundo audiovisual. No sólo es su debut en estas dos disciplinas, sino que su única experiencia en la escena viene desde el lado del diseño de vestuario y la producción, dos cosas que se notan mucho en esta obra. En más de una entrevista cuenta que la idea de esta película surge de su fijación personal con la figura de la bruja en el folklore. Durante alrededor de cuatro años investigó tanto en museos como leyendo textos de la época, para que The Witch sea lo más fiel posible al período en el que se ubica. Es por esto que los diálogos suenan extremadamente antiguos: muchas de las frases utilizadas fueron tomadas directamente de los registros históricos que se hicieron durante los juicios a brujas en aquella época. The Witch ganó en el Festival de Sundance 2015 el premio a Mejor Drama de Estados Unidos. Aún con su currículum breve, Eggers ya está asignado para dirigir una remake del clásico Nosferatu sin fecha definida de estreno todavía. Los actores principales adultos son Ralph Ineson y Kate Dickie, conocidos ambos por sus papeles en Game of Thrones pero con carreras largas y célebres en el Reino Unido. Anya Taylor-Joy, que interpreta a su hija mayor, tiene poquísima experiencia pero su trabajo en esta película es excelente. Juntos construyen situaciones tan aterradoras como cualquiera de las otras partes que componen el film y se evidencian como esenciales para la ambientación. Sin duda se convertirá en un clásico del género.
Un compendio de mitos y leyendas. La promisoria ópera prima de Eggers va mucho más allá de las perezosas convenciones del cine de terror para internarse en los mitos de origen de la cultura estadounidense, marcada por la religión y la culpa, y donde “todos somos impuros”, pero las mujeres más. El cine de terror se ha convertido en una suerte de inversión de bajo riesgo. Se apuesta poco en lo económico y en lo creativo, con la posibilidad de obtener al menos un mínimo de ganancia que justifique la movida. El resultado es un universo de películas perezosas y poco imaginativas que parecen salidas de una línea de montaje antes que de la mente de un cineasta. Al mismo tiempo, el género no ha dejado de ser un campo de experimentación en el que talentosos directores nóveles hacen sus primeras armas. La lista de nombres es enorme y en progreso. Su última adición importante parece ser la de Robert Eggers, director de La bruja, film que viene de conseguir un alto impacto en la última edición de Sundance. No por casualidad La bruja tiene algunos puntos de contacto con cierto estereotipo de cine independiente, en donde la observación y los silencios son utilizados para generar atmósferas abrumadoras que consiguen decir más que las palabras y las acciones. Donde cierto preciosismo visual –virtuoso tratamiento fotográfico mediante– es parte fundamental de una ecuación que se propone intimidar por opresión antes que por sorpresa, enfatizando los climas y las atmósferas antes que el impacto efectista. Herramienta que, por otra parte, tampoco es desdeñada, sino utilizada con sutileza y buen sentido de la oportunidad. La bruja es, sobre todo, un cuento tradicional, un compendio de mitos y leyendas que forman parte esencial del origen de la cultura y de la sociedad estadounidense. Su nombre original lo deja bien claro: A New England Folktale. Un relato gótico surgido del seno de la tradición de aquellas colonias puritanas de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, que a la postre resultaron el germen vital de lo que hoy son los Estados Unidos. Así como El matadero de Esteban Echeverría puede ser visto desde el presente como un documento que a partir de la ficción resulta más elocuente que muchos libros de historia para hablar de lo que significa ser argentino, La bruja también puede, entonces, tener esa capacidad. Ambas piezas comparten el horror como fondo. Escrito por el propio director –quien afirma haberse basado en documentos históricos y actas judiciales de la época para dar forma al cuento y a sus personajes—, de algún modo el guión consigue ser la base de una ficción cuasi documental. Como pocas veces se ha conseguido antes, Eggers recrea desde el cine una hipótesis bastante verosímil de cómo debió ser la vida en aquellas colonias, dando cuenta del doble desafío que para los colonos representaba enfrentar por un lado una realidad inédita y por el otro el temor frente a sus propias supersticiones y mitos de origen, pero sin ceder ni perder la esperanza ante la posibilidad de una vida y un mundo nuevos. Algo de eso hay en la historia de Williams y Katherine, una pareja de colonos que son expulsados de su comunidad por sus principios religiosos demasiado estrictos. Parece mucho, teniendo en cuenta que aquellas colonias se encontraban habitadas por familias que abandonaban Inglaterra convencidas de que la iglesia protestante respetaba cada vez menos sus tradiciones (por eso reciben el nombre de puritanos). Curiosamente ese estricto carácter moralista y poco tolerante (otra característica de los peregrinos de Nueva Inglaterra) que la comunidad les achaca a Williams y a su familia resulta ser el mismo mecanismo que se activa para expulsarlos. La pareja y sus cinco hijos parten y se establecen en una pradera que linda con un bosque cuyo carácter siniestro, por si hiciera falta, es evidenciado por una obvia pero muy eficaz banda sonora. Plagada de símbolos de un cristianismo casi medieval, donde un macho cabrío negro puede resultar la encarnación del mal, un par de mellizos ser portadores (otra vez) de un carácter siniestro, o en donde la manifestación de la naturaleza femenina resulta una amenaza a la moral, La bruja juega sus cartas con inteligencia. En uno de los grandes momentos de la película Williams le enseña a su hijo que “todos nacemos impuros” y “somos hijos de la culpa”. Al final queda muy claro por qué en el idioma inglés apenas una letra separa a una puta (bitch) de una bruja (witch, o vvitch, según la interesante grafía que se utiliza en el título original de la película). Porque parece que “todos somos impuros”, pero las mujeres más.
La bruja fue una de las películas más elogiadas en el Festival de Cine de Sundance del año pasado y representa la ópera prima del director Robert Eggers. Con una producción de bajo presupuesto logró hacer ruido en el festival y la repercusión de su trabajo en los medios eventualmente le abrió la puerta en Hollywood. Por estos días el director se encuentra trabajando en la remake del clásico Nosferatu. La bruja es una película de terror que puede ser disfrutada si tenés bien claro lo que vas a encontrar en el cine. De otro modo, probablemente vas a maldecir que gastate una entrada en esto. El director Eggers presenta un cuento de terror relacionado con la brujería que le escapó a todos los clichés burdos que hoy estamos acostumbrados ver dentro del género. La narración de la historia retoma el espíritu que tenía el cine de horror en los años ´70, donde la atracción de la propuesta pasaba más por las ambientaciones y las atmósferas que creaba el director y el conflicto se enfocaba en los aspectos pscológicos de los protagonistas. Una película como La bruja la podríamos asociar con clásicos como Let´s Scare Jessica to Death (1971) o Dont Look Now (1973), con Donald Sutherland, que hoy podrían ser consideradas películas lentas por el publico más hiperkinético que necesita una escena de susto cada cinco minutos. Para una asociación más moderna, el film de Eggers está en la misma sintonía que The House of the Devil (2009), de Ti West. Es decir que se trata de una propuesta que requiere cierta paciencia del espectador. La película tiene un comienzo lento y en los primeros 20 minutos no sucede nada relevante. Sin embargo, una vez que Eggers establece el conflicto la historia se vuelve mucho más interesante. El film te sumerge por completo en un pueblo de Nueva Inglaterra en el siglo 17, donde una familia puritana se ve amenazada por una fuerza maligina cuando el hijo menor desaparece. Que en pleno 2016 un film de este género logre que la oscuridad de un bosque te de miedo es algo notable. El director hizo un trabajo estupendo a la hora de convertir locaciones naturales en ambientes aterradores que se destacan en algunas de las escena más intensas de la historia. También es muy interesante el modo que abordó el tema de la brujería y el fundamentalismo religioso que tienen un fuerte peso en el conflicto. Esta es una película que toma su tiempo para desarrollar los personajes y brinda algunos momentos aterradores gracias al talento del director para constuir situaciones de tensión y suspenso. La interpretaciones del elenco son excelentes y contribuyeron a darle también un enorme realismo a la historia. Obviamente si tu parámetro del cine de terror son la continuaciones de Actividad paranormal y Anabelle seguramente La bruja te va a parecer un bodrio infumable. También hubo cierta manipulación del espectador al vender esta propuesta en los trailers como las películas del género de la actualidad, cuando la historia va por otro lado. Eso podría generar cierta confusión. Por eso digo que hay tener cierta noción de lo que ofrece este film para no salir decepcionado del cine si este tratamiento del género no es de tu agrado. En lo personal me pareció un buen film de terror que logró engancharme con la temática que trabaja, algo que no me ocurría hace mucho con los estrenos de este estilo que llegaron a la cartelera en el último tiempo.
Publicada en edición impresa.
Una muy esperada película de terror histórico-religioso que viene a poner su toque de distinción en un género que tiene rutinarias muestras repetitivas clase Z. En este caso la inteligencia del joven director Robert Eggers, es ubicarse en Nueva Inglaterra con una familia de puritanos expulsados de su caserío, que creen en Dios, el Diablo y las brujas con un fervor que demuestra que los peores demonios habitan en la cabeza de los hombres. Antes de los juicios y ejecuciones de Salem, filmada solo los días nublados, en clima de tristeza y desolación, basándose en testimonios de esa época, construye un film redondo y terrorífico, donde lo que se teme ocurre. Una joyita.
Crítica emitida por radio.
Un cuento de brujas sutil y perturbadoramente terrorífico Ver una buena película de terror es una de las experiencias más viscerales que se puede tener en el cine. Hay una consecuencia directa en el cuerpo; la piel se eriza, el corazón se acelera. Sin embargo, el cine de terror no se reduce a una colección de sensaciones violentas y efímeras. Esta falacia en la forma de considerar al género también se aplica, muchas veces, a su realización: si sólo se trata de generar impacto, parecería que un sonido fuerte o una imagen violenta serían suficientes para hacer una película de terror. El problema, como demuestran la mayoría de los estrenos del género, es que eso no alcanza para hacer una buena película. La potencia del cine terror se manifiesta cuando aparece un film que deja atrás esa idea superficial del género y lo supera. Es el caso de La bruja, ópera prima de Robert Eggers, que no tiene como objetivo sólo asustar, aunque lo hace como pocas películas de los últimos tiempos. Basada en varias leyendas de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, La bruja es una extraña cruza de cuento folklórico de terror y tragedia familiar. El film retrata a una familia de inmigrantes ingleses, devotos cristianos, que se enfrentan a poderes malignos que parecen emanar del bosque que está detrás de su granja. Click Aqui Lo oscuro y peligroso está presente en la naturaleza que los rodea, pero también está encarnado en la adolescente Thomasin (brillantemente interpretada por Anya Taylor-Joy), que es objeto de deseo, envidia y miedo de su propia familia. El descubrimiento del poder de su femineidad y el cuestionamiento hacia los adultos, típicos de esa edad, toman otro cariz entre personas obsesionadas con la religión y en una época donde lo misterioso sólo podía ser divino o diabólico. Con imágenes bellísimas, de colores lavados y sombras marcadas, Eggers construye plano a plano un clima opresivo y fatídico. El horror se va cocinando a fuego lento, lo cual puede ahuyentar a quienes prefieren sobresaltos más inmediatos. El factor miedo de La bruja no se puede medir en litros de sangre derramada o monstruos deformes porque surge de un lugar espiritual y simbólico. Eso la hace mucho más aterradora.
Yo tengo fe Desde su estreno allá por enero de 2015 en el Festival de Sundance (donde ganó el premio a Mejor Director) esta ópera prima de Eggers se convirtió en uno de los títulos más esperados por los amantes del (buen) cine de terror (religioso). La espera valió la pena: esta historia sobre una familia de colonos ingleses en la New England de 1630 es un deleite narrativo que apuesta por la creación de climas, por la psicología de los personajes y por la construcción de tensión y suspenso con, claro, muchos sustos. El resultado es fascinante y permite asegurar que este tan transitado (gastado) género goza de muy buena salud. Desde hace más de un año que se viene hablando (bien) de The Witch y, en muchos casos, esas expectativas acumuladas suelen jugar en contra: “No era para tanto” o “¿Tanto lío para esto?”, suelen ser algunas de las frases más escuchadas. Sin embargo, una vez vista La Bruja (en pantalla gigante), queda claro que la ópera prima de Robert Eggers ha sobrevivido sin problemas a su hype. La primera escena muestra cómo el agricultor William (Ralph Ineson), su esposa Katherine (Kate Dickie) y sus cinco hijos son expulsados de una colonia de inmigrantes tras un juicio por irreconciliables diferencias de creencias y valores. La familia se instala entonces en una aislada granja junto a un bosque, pero la nueva vida se ve súbitamente alterada cuando Samuel, un recién nacido aún no bautizado, desaparece de manera inexplicable. No conviene adelantar nada más de una trama que irá creciendo en intensidad y oscuridad. Tratado sobre el puritanismo, el fanatismo religioso, la culpa, la represión y la fe, La Bruja se sostiene por una puesta en escena brillante (con gran precisión por el detalle), un descomunal trabajo con imágenes nocturnas muchas veces iluminadas apenas por unas velas, unos fascinantes diálogos con una estructura y dicción propia de la época y -sobre todo- por unas actuaciones extraordinarias no sólo de los adultos, sino sobre todo de los niños y preadolescentes: desde la protagonista Thomasin (Anya Taylor-Joy, una Jennifer Lawrence en potencia) hasta el hermano mayor Caleb (Harvey Scrimshaw), pasando por los pequeños Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson). Puede que la película irrite o decepcione a aquellos espectadores ávidos de golpes de efecto y escenas pletóricas de sadismo (no estamos ante el viejo “nuevo” cine de terror pornográfico), pero con un poco de paciencia se podrá apreciar todo el rigor, la solidez, las búsquedas y los múltiples hallazgos de un director debutante al que habrá que seguir muy de cerca. Eggers sólo usa los efectos visuales, la sangre y el impacto cuando su historia así lo requiere. A contramano de los abusos y regodeos con la tecnología para subrayar lo sobrenatural y lo diabólico, el realizador apuesta a la dosificación, a la contención e incluso a escatimar ciertos elementos que en otras manos estarían primerísimo primer plano. Con algo de Las brujas de Salem y La aldea, de El resplandor y hasta de La cinta blanca (sí, la de Michael Haneke), pero también con un notable vuelo propio (brillante, por ejemplo, el uso de los animales), La Bruja se convirtió en un pequeño gran éxito comercial (costó apenas 3,5 millones de dólares y recaudó 25 millones sólo en las salas de Estados Unidos). Su demorado estreno en la Argentina es un auténtico hito para el cinéfilo y para todo aquel escéptico que creía que el género de terror ya lo había dado todo. Una joyita que merece una oportunidad y, si se puede, en el cine y no en un monitor.
"La Bruja" es el estreno de terror de esta semana y mamita que vas a sentir miedo. Plagada de momentos perturbadores y super fuertes para personas sensibles, la historia se cuenta muy lentamente y de esa forma mantiene una tensión no muy lograda en todas las últimas películas del género que se han estrenado en los últimos meses. El elenco es magnífico, sobre todo los pequeños... el reparto joven es tan genial que son los que más miedo te van a dar. Grandes escenas logradas, a modo teatral, en oscuridad y penumbras, acompañadas por una banda sonora espeluznante, es lo que vas a vivir si te animas a entrar al cine a ver la peli. Los últimos cinco minutos son clave, por eso no dejes que nadie te cuente absolutamente nada de la trama... Si sos valiente, sacá tu ticket y ¿disfrutá? de este relato situado en 1630 y que para peor, supuestamente está basado en hechos reales... too much.
Todas las semanas tenemos en la cartelera alguna película de terror y es interesante notar que siempre tienen público, un público fiel, probablemente siempre los mismos espectadores. Cada tanto, alguna de estas películas rompe un poco la rutina: sucedió con la excelente El conjuro y ahora sucede con La bruja, recomendable -salvo que usted tema los sustos, claro- incluso para quienes desconfían del género. La película está situada a principios del siglo XVII cuando se organizaban las colonias de pioneros en los Estados Unidos, poco antes de los juicios de Salem y la quema de brujas. Una familia con un desacuerdo religioso es expulsada de una comunidad y se establece en los lindes de un bosque. La vida es providencial en parte, y en parte durísima. Más dura cuando la presencia ominosa, diabólica, empieza a mostrarse. Pero el film no opta por el efecto directo ni el susto a reglamento, sino por la construcción constante y pausada de lo sobrenatural, que se va combinando con las costumbres de los personajes. Es, al mismo tiempo, un reflejo histórico y un film de terror, narrado con una gran economía de recursos y donde el horror solo aparece cuando es estrictamente necesario. Muchas de sus secuencias son perturbadoras por el grado de extrañeza, de incongruencia con la experiencia cotidiana. Y el miedo crece, y el suspenso es constante. El final, catártico y terrible, es además de lo más bello y perturbador en lo que va del año.
La Bruja se desarrolla en la Nueva Inglaterra del 1600, cuando una familia devotamente cristiana se ve amenazada por las fuerzas de la brujería y la magia negra. Esta sin dudas no es una típica película de horror, aquí no se apela a los lugares comunes del género para hacer saltar al espectador de la butaca. Robert Eggers, el director, construye un ambiente sobrenatural minimalista e inquietante. Sin necesidad de grandes dosis de hemoglobina ni efectos espectaculares, la atmósfera de realidad del filme, narrada con tiempos largos y climas cercanos al "dogma" puede atentar contra los fanáticos del terror extremo y más explícito; pero la realidad es que esta cinta perturbadora es una bocanada de aire fresco entre tantos zombies, vampiros y poseídos recurrentes de la pantalla grande.
Lo que más asusta es la histeria religiosa Hay animales de granja, niñas con faldas largas y una casa en la pradera. Pero esto no es para nada "La familia Ingalls". Esta opera prima llamó la atención en Sundance por su originalidad y hay que reconocer que, en especial hacia el comienzo, parece la idea de film de terror que podría haber tenido el primer Werner Herzog. Pero la película se queda corta en contenido y sobre todo en sustos, y en realidad lo más interesante es su intención de recrear el lenguaje antiguo y la histeria religiosa de los primeros colonos de Nueva Inglaterra hacia 1630. Basada supuestamente en escritos de época, es decir, algunas décadas antes de la célebre cacería de brujas de Salem, la historia plantea a una familia que ya desde el vamos teme a innombrables horrores que podrían esperarlos en el bosque aledaño a su casa, ubicada a un día de camino de la población más cercana. La extraña y repentina desaparición de un bebé detona los ataques de histeria de grandes y chicos, con la nena más chica y la hija mayor, respectivamente, haciendo chistes sobre ser brujas, mientras el padre y la madre se preocupan cada vez más por la falta de comida, todo en medio de citas bíblicas interminables y rezos como única respuesta a cualquier situación. La historia evoluciona hacia la total disolución familiar, relacionada con situaciones fantásticas qe podrían ser alucinaciones o no. Hay momentos realmente oscuros y horripilantes, como una extraña e indescriptible situación nocturna que sucede a la desaparición del bebé, y una siniestra liebre que en realidad no hace nada malo salvo arruinar la puntería del padre de familia. Todo es un poco pretencioso en tono, más allá de que hay imágenes atractivas y que la fotografía a veces experimenta con peculiares estilos de iluminación. También hay un macho cabrío que podría ser el culpable de la ola maligna que invade a la familia, aunque lamentablemente aparece bastante poco. Sin duda, "La bruja" es una película interesante, pero le falta sustancia y, si no durara exactos 90 minutos, casi terminaría resultando aburrida.
En este estilo de películas siempre se encuentra un encanto. Tal vez tiene que ver con una época y lugar. Y el debate eterno de creer o no en la religión, y sus pecados. Sería como ver un gran capítulo de la “La familia Ingalls” pero en una versión de terror. Muy bien contada “La Bruja” es un largometraje que representa perfectamente ese género. Pero no el habitual cine de miedo. Plantea como una nueva propuesta, tratando de evitar el clásico golpe bajo. Con una muy buena dirección de cámaras, una fotografía lúgubre e inquietante, un interesante guión, y sobre todo muy buenas actuaciones. Este film nos atrapa en la profundidad del bosque y sus miedos. Donde todos somos responsables de lo que allí sucede. Todos? A prepararse, sufrir un poco, y afrontar la realidad porque la bruja esta entre nosotros.
Hay películas que dejan de lado los códigos usuales del cine de terror y lo que hacen es perturbarnos, meternos en una situación opresiva en la que no necesariamente nos asqueamos con una escena sangrienta, o nos asustamos con la aparición de un monstruo, sino que estuvimos durante hora y media con todo fruncido sin saber bien por qué. Una de estas películas es "La Bruja"... [Escuchá la crítica completa].
The Witch viene inflamada por la crítica desde su Estados Unidos natal, donde se la considera casi una obra maestra del género, compartiendo el pedestal con películas como Rosemary's Baby. Hasta lleva el endorse del maestro del horror, Stephen King. El público en general no la recibió con los brazos abiertos si vamos al caso, y eso es lo que pasará en casi todos lados donde se estrene, porque estamos frente a una película de horror no convencional, como suele suceder casi todas las semanas en las salas nativas. La pasión que despertó en tierras norteñas la primera película guionada y dirigida por Robert Eggers es tanta, que este mismo fin de semana será reestrenada en Norteamérica. Méritos no le faltan. Lo que puede jugar en contra son las expectativas. The Witch es más horror de atmósfera que otra cosa. La película casi no contiene sustos para saltar de la butaca, sino que elige en forma inteligente cómo ir creando un ambiente para incomodar al espectador, al punto de jugar con sus propias expectativas para hacerlo partícipe de lo que sucede en pantalla. La historia no es otra cosa que un drama familiar que funciona a la vez como fábula moralista sobre los peligros del fundamentalismo religioso, a la que le ocurre estar mezclada con historia de brujería. Si se deja de lado ese costado y la temática de la bruja fuese más sutil, sería una perfecta película subliminal, una de esas propuestas donde uno duda si lo que pasa en pantalla fue cierto o no. Pero nada de eso le quita la potencia que tiene el centro narrativo, donde las situaciones de esta familia expulsada de su comunidad y dejada al azar en plena Nueva Inglaterra del siglo XVII sólo irán creciendo en oscuridad conforme pasen los minutos. Vuelvo a ahondar en el tema de las expectativas. La promoción puede jugar una mala pasada a aquel que se adentre en el espeso bosque de la película. No es una propuesta de horror convencional, premasticada para las nuevas generaciones, sino que se encarga de ir tensando la cuerda del horror de a poco, sin apurarse en lo más mínimo. Puede ser acusada de lenta, pero tampoco es que la película de Eggers corra para llegar primera. Se toma su tiempo para ir envolviendo al espectador en su maraña de horrores y, para cuando las escenas finales llegan, será cuestión de ver qué tan metido se encuentra uno en la historia para lograr el máximo efecto de incomodar, sugiriendo más que mostrando. Su elenco ayuda mucho a lograr dicho efecto, con una de las familias más solidas que se han visto en el género en años. Desde la sensibilidad de Anya Taylor-Joy hasta la maestría de Ralph Ineson y Kate Dickie como los patriarcas, todos demuestran estar a la altura de las circunstancias, aunque hay que destacar la asombrosa labor infantil de Harvey Scrimshaw como el púber Caleb, o los excelentes Ellie Grainger y Lucas Dawson, como los gemelos Mercy y Jonas. The Witch puede resultar muy desconcertante dentro del cine de género, pero su cautivadora atmósfera lleva a lugares muy oscuros, que no necesitan de sustos rápidos para generar temor en su audiencia. Hay que estar dispuestos a ser cautivados, y hasta darle la posibilidad de una segunda chance al saber que no es otra típica película de horror.
Llega a los cines “La Bruja”, la película de Robert Eggers es una de la más esperada para los fans del terror en latinoamérica. Ya hace un tiempito se estrenó en Estados Unidos y fue amada por los fans del género y por la crítica de igual manera. Por lo general la películas de terror que se estrenan día a día tratan de hacerte asustar de manera muy simple. Vas caminando por un lugar a oscuras, ruidos, susto, susto y más sustos. La verdad es que cuando voy a ver una película de terror no quiero eso y si bien no abundan las cosas buenas en este género llegó “La Bruja”.
La belleza de la oscuridad. Luego de tantas escupidas retóricas al cine de horror para imberbes, que nos trata de imbéciles y denigra al propio género que utiliza, y que con sus embajadores más palurdos estuvo invadiendo nuestras salas en los últimos tiempos por decisiones tan mercantilistas como antiestéticas (recordemos que se estrenó Exorcismo en el Vaticano pero no The Babadook, por ejemplo), finalmente llega la obra del año que redime a la industria del miedo y la angustia; esa película anual con la que nos calman (como fieras insaciables de buen horror que somos) y nos otorgan esperanzas para el presente y futuro del género oscuro. En La Bruja hay un realismo forjado por dentro del código narrativo clásico (más allá de que hay un acercamiento estético a directores que podríamos encuadrar en el cine moderno como Bergman o Haneke) pero que rompe con el canon de representación de la mayor parte del demasiado pulcro y brillante horror contemporáneo, también clasicista en su narrativa (aunque plagado de metalenguaje) pero de edición anfetamínica, escenografías de boutique para festejos de Halloween, musicalizaciones obvias y efectismos autónomos y autoconclusivos. La construcción obsesiva de una realidad ajena, cuidada hasta en los pequeños detalles y en los profundos y justos diálogos basados en textos del siglo XVII, sirve para hacernos volar con las brujas, para adentrarnos en una verdad superada (al menos en su veta esotérica, por desgracia no del todo en el aspecto ideológico) y llevarnos a un viaje angustiante donde los fantasmas de la liberación femenina comenzaban a agitarse y el miedo a la oscuridad era parte del contrato social. La no utilización de maquillaje (o como dijo el propio Eggers, “si usamos algo fue para afear más”) y la utilización de luz natural de días nublados y noches de lunas potentes, son decisiones que le otorgan al digital algo de la verdad perdida con la desaparición del fílmico. Claro que esas decisiones estéticas están ligadas también a la representación de época y no sólo a un trabajo reivindicativo de la otrora autenticidad del horror, pero la sumatoria de aquellas decisiones nos pone frente a una verdad tan contundente que recuerda a obras maestras del cine en general y del horror satánico en particular, como El Bebé de Rosemary o El Exorcista. La simpleza (aunque no por simple poco potente) de la capa más superficial del relato, abre el juego de las complejidades de la dinámica familiar ante varios hechos desafortunados: el destierro, la pérdida de un hijo y los problemas económicos; la impotencia de un padre que no puede proveer a su familia, y una madre neurótica y desencantada que ve su propia muerte en el despertar sexual de su hija y deposita sus frustraciones en su mayor hijo varón. La sexualidad del relato está a la vista desde el principio con una tremenda escena donde una bruja frota compulsivamente restos humanos por su cuerpo y por su escoba. La potencia sexual está desde el folklore, desde la creación del cuento de la escoba lubricada que hacía volar a la bruja como metáfora de la satisfacción de sus deseos pecaminosos. Eggers le suma al cuento el descubrimiento consciente del placer sexual de Thomasin y Caleb (hijos mayores de la familia); ella confiesa sus “sucios” pensamientos y él lucha contra el incesto. Allí tenemos otro punto de contacto con la obra maestra de Friedkin y uno de los tantos temas que ofrece La Bruja: el camino de Thomasin para transformarse en un ser pleno, adulto y sexual, que revoluciona su entorno y escapa de la sumisión. Otra arista muy interesante del film es que se erige como referente del cine ocultista sin vocación parasitaria. El horror satánico vive un revival de exploits de El Exorcista que no se veía desde los años posteriores a su estreno, sin embargo, La Bruja elige un camino particular eludiendo los lugares comunes de sus contemporáneas. Refunda un tópico perdido, no sólo en el cine (salvo algunas pocas excepciones) sino en el arte en general (tal vez donde más lugar se le esté dando a las brujas y al ocultismo sea en algunos subgéneros rockers como el doom, y en algunos subgéneros de la música electrónica minimal como el Horror disco o el Witch house), y reconfigura a través del extremo puritanismo corrompido la idea del mal (re)encarnado en hechiceras, regalándonos un tan hermoso como siniestro aquelarre y ciertos momentos de poesía visual tan oscuros como encantadores.
Estamos en Nueva Inglaterra, en 1630, plena época donde se empezaban a formar las colonias inglesas en lo que aún no era Estados Unidos. Una familia cristiana es expulsada del poblado y debe irse a vivir lejos de todos, cerca de un espeso bosque. A medida que la cosecha no da resultados, no pueden cazar y el hijo menor de la familia desaparece, las sospechas de todos los miembros de la familia empiezan a tomar forma, la forma de que el propio Satanás y las brujas están en las inmediaciones. La Bruja venía siendo comentada hace tiempo en las redes sociales y en internet, en general con muchísimas personas poniendo un poco de fe en este proyecto para que por fin después de varios meses podamos ver un film decente de terror. Bueno mis queridos amantes del horror, sus sospechas se confirmaron y The Witch (nombre original del film) es todo lo bueno que esperábamos. Lo primero que debo recalcar es que si entre los lectores hay fanáticos de las películas de horror simples, de manual, con los sustitos fáciles a base de un subidón de música, o con gore que roza lo pornográfico, La Bruja no es la cinta para ustedes. Esta vez nos encontramos con una película que nos recuerda a los viejos films de terror de antaño, donde en los primero s minutos pareciera que no pasa nada, pero en realidad se crea una atmósfera, que a lo largo del resto de la historia, nos irá poniendo en un estado de tensión que al más mínimo susurro empezaremos a sentir ese hermoso sudor frío. Esto se logra particularmente por la genial fotografía a cargo de Jarin Blaschke. Realmente retrocedemos en el tiempo a una época donde las supersticiones estaban a la orden del día, y la vida de todos se regían por seguir al pie de la letra los escritos de la Biblia. Si la fotografía de Blashcke es excelente, la dirección del debutante Robert Eggers está casi al mismo nivel. Tanto a la hora de jugar con los fueras de cuadro, o porque uno puede pausar el film casi en cualquier momento y tener un cuadro digno de enmarcar en pantalla, pero en especial por la inteligente utilización de los sonidos tantos diegéticos como extradiegéticos (los que provienen de la propia trama de la película y aquellos que son agregados como la música). Quizás el mayor defecto, o el único, que tiene La Bruja, es que por momentos el ritmo cae hasta casi estancarse y pareciera que la trama no avanza a ningún lado. Quizás en el momento de verla eso exaspere a más de uno, pero como film, como un conjunto, uno entiende esos momentos muertos que en realidad juegan con la paciencia del espectador que espera el susto fácil. La Bruja se presenta entonces como una de las mejores películas de terror de los últimos meses (quizás desde It Follows). Poco convencional, con espíritu de film antiguo, pero de esos que se mantienen efectivos a día de hoy. Sólo queda esperar que triunfe en taquilla como para que proyectos similares tengan luz verde y el género del horror de una vez por todas pueda levantar cabeza.
Terror que vale la pena en "La bruja" Es el año 1630, Nueva Inglaterra. William (Ralph Ineson) es un granjero muy devoto que es echado por hereje de la comunidad junto con su esposa Katherine (Kate Dickie), su hija mayor Thomasin (Anya Taylor-Joy), su hijo Caleb (Harvey Scrimshaw), y los gemelos Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson). Unos meses más tarde, la familia vive y trabaja en una granja que construyeron muy cerca del bosque y además tienen a un nuevo integrante, el bebé Samuel. Pero todo se empieza a desmoronar con la desaparición del pequeño, que fue secuestrado por una bruja. Al principio se aferran a su desmedida fe y dicen sus plegarias para protegerse, pero lentamente todo se va a ir desmoronando. Muy pronto sus sospechas sobre que algo maligno los acecha comenzarán a corroborarse. Primera gran película para el debutante Robert Eggers, que casi que nos instruye de cómo se fueron forjando -o la idea- los nefastos juicios por brujería de Salem ocurridos en los condados de Essex, Suffolk, y Middlesex, entre febrero de 1692 y mayo de 1693. Y la alusión a ese hecho es que lo que pasó ahí fue culpa de una gran "ignorancia", por simplificarlo de alguna manera. Eggers nos muestra a una familia cuya doctrina se basa en que todos son pecadores innatos y que todo lo que les pasa básicamente es por esto. Además de la fe ciega, también están los elementos como el despertar sexual de la hija, el miedo a lo desconocido, la hambruna que pasan, el bosque inmenso y siniestro, entre otros, que son parte de un pilar que va depositando lentamente al espectador en un clima sofocante y asfixiante. "La bruja" es más un largometraje de sensaciones que de terror en sí. Todo se intuye, nada se muestra explícitamente, no hay golpes de efecto o de sonido para sostener las sensaciones. Podría decirse que el realizador apela a los miedos más primitivos del ser humano y hace que salgan a la luz. Y ese logro es sorprendente. Tanto que, cuando termina el filme, uno recuerda las palabras iniciales que dice que la película se basa en diálogos y escritos de esa época y esas palabras toman un sentido más tenebroso. También hay que decir que el casting es fabuloso, y todos están perfectos en sus roles. Habrá que seguir las carreras de Harvey Scrimshaw y Anya Taylor-Joy, quien dicho sea de paso tiene raíces argentinas y se pasó la mitad de su vida entre Inglaterra y nuestro país. Por si les sirve como referencia, Stephen King dijo que lo aterró esta película. Y el grupo The Satanic Temple la promocionó y realizó varias proyecciones de ella. Jex Blackmore, su vocero, manifestó que el largometraje es "una impresionante presentación de la visión satánica que pondrá al corriente a la discusión contemporánea de la experiencia religiosa". ¿Sintieron escalofríos? No hay últimamente mucho buen exponente del cine de terror, y una vez que alguno merece nuestro respeto no hay que dejarlo pasar. Vayan tranquilos que, en definitiva, las brujas no existen…. Pero que las hay….
Terror, como el de antes Transcurre en una granja cercana a un bosque, por 1630: se puede meter miedo sin ser irritante. Para quienes aún creemos que el cine de terror no tiene que ser una catarata de vísceras, sangre y miembros desmembrados, y que la tensión puede ser agobiante sin llegar a la irritación, La bruja es lo que estábamos esperando. Aunque el afiche local e internacional muestre la silueta desnuda y de espaldas de una joven, esa mujer nada tiene que ver con Thomasin (Anya Taylor-Joy, nacida en Miami, pero que ha vivido mucho tienmpo en la Argentina). La carga no es sexual, y tampoco es un filme erótico. El terror es psicológico, aunque contenga escenas para ponerse los pelos de punta. Una familia de cierto fanatismo religioso es desterrada de su congregación de una plantación por 1630. Papá, mamá y sus hijos van a vivir a la granja, que limita con un bosque. Entre los relatos de los mellizos sobre brujas, y la desaparición increíble de un bebé, la creencia religiosa y el temor infundado o con fundamentos gana terreno. Mucho terreno. El resultado es una combinación de leyendas de Nueva Inglaterra del siglo XVII, con inmigrantes ingleses y profundamente devotos del cristianismo, que enfrentarían, entonces, poderes malignos. Thomasin, la adolescente, es el núcleo, porque en ella se centran los miedos -de todos- y algún deseo. Es el personaje que contrasta con el resto de la familia, por un lado por su rebeldía, pero por otro porque es el que está cargado de simbolismo (la femineidad por explotar, la seducción, la contraposición ante el mundo adulto, y también el infantil de sus hermanitos menores). Escrita y dirigida por Robert Eggers, la construcción es claustrofóbica aunque mucho suceda a campo abierto. La iluminación naturalista se da la mano con la estructura de filme de arte, y cuando el peligro se vuelva más que latente en esta familia que cree fervorosamente en Dios y el Diablo, pero también en las brujas, el clima se tornará exasperante. Lo único que desdibuja mucho de lo que se cuenta es el desenlace. Eso sí es una lástima.
EL HORROR SOMOS NOSOTROS Situada en la Nueva Inglaterra del 1600 “La Bruja” explora la paranoia religiosa que lleva a una familia a descomponerse lentamente en la brillante ópera prima de Robert Eggers. “La Bruja” comienza con la voz grave del patriarca de la familia (Ralph Ineson) y el tono del film se establece inmediatamente. La superstición, ese mal endémico que tiene la humanidad y que las religiones fomentan, es el núcleo de una historia contada a pulso firme, con gran sentido del suspenso y actuada de forma superlativa. No conviene saber mucho de la trama de “La Bruja”,sólo digamos que luego de ser expulsados de una comunidad la familia se establece cerca de un bosque, repentinamente el bebé de la familia desaparece, ante la desaparición, las sospechas caerán sobre la hija adolescente y la oración será la única arma para combatir el infortunio. El conjunto de factores culturales que dio lugar a la figura de la bruja, se manifestó en una sociedad primitiva donde la caprichosa autoridad de una supuesta ley natural y el dogma religioso aparecieron como justificación para reprimir la autonomía -y anatomía- femenina. Visto hoy, parece algo obsoleto, sin embargo, en la actualidad la hegemonía religiosa y las historias que dieron vida a este y otros mitos todavía persisten. Con una increíble atención al detalle y un firme compromiso con el mundo que ha creado, Eggers cuidadosamente construye una tensión -acentuada por el soundtrack- que por momentos resulta insoportable. Y reelabora el tropo de la bruja de las películas de terror transformándolo en una simbología feminista. Revisionismo de género. En ningún momento “La Bruja” recurre al susto barato al que estamos acostumbrados en el poco creativo cine de terror actual. La historia opera en varios niveles al mismo tiempo y plantea sus reglas claramente; lo que quiere decir y como. El inquietante cuento además de exponer con crudeza a la cárcel de la mente que suele ser la religión, ratifica que no hay nada en la vida real más temible, que lo que podemos imaginar.
Tal vez lo más recomendable sea que el espectador que entre a ver LA BRUJA se saque rápidamente de encima la idea de que va a ver una película de terror. O, al menos, una de terror convencional como muchas de las que se hacen ahora, en las que una serie de impactantes sustos terminan siendo explicados en una complicada y la mayor parte de las veces absurda trama de antiguos conjuros y extravagantes pactos sangrientos. Si bien el universo tiene algunas coincidencias, la idea central de Robert Eggers no se limita a jugar en el terreno de lo conocido en la materia. Prefiere ir a los orígenes, cuando esos mitos fueron creados a partir de miedos religiosos y problemas familiares que no se podían explicar mediante teorías freudianas. LA BRUJA transcurre en 1630 y narra la historia de una familia inglesa ultrarreligiosa que se ha mudado a New England, en Estados Unidos, pero que ha sido echada del pueblo, curiosamente, por lo extremo de las creencias del padre. Es por eso que el hombre, su mujer y sus cinco hijos deben mudarse a una casa en el campo, en el medio de la nada, en la que deben rebuscarse para sobrevivir donde no parece crecer nada. Y, encima, están frente a un oscuro bosque al que el padre recomienda nunca entrar. Un día, mientras la hija mayor, Thomasin (la actriz Anya Taylor Joy, nacida en la Argentina), juega con su pequeño hermano recién nacido abriendo y cerrando los ojos (un jueguito que a los bebés hace gracia hace siglos, aparentemente), literalmente la criatura desaparece y nadie sabe qué pasó. A excepción de los espectadores. En un cambio bastante radical al formato típico de estos filmes, Eggers deja aparentemente muy claro que existe, sí, una bruja viviendo en el bosque y que fue ella la que secuestró el bebé y la que está haciendo cosas horribles con la criatura. ¿Pero si fuera más complicado que eso y lo que vemos acaso no sea exactamente así? LA BRUJA tiene otra particularidad que acaso los subtítulos no logren hacerle justicia: está hablada en un inglés antiguo, arcaico, de esa época, lo que vuelve a todo el asunto aún más extraño. Eggers elige partir de ese momento shockeante para luego crear una tensa secuencia de eventos familiares en los que la culpa (a Thomasin la madre la acusa por la pérdida del niño) y la naciente sexualidad (de ella, hija mayor y adolescente, pero también la de su hermano, Caleb) son elementos clave, lo mismo que los límites de la devoción religiosa a la que el padre los instiga a entregarse para superar la inexplicable pérdida. Y ni hablar de los hermanitos menores, que son igualmente extraños. Y la cabra, la cabra… El tono de la película es pausado y calmo, más cerca al de películas de terror psicológico europeas o de filmes de género de décadas pasadas (EL EXORCISTA o EL RESPLANDOR, digamos), antes de que el shock permanente, el uso de los efectos especiales y los intentos de resolver todo con moño coparan el género por completo. Uno podría pensarla como un drama histórico con elementos sobrenaturales –en una zona equidistante entre LAS BRUJAS DE SALEM y LA CINTA BLANCA— y así disfrutaría cada minuto de los misteriosos y confusos acontecimientos que tienen lugar, ya que es eso lo que busca Eggers y no tanto el impacto terrorífico constante. Algunos dirán que la película no asusta, que no genera suficiente miedo o no termina de entenderse bien, pero sería una manera muy simplista de observarla. De hecho, la complejidad de cada uno de los personajes y sus inescrutables motivos (incluyendo a la cabra, claro) hacen que toda la experiencia sea inquietante, de principio a fin, y no simplemente algo que surge a partir de recursos y trucos puestos ahí para generar tensión. Es un terror de adentro hacia afuera, que se transmite de los personajes al espectador. En su opera prima, Eggers prueba tener bajo control casi todos los resortes del relato. Se puede acusar a la película de ser un tanto solemne y tal vez sea su único (y menor) pecado, pero lo cierto es que logra su cometido: implantar en el espectador una sensación de perturbación que tarda mucho en irse. Con su temática que mezcla lo religioso y lo sexual, lo real y lo fantástico en un todo que los vuelve indistinguibles entre sí, uno imagina que es la clase de película de terror que una directora como Lucrecia Martel podría hacer. Es eso lo que van a encontrar en LA BRUJA: un antiguo cuento folclórico, una fábula con brujas malvadas, niños poseídos, animales embrujados y un bosque, oscuro y enorme, donde los más primitivos temores pueden convertirse en realidad.
Lejos de Dios Ganadora en Sundance, ‘La bruja’ es una película de terror muy particular que a pesar de no ser del todo efectiva, resulta fascinante. La bruja viene haciendo mucho ruido desde que el año pasado su director, el debutante Robert Eggers, ganó un premio en el Festival de Sundance. Es cierto que se trata de una película de terror bastante especial y que su estreno comercial a cargo de una distribuidora de las llamadas majors (United International Pictures) es una excelente noticia, pero ¿hasta qué punto es una película satisfactoria? El título inicial dice “The VVitch”, así escrito con la grafía del inglés antiguo, y un subtítulo: “A New England Folktale” (Una leyenda popular de Nueva Inglaterra). Eggers es consecuente y parece fascinado -y nos logra trasladar esa fascinación- por ese ambiente rural de la américa pre-independencia del siglo XVII, repleto de supersticiones y con las acusaciones de brujería pendiendo como una espada de Damocles sobre gran parte de las mujeres. Una familia vive en una cabaña al borde de un bosque. Ellos son William y Katherine (Ralph Ineson y Kate Dickie) y sus cinco hijos: la adolescente Thomasin (Anya Taylor-Joy), el niño Caleb (Harvey Scrimshaw), los mellizos Mercy y Jonas (Ellie Grainger y Lucas Dawson) y el recién nacido Samuel. Están exiliados luego de haber sido excomulgados de por la iglesia. Thomasin saca a pasear a Samuel, el bebé, y casi delante de sus ojos el bebé desaparece. Sin mucha esperanza, William va a buscarlo al bosque. ¿Se lo llevó un lobo? No parece posible. Katherine sospecha de su hija y la paranoia empieza a envolver a esa familia en la locura. ¿Qué hay en ese bosque? ¿Dios los ha abandonado? ¿En donde -o en quién- acecha el Diablo? Desde lo metafórico, es imposible no pensar en El exorcista y en la idea de que la pubertad en una adolescente pueda atraer a lucifer, o quizás que la posesión no es otra cosa que una metáfora de la entrada de una adolescente en la plenitud sexual. Pero Eggers, narrativa y estéticamente, va para otro lado. En primer lugar, privilegia el suspenso y el terror sustentado en climas y en lo desconocido. Ahí donde la película de William Friedkin era un festival de sangre y sacrilegio, La bruja es todo sutileza y drama. El problema es que La bruja es una película de terror -un par de momentos de sobresaltos clásicos lo atestiguan- pero la mayor parte del tiempo lo dedica a construir un ambiente que en casi ningún momento se traduce en sustos o en miedo. Es como si quisiera ser una película de terror artie, como si desdeñara los trucos del género. No sorprende, entonces, que llegue precedida por un runrun festivalero. Y efectivamente es atrapante y encantadora (en el sentido de que produce encanto, embrujo), es peculiar y permanece en las retinas, tiene dos o tres imágenes que no se suelen ver en el tan trajinado cine de terror, pero en ese camino sacrifica efectividad. Seguramente La bruja dividirá aguas. Estarán los que vean en ella una película de terror muy superior al promedio, y estarán los que la vean como una película que en su ambición por despegarse de lo usual, pierde la capacidad de asustar. En un punto, ambos están en lo cierto y voy más lejos: si ignoramos los dos o tres momentos más claramente de terror, queda un extraordinario y original drama siniestro y fantástico.
Esta es la ópera prima del director y guionista estadounidense Robert Eggers. La cinta tiene una buena reconstrucción de época, los días siempre son nublados, tiene buenos diálogos, la poca iluminación y los sonidos ayudan mucho para ir logrando estupendos climas y/o atmósferas. Toca varios temas: la religión, los pecados y la relación padre e hijos, entre otras cuestiones. Un buen trabajo actoral de Anya Taylor-Joy, Harvey Scrimshaw, los pequeños Ellie Grainger y Lucas Dawson y los actores adultos (Ralph Ineson y Kate Dickie). Se realizó con un presupuesto de 3,5 millones de dólares y ya recaudó 25 millones sólo en Estados Unidos.
La bruja está en la cueva. La Bruja (The VVitch) -2015- es la ópera prima del director Robert Eggers. Las miradas silenciosas y los diálogos que nunca son pronunciados marcan el compás de una película donde el suspenso y la opresión de un bosque macabro reinan en el contexto del siglo XVII en Inglaterra.
Creer para no ver "La bruja" relata la historia de una familia devotamente cristiana de Nueva Inglaterra que se ve amenazada por las fuerzas de la magia negra. Este filme es, por mérito propio y ausencia de virtudes ajenas, una bocanada de aire fresco en el difícil arte de asustar. En una era en la que el terror ya no da miedo, la dificultad de hacer cine en este género es mayor con cada largometraje que se lanza al mercado. En 2015 hubo 25 estrenos que llegaron a las salas, y este año la cifra será parecida. Es por ello que, muy esperada, “La bruja” es, por mérito propio y ausencia de virtudes ajenas, una bocanada de aire fresco en el difícil arte de asustar. La esencia del triunfo quizás sea volver a las raíces en forma literal y trabajar con lo que podía dar escalofríos en la época colonial estadounidense y relatar una historia que genera ansiedad por su lentitud y encuentra su fuerte en lo minimalista. En otras palabras, con herramientas que podrían ser defectos, el director Robert Eggers logra grandes climas aprovechando al máximo sus recursos. Aislado Un granjero es excomulgado de la iglesia y debe abandonar, junto a su familia, la aldea en la que viven. Se establecen alejados de todo y en las cercanías de un bosque deshabitado pensando que la tranquilidad volverá a sus vidas, sin saber que en la zona algo oscuro e inexplicable para su visión teocentrista pondrá a prueba su familia. El hijo recién nacido desaparece sin dejar rastro cuando estaba al cuidado de su hermana, lo que la hace sospechosa de brujería. Sin embargo, el comportamiento extraño de los animales de la granja, incluso de los más tiernos como los conejos, provocarán dudas en otros integrantes de la familia. Los padres se verán en la tarea de juzgar a sus propios hijos, pero sus dudas variarán todo el tiempo pues su fe ciega en Dios los hace incapaces de tratar con lógica cualquier situación que se les presente. Lo cierto es que esa forma sesgada atrapa, porque de esa manera se nos presenta en pantalla, mostrándonos sólo un poco más de lo que ven los personajes pero sin poder atar cabos hasta el final. Es interesante que por más que las bases del filme sea retratar una familia ultracreyente, no nos paramos frente al terror religioso en todo su eje, sino que esa estructura sólo sirve para enclaustrar sus creencias, que forjarán las consecuencias que descubriremos a lo largo de los pocos más de 90 minutos que dura el filme.
La naturaleza de lo sobrenatural La película de terror La bruja renueva el género con un salto hacia al futuro y otro hacia el pasado. Todas las expectativas que generó La bruja desde que se estrenó el año pasado en el festival de cine independiente Sundance están justificadas. El director debutante, Robert Eggers, consigue renovar el género del terror no con un salto hacia al futuro sino retrocediendo hacia el pasado. Lo que plantea es una especie de viaje introspectivo hasta el fondo de la mentalidad norteamericana. Vuelve a ese punto de la historia en el que la imaginación del puritanismo cristiano, alimentada con una dieta exclusiva de sermones bíblicos, se enfrenta con los mitos atávicos de una naturaleza desconocida y de una sexualidad naciente. A principios del siglo XVII, una familia es expulsada de una colonia de Nueva Inglaterra por su excesivo rigor religioso. El padre, la madre y los cinco hijos (Thomasin, una adolescente; Caleb, un niño religioso y obediente; los gemelos Jonas y Mercy, y Samuel, un bebé) se mudan a un paraje solitario, donde levantan una granja frente a un bosque ominoso. El objetivo de Eggers no es asustar, lo que pretende es recrear la atmósfera opresiva de un mundo regido por la insondable voluntad de un Dios omnipresente y por la angustiante conciencia de que cada gesto, cada acción, cada pensamiento puede ser una vía hacia el pecado, es decir, una puerta al infierno. Sin embargo, no se trata de una denuncia retrospectiva sino de un ensayo para entender cómo una estricta ideología del bien –el puritanismo cristiano– pudo generar una concepción tan arraigada del mal y, en un sustrato más profundo, por qué ese mal fue asociado a la naturaleza, a los animales y a las mujeres. El arte de la dirección cinematográfica de Eggers es tan sutil como virtuoso. Salvo por la banda sonora que tal vez subraya demasiado los momentos de tensión, todos los demás aspectos técnicos y artísticos de La bruja son notables. Desde la reconstrucción de la época (que incluye el modo de hablar de los personajes) hasta las tremendas actuaciones de los niños, pasando por los diálogos y por una fotografía que en el género sólo podría compararse con la de Te sigue. En ese sentido, se trata de una gran película a la que la etiqueta "de terror" le queda chica y tal vez sería mejor catalogarla como ficción histórica o antropológica, aunque carente de toda intención didáctica. De hecho, Eggers se basó en documentos de la época y en leyendas populares a la hora de escribir un guion que no quiere explicar el misterio del mal sino comprenderlo como misterio. Esa seriedad y esa fidelidad para recuperar un tiempo tan distinto al actual que casi nos resulta inimaginable es precisamente lo que le permite trasmitir la radical extrañeza de su relato, un relato tan ambicioso y desprejuiciado que se anima a mirar cara a cara la naturaleza de lo sobrenatural.
Un excelente film, perturbador y fascinante, de visión obligatoria en pantalla grande para todos los amantes de la brujería y los demonios. Seguramente van al salir del cine con dos estados de ánimo completamente diferentes: o sumamente desilusionados porque no se les...
Que las hay, las hay Desde su estreno en festivales a comienzos del año pasado La Bruja se convirtió en uno de los films de terror más esperado por todos los cinéfilos. Incluso llegó a formar parte de nuestra lista de Sundance 2015 sobre las películas que queremos ver en Argentina, algo que creíamos impensado pero que se volvió en realidad cortesía del a gente de UIP. Los comentarios que llegaban de afuera no eran más que halagadores y posicionaban a La Bruja como una de las películas más aterradoras del año. Muy a mi pesar estoy en desacuerdo con esa afirmación, pero eso no significa que el film de Robert Eggers no sea una de las cintas de horror más inquietantes e incómodas de los últimos tiempos. Estamos en algún momento de la década de 1630. Sesenta años antes de los infames juicios de Salem, que pusieron fin a una etapa de histeria colectiva en el que diecinueve personas -en su mayoría mujeres- fueron sentenciados a arder en la hoguera al ser encontrados culpables de practicar brujería. En el estado de Nueva Inglaterra una familia de cristianos presbiterianos son excomulgados por su iglesia y deben abandonar su plantación instalándose a metros de un espeso y oscuro bosque. Thomasin, la hija mayor, se encuentra un día cuidando al bebe de la familia cuando de un momento a otro este desaparece sin dejar rastro. El hecho afecta terriblemente a la familia, en especial a la madre quien culpa a Thomasin de lo sucedido. Pronto también deberán lidiar también con la perdida de las cosechas de la temporada y otros incidentes que suceden en la granja, desgracias que la familia asegura que están causadas por la obra de brujería y todas las sospechas parecen apuntar a Thomasin. En reiteradas entrevistas, el director Robert Eggers afirmó no ser un aficionado del cine de terror más allá de un puñado de películas de los años setenta y ochenta entre las que se encuentra El Resplandor, film del cual podemos notar algunas influencias. Estas declaraciones sirven para entender un poco su aproximación al género, ya que La Bruja es un film de horror poco ortodoxo. La fotografía pareciera inspirada en cuadros de la época, sin cortes rápidos, con muchos planos cortos y otros estáticos en los que Eggers permite que la acción se desarrolle y evolucione. Al mismo tiempo, es tanto un drama como una película de terror. Es un film que refleja la destrucción de una familia que debe enfrentar la desaparición del mas pequeño de sus integrantes, volviéndola una suerte de Ordinary People en la Nueva Inglaterra del siglo XVII y con un trasfondo satánico. Es también la historia del despertar sexual de una joven, hija mayor de una familia cristiana ultraconservadora, en tiempos donde la sexualidad femenina era condenada y asociada con la brujería. Todos esto elementos transforman a La Bruja en una experiencia emocionalmente desgastante, totalmente alejada de los convencionalismos del género que pueblan las cintas de horror de hoy en día, donde sobran los sustos por golpes de efecto o la clásica subida de volumen que molesta más de lo que espanta. Quizás no llegue a ser aterradora -aunque original y arriesgada, la aproximación de Eggers al género nunca se lo permite- pero es sin lugar a dudas inquietante e incómoda, como si supiéramos que estamos dentro de una pesadilla pero de la que no podemos despertarnos. El excelente trabajo que se hizo manteniendo la exactitud histórica es otro de los grandes aciertos de la película. Algo que no se queda sólo en la construcción de sets y vestuario, estando también incluso en su propio guión que mantiene los diálogos y el comportamiento de los personajes tal como hubiera sido en una familia fundamentalista del siglo XVII. Por eso el mérito de los actores es doble, pudiendo entregar interpretaciones por demás de intensas mientras les toca recitar lineas con las que sería muy fácil echar a perder toda credibilidad. Anya Taylor-Joy como Thomasine es el gran acierto en este sentido, ya que la joven tiene que cargar con la película al hombro y su trabajo no es nada menos que admirable. Conclusión No caben dudas que La Bruja es una película de terror poco convencional. Más cerca del cine que solía hacerse hace treinta o cuarenta años que de los estrenos que pueblan la cartelera argentina semana tras semana. Robert Eggers logra una película incomoda y por momentos hipnótica, que aunque no llega al punto de pero aterrarnos nos hará partícipes de algunas de las escenas más intensas que vamos a vivir este año dentro de una sala de cine.
En muchos sentidos se puede respirar un aire renovador en el género del terror con el estreno de “La bruja”, aun cuando el resultado final en términos del sabor dejado en el paladar no sea redondo. Estamos el siglo XVII en un Estados Unidos, muy previo a la independencia y los ideales constitucionales, pero con un fuerte arraigo a las creencias religiosas como fuente de alimento para las esperanzas de una sociedad constituida con poco más que la iglesia como referente institucional, y acaso contenedor de los habitantes que ni leyes tienen todavía. A esa Iglesia le hace frente William (Ralph Ineson), quien es desterrado del poblado por blasfemo y contestatario. Partirá en una carreta con sus pertenencias y su familia: Su esposa Katherine (Kate Dickie), la hija mayor (apenas adolescente) Thomasin (Anya Taylor-Joy), llevando las riendas del comportamiento de sus hermanos Caleb (Harvey Scrimshaw), algo menor que ella, los más chicos Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson), y finalmente un bebé recién nacido. La familia parte hacia tierras no muy lejanas y decide instalarse en un terreno situado al pie de un frondoso bosque. En una escena digna de los mejores exponentes del género el bebé desaparece ante la tapada mirada de Thomasin. Esta desaparición a manos de un (¿espectro?, ¿fantasma?, ¿bruja?, ¿demonio?), marca un mojón en el relato. A partir de allí el debutante Robert Eggers, en su doble función de guionista y realizador, propondrá un lento, cruel, despiadado e inexorable descenso al infierno empezando por el bebé. Cuando el espectador vea esa escena entenderá que no habrá ni concesiones, ni licencias, ni miramientos, ni piedad hacia los personajes. Lo mismo le ocurrirá al concepto básico de familia pues, primero, se presenta como el seno fundacional de la mentira y la desconfianza, más luego como botón de muestra de una sociedad autodestructiva. Si fuese esto, es decir, si realmente se trata de decir que la familia americana está enferma y merece su destrucción o que simplemente “la familia es una mierda”, estaríamos frente a un gran ejemplo de cómo el género del terror bien hecho es un vehículo para mostrarle al mundo sus problemas en un espejo ultra magnificado. También es cierto que lo inherente a la familia está oportunamente decorado por un sinfín de referencias bíblicas, tanto del antiguo testamento como del apocalipsis y otras profecías (el carnero negro, la leche por sangre, la postración ante Dios, etc.). El detalle es que hay un momento en el cual las neuronas hacen sinapsis y surge la reflexión directa: Pensar que si esta familia no se hubiese enfrentado o separado de la iglesia nada de esto sucedería. Ese es precisamente el discurso central del texto cinematográfico. Así de burdo. Sin embargo no estamos para eso. Los discursos pueden ser geniales o básicos, pero no hacen a la realización de una película, porque en este sentido “La bruja” es un canto a la meticulosidad en todos los aspectos que rodean a una producción. No hay nada librado al azar. La dirección de arte y la escenografía, de Andrea Kristof y Mary Kirkland respectivamente, le dan su importancia a cada objeto en el cuadro. La notable fotografía de Jarin Blaschke le discute plano a plano todo lo que hizo Emanuel Lubetzki en “Revenant: el renacido” por la cual ganó su tercer Oscar consecutivo. Blaschke toma los escenarios naturales y los convierte en dos universos totalmente distintos, apoyándose (para dividirlos) en las numerosas veces en las cuales, visto desde la cabaña, el bosque se presenta como una pared verde oscura que hace las veces de frontera entre lo palpable y lo incierto. Aquí también juegan un papel importante el sonido. La narración es desde el punto de vista de Thomasin, pero la voz de William abre un tajo en la sonoridad. Es el padre sumido en la duda y su voz cavernosa, gutural, sesga el silencio y lo resignifica. No es casualidad esa cadencia elevada por sobre el resto. La banda de sonido también juega su papel. Casi totalmente constituida por cuerdas punzantes y agudas, interrumpidas por un coro infernal, la partitura de Mark Korven subraya los momentos por los que atraviesa el texto y va in crescendo hacia el final. Se agradece que no se use un sólo violinazo como golpe de efecto, pero cuando estamos cercanos al desenlace el abuso del recurso musical logra desconectar el último acto y se pierde la fuerza dramática que cae en el efecto inverso. Provoca risa que además está alimentada por lo único que el director no supo manejar en su totalidad: el registro actoral buscado en el clímax. Tanto Harvey Scrimshaw como Anya Taylor-Joy son empujados, en el caso del primero a recitar un párrafo imposible de creer en un personaje que atraviesa esa condición (se agudiza su voz para colmo), y ella tiene un show en el final que desencaja todo lo actuado hasta entonces. En su conjunto, la propuesta estética remite a una mezcla entre “La leyenda del jinete sin cabeza” (Tim Burton, 1999) y “La aldea” (M. Night Shyamalan, 2004), pero fuera de las referencias, “La bruja” es un producto honesto, que confía y descansa en su propuesta de desterrar las sagas de cámara en mano que tanto arruinaron el género en éste siglo. Probablemente sea el propio autor el que genere mejores deseos de ver su próximo trabajo. Hace rato que no sucede eso.
Por lo menos una vez al año, quienes disfrutan del cine de terror se encuentran con una película como La Bruja (The Witch). Suelen ser cintas que incluso, con suerte, trascienden esa barrera del género, y corren de boca en boca hasta convertirse de la noche a la mañana en una película de culto. Tales fueron los casos de Sinister (2012), The Babadook (2014) o It Follows (2015). Sucede que la ópera prima del norteamericano Rober Eggers tiene todo para seguir ese camino.
Donde viven las brujas Algo malo va a suceder en esta familia y lo sabremos pronto. La bruja es, a priori, una interesante apuesta por el cine de género con la frescura de un director joven, pero no por eso poco profesional; el terror a fin de cuentas se ha convertido en un territorio apelmazado y muchas veces predecible según vengan las producciones de Oriente u Occidente. No estamos frente a otra leyenda del folklore popular. El esqueleto de esta historia está más cerca de la estructura del policial que del cuento de terror, hay una desaparición al principio y los vericuetos posteriores no proponen grandes sobresaltos. Hay notables actuaciones; la fotografía sabe manejar los ánimos dentro y fuera de la pantalla; el vestuario es implacable -lo que más ayuda a la recreación de época-; y la música es aún mejor. El presupuesto es austero y certero (tres millones y medio de dólares). Una familia de colonos exiliada (de Inglaterra, por motivos que nunca quedan muy claros) se aísla en las cercanías de un bosque donde se cree en la existencia de brujas. Hasta ahí parece otra historia de terror donde “x” ecosistema delimita el bien y el mal, lo conocido y lo desconocido, lo católico con lo pagano. Cito de memoria a Mirtha Legrand: “lo que no es puede llegar a ser”. ¿Y si realmente hay una bruja, cómo sería? Lejos de los lugares comunes y la parodiada madrastra de Blancanieves, de los hermanos Grimm, lo que aquí realmente importa no es verla o conocer sus poderes sobrenaturales, si no la mera confirmación de su existencia como prueba de una condena divina. Las referencias bíblicas son muy sutiles y desde el nombre de los personajes comenzamos a saber un poco de su suerte: una niña se llama Mercy (Piedad), el incesto sobrevuela a una pareja de hermanos y uno de los menores termina vomitando una manzana podrida que terminamos creyendo que no es otra que la del pecado original. Thomasin (Anya Taylor-Joy) es la verdadera protagonista de la historia y padece de su juventud como si fuese una enfermedad, manteniendo durante el metraje un aura de misterio y desesperanza. Los menores la señalan y los mayores la acechan, escucha en secreto cómo piensan venderla a otra familia para conseguir los factores productivos que permitan sobrellevar una sequía. En un momento, también parece resecarse la historia original aunque el virtuosismo del director sabe pegar los volantazos justos en la trama que nos meten otra vez de lleno en algo que empezábamos a creer previsible o hasta aburrido. Los mejores trabajos en la filmación los encontramos en el interior de una precaria casa que no tarda en parecer enorme ante la confusión de las situaciones y el ambiente sórdido. Las acusaciones cruzadas y la sugestión colectiva están bien predispuestas en el guión, que prepara la estocada final con titubeos y largos silencios. Las circunstancias que rodean la desaparición de un bebé en los primeros minutos parecen manejar una ingenuidad asombrosa pero es todo lo contrario con la tenacidad que se recrea una historia y una época. El peso específico del trabajo con material de archivo puede contemplarse a las claras al final, cuando lo pensamos en retrospectiva y nos olvidamos por un momento de la ficción. El final de La bruja puede dar múltiples interpretaciones pero no se traiciona a sí misma utilizando efectos espectaculares y vuelve a prescindir del susto inesperado apostando hasta el último minuto por el terror psicológico. Esta tragedia puede decepcionar fácilmente a los fanáticos ortodoxos y asimismo atraer a nuevos públicos curiosos por ver otra clave de un género lleno de clichés o simplemente atraídos por una película que viene condecorada de Sundance.
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No es bueno anunciar con bombos y platillos la llegada de una nueva película que promete “algo distinto” en el cine de género, porque inevitablemente después la orquesta no termina siendo tan virtuosa, y el sonido del cambio se convierte en ruido. Con menos metáforas sonoras: el “¿ésto era nomás?” se encuentra a la vuelta de la esquina y la jugada resulta así muy riesgosa. Buenas películas de nobles intenciones como The Babadook han corrido ésta suerte: resultaron buenas, nada más. Otras que irrumpieron pero un poco desde el silencio, como Te Sigue (It Follows), lograron más. El caso de The Witch es un extraño fenómeno que combina las cartacterísticas de ambas: por un lado, viene anunciada en festivales desde hace casi un año como “el mejor exponente de terror de los últimos tiempos”, y por el otro lo hace desde un presupuesto modesto, casi invisible, a escala reducida y nutriéndose apenas de excelentes actuaciones y climas. El resultado es, también, interesante: si bien es difícil imaginarla como un clásico ineludible del género para futuras generaciones, se ubica a la vez fácilmente entre lo mejor del cine de horror de los últimos años. La Bruja no parte de sobresaltos ni escenas demasiado impresionantes, sino que lo hace desde una linealidad que mantiene a lo largo de toda la película y que crece hasta un impactante clímax. El relato se concentra en la historia de una familia viviendo en la Nueva Inglaterra del Siglo XVII, en donde la superstición religiosa está a la orden del día, y lo siniestro o trágico se resuelve con la etiqueta de “brujería”. Tras ser expulsados de una parca comunidad, William y su familia se ven obligados a vivir en las afueras del bosque, donde la oscuridad reina y los animales adquieren dotes por demás tenebrosos. La rutina campestre se interrumpe a diario con malos augurios, que culmina en la desaparición del más reciente miembro de la familia: un bebé de apenas unos meses que se desvanece casi frente a los ojos de su hermana. Lo que sigue es una visión total del horror en uno de los pasajes más perturbadores de toda la película: una bruja dispone de la criatura para hacer de las suyas y deja caer así la desgracia sobre esta familia. Robert Eggers dirige ésta, su primera película, con envidiable pulso y no acelera los tiempos ni pierde el equilibrio al interconectar drama con terror, haciendo uso de prolongados silencios y tiempos muertos que nunca aburren, sino que por el contrario potencian el suspenso. Puede que La Bruja no tenga el mismo impacto que otros grandes exponentes del terror independiente más reciente, pero sin duda se encuentra bien arriba en el podio de lo más interesante del género de terror contemporáneo.
Uno de los estrenos del año, a la altura de las enormes expectativas que generó desde que su director, Robert Eggers, ganó Sundance el año pasado. Antes que nada, hay que decir que La Bruja es una extraordinaria película a secas, más allá de que sea, también, una película de terror. Una familia de colonos expulsada de su comunidad se instala en una granja al borde de un bosque. El bebé de la familia desaparece y a partir de ahí empiezan a pasar cosas cada vez más terribles. Con una puesta en escena sorprendente e inventiva, Eggers pone en juego a un grupo de increíbles actores, niños y adultos, con tiempo y capacidad para otorgarles a todos, aún a los más chiquitos, una personalidad, una psicología y un alma, mientras hablan -en un inglés del siglo 17- sobre Dios, el cielo y el infierno. Los animales, los objetos y los vegetales, son tan importantes como debieron serlo en esa precaria vida agricultora. Refinada, inspirada y rigurosa, en su documentada búsqueda de los cimientos del miedo, una gran película.
Las mejores historias de sugestión, terror, susto, o como quieran llamarlas, parten de la solidez de una idea y luego de cómo ésta termina por transformarse en imágenes atractivas para la gran pantalla. “La Bruja” (USA, 2015), de Robert Eggers, es una de esas historias atrapantes, en las que es mucho más aquello que no se muestra lo que termina asustando, que lo que realmente se muestra Hacia el 1600 una familia es acusada de brujería y blasfemia y, luego de ser desterrada del pueblo que habitaban en Nueva Inglaterra, terminan por afincarse a la vera de un bosque, sin saber que el destino terminaría por jugarles una mala pasada en ese paraíso al que acaban de llegar. Thomasin (Anya Taylor-Joy) , la mayor de los cuatro hijos de un matrimonio religioso extremo, vive atormentada por las durísimas rutinas laborales a las que se ve expuesta diariamente. En su hacer la niña que aún es termina por velarse y quedar relegada a un segundo plano. Por ser la más grande de los niños, ella ve cómo su infancia quedó suspendida y cualquier atisbo de entretenimiento es prohibido directamente por su castradora madre. Pero en medio de todas las prohibiciones, las supuestas, las sugeridas, las exigidas, un día mientras juega con su hermano menor, Samuel, un bebe de apenas meses, verá como su mundo cambie radicalmente, al éste desaparecer frente a sus ojos sin siquiera dejar rastro aparente. Nosotros sabemos hacia dónde va ese pequeño ser, pero la familia no, y menos Thomasin, a quien se la comenzará a tildar de actividades no tradicionales por parte de dos de sus hermanos, y las sospechas sobre una posible brujería realizada por parte de ella, será la amenaza constante con la cual la joven deberá convivir sin siquiera poder comprobar su inocencia. El sólido guión de Eggers hace que “La Bruja”, repose en ideas muchas veces vistas con anterioridad en la pantalla, las que trabajadas desde una cuidada interpretación (Taylor-Joy se come la película), reconstrucción de época, fotografía, banda sonora (Mark Korven) y una minuciosa puesta en escena , posibilitan un disfrute mayor, superando cualquier expectativa previa. “La Bruja” consolida su propuesta a partir de un trabajo más que importante en ideas sobre la oscuridad (reforzada en cada una de sus tomas), lo prohibido, la pasión, la familia, y que, en el fondo, al contraponerse con la realidad que muestra de esa familia, que vive en un constante pesar a partir de extraños sucesos que los amenaza externa e internamente al grupo, son tan solo excusas para poder hablar del gran tema del filme que es la naturaleza humana. Cuando Eggers reposa su cámara en el pecho de la joven Thomasin, mientras su hermano Caleb (Harvey Scrimshaw) espia el mismo con la misma ingenuidad de aquel que por primera vez experimenta con lo prohibido, lo hace para imponer una idea de imposibilidad de control que estará presente en todo el filme. Los cuerpos recargados de vestimentas, en contraste con la idea de esa bruja que habita en el bosque, a quien sólo veremos, y no claramente, en un puñado de ocasiones, ese lugar prohibido, en el que el monstruo se maneja desnudo a su gusto, exigen que la religión, además de taparlos, les invoque un poder de autocontrol para poder dominar sus impulsos y pulsiones más profundas a pesar de saber que si se entregan a ellos serán condenados al infierno. “La Bruja” es una lograda historia, que más allá que apuntar al terror basado en el efecto sorpresa, puede construir su propuesta de manera sugestiva más allá de cualquier presunción y tomando algunos de los recursos más interesantes del género, pero, principalmente, puede volver sobre éstos y resignificarlos con su aparente tradicionalismo y digresión narrativa que terminan por potenciar su historia.
EL HORROR COMO ORIGEN La bruja comienza con una expulsión. Una pareja y sus cinco hijos deben dejar su comunidad tras un juicio en el que el padre es condenado por poseer ideas religiosas un tanto extremas. Llegan a una parcela que termina donde comienza el bosque. Se siembra el maíz, tienen un perro, un caballo, hay cabras… Viven con lo justo pero no importa. Dios ampara. Thomasin (Anya Taylor-Joy), la mayor de los hijos, ya adolescente, juega con su hermano bebé. De un momento a otro el pequeño desaparece frente a sus ojos. Algo se lo ha llevado al bosque… pero ¿qué? En el folclore, el bosque ha estado siempre asociado al secretismo, al rito iniciático, al lugar mágico, al territorio de lo sagrado y lo demoníaco. El debutante Robert Eggers logra darle un giro a la convención haciendo que La bruja se despegue de las típicas películas de horror para convertirse en un drama histórico con tintes terroríficos. Aquí el hogar da más miedo que la intemperie. La amenaza es el orden familiar y no el caos salvaje. La depositaria de la “gran culpa” será Thomasin, por haber estado con el bebé cuando desapareció, sí, pero porque carga con el doble estigma de ser adolescente y mujer. Aunque el despertar sexual es siempre complejo, en estas condiciones se vuelve problemático y hasta perturbador. Ubicada temporalmente sesenta años antes de los juicios de Salem, La bruja recrea la vida en las colonias con asombrosa verosimilitud. El microcosmos de la familia de William y Katherine pinta a una sociedad que no tiene con qué hacerle frente a esa tierra bárbara, y por lo tanto impura. Si la religión es el arma con el que combatir contra lo indómito del nuevo continente, el tiro sale por la culata. El supuesto mal expulsado es en realidad intrínseco y como tal imposible de extraer. Los mecanismos destinados a anularlo lo fortalecen y al volver, sus efectos son demoledores. Se podría decir que La bruja forma parte de aquellas películas “inspiradas en hechos reales”, pues el propio director se basó en documentos históricos y actas judiciales del siglo XVII para armar sus brillantes diálogos y construir sus personajes, de ahí su subtítulo: A New England Folktale. Lo que es seguro es que sus atmósferas opresivas y hasta claustrofóbicas cuentan la historia un germen. Aquellas colonias puritanas de Nueva Inglaterra son los Estados Unidos antes de ser los Estados Unidos. Resulta curioso (o no tanto) que el género que mejor se adecúe para narrar la simiente de lo que hoy es la potencia admirada, el país que marca la norma, sea el terror.
Tan sutil como aterradora y tan polémica como divisiva, "The Witch" es una de esas propuestas que merece ser vista en una sala de cine, no solo para apreciar en pantalla grande lo realizado aquí por Robert Eggers, sino para compartir con otros espectadores la experiencia y ser testigo de sus reacciones. Una inquietante cinta que no dejará indiferente al público.
La ética protestante y el espíritu del bosque Cuando nos enteramos de que “La bruja”, una cinta que a todas luces parecía transitar por el lado del terror, venía con reconocimiento del Festival de Sundance (Mejor Director en Drama Estadounidense para Robert Eggers), sospechamos que era algo especial. Y el subtítulo original nos decía algo: “Una historia folclórica de Nueva Inglaterra”. Porque uno de los logros de la cinta, antes de su realización, es su premisa fundante: ¿Cuál es el mejor ámbito para una historia demoníaca? No, el mundo de los adolescentes modernos, tan explotado por el cine de terror convencional, donde tiene que aparecer una vecina o un abuelo bibliotecario con un viejo volumen sobre demonología para aportar algo de información. Mejor es un tiempo y un lugar donde al Diablo se le conozcan las mañas, y sea un huésped no invitado a la mesa cotidiana. Ese lugar es la Nueva Inglaterra original, en la actual Costa Este de Estados Unidos, pero en los tiempos posteriores a que el Mayflower transportara a los primeros peregrinos puritanos, protestantes calvinistas que huían de las persecuciones religiosas de los tiempos del rey Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia (aquellos que llegaron con miedo, según la mítica secuencia animada de “Bowling for Columbine”). Es decir, cuando los preadolescentes recuerdan la vieja Inglaterra, y hasta el perro que nació allá. En los tiempos en que se hablaba el inglés isabelino donde se decía aye en vez de yes; thee en lugar de you, y thy en lugar de your. La fe y la gracia La historia arranca con el exilio de William de “la plantación” (¿la colonia Plymouth original?), por ser demasiado fanático quizás de aquellas doctrinas. Así, el peregrino de sombrero con hebillas se va con su piadosa esposa Katherine y sus cuatro hijos a armarse una vida extramuros, en la linde de un bosque. Allí nace un quinto hijo, el bebé Samuel, mientras los mayores crecen asustados por la doctrina luterana de las “cinco solas”: aquella que incluye conceptos como sola fide (sólo la fe salva, independientemente de las acciones), sola gratia (sólo salva la gracia de Dios, nada que podamos hacer) y solus Christus (Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre, por lo que hay que hablarle a él directamente). Y eso arrancando en números negativos, ya que cargamos con el Pecado Original y pecadores somos de la cuna a la tumba. Hasta allí, la bruja del título no tendría ni necesidad de aparecer: la batalla contra el Diablo es cosa de todos los días, y la pintura que Eggers logra de ese mundo es impactante. Pero sí, lo sobrenatural entra a jugar en la historia, y cuando a la floreciente Thomasin, la hija mayor, le “desaparezca” el bebé a su cuidado, las cosas comenzarán a ponerse feas para la familia. Y ése es otro acierto: el balance entre los males que trae el Mal y la crisis de fe en Dios o en el prójimo que empiezan a vivir. Día y noche La puesta visual es una combinación de novedades y recursos conocidos, pero no por ello menos refrescantes. Estamos ante una cinta bastante diurna, donde el día tiene esa cosa fría y tensa como esperando la noche por venir (un poco al estilo del M. Night Shyamalan de “Los huéspedes”, o su bosque en “La aldea”). Están también los espacios abiertos, vírgenes y feroces de esa etapa primigenia de la colonización americana (recientemente revisitados, pero con una ambientación de casi dos siglos después, en “El renacido”). Pero también se luce la fotografía de Jarin Blaschke, que se mueve entre esos paisajes y los interiores de la casa, iluminados por velas de noche y por el sol indirecto durante el día, manejando algunos claroscuros que bien logran ocultar o “semimostrar”, según lo demande el guión. La música de Mark Korven crea clima y se pone renacentista sobre el final. Hay también planos largos de rostros, que hacen temer un poco la llegada del contraplano. Y un detalle que parece casual pero que se va consolidando: los fundidos a negro que duran algún que otro segundo más de lo esperado y ejercen una profunda inquietud sobre el espectador. Los rostros Y el concepto de puesta visual incluye al elenco. Porque es un filme “de casting”, donde ya los rostros y los cuerpos elegidos dicen mucho: esos adultos envejecidos prematuramente, esmirriados; y esos niños con muy poco de infantil. Anya Taylor-Joy como Thomasin, con unos ojos extremadamente grandes, como ventanas del alma. Ralph Ineson como William, flaco, fibroso y endurecido, un Cristo avejentado cuando corta leña con el torso desnudo. Harvey Scrimshaw como el pecoso y atribulado Caleb, un cordero sacrificial en su clímax, bajo la claridad azulada. Ellie Grainger y Lucas Dawson en la piel de los mellizos Mercy y Jonas, que miran con los ojos como pozos oscuros. Y la huesuda Katherine de Kate Dickie (la Lysa Arryn de “Game of Thrones”), que dando de mamar con cofia y cara de sufrida en la penumbra parece una escenificación de “Sin pan y sin trabajo”, el mítico cuadro de Ernesto de la Cárcova. En síntesis: una agradable sorpresa para las pantallas y una buena manera para que el espectador católico argentino conozca la ética protestante (de la que hablaba Max Weber) de ancestros fundadores de Estados Unidos. Y de paso, descubrir que la bruja de Blair también tenía sus propios antepasados.
El terror más efectivo Una nueva producción de este taquillero género se estrena este jueves para mostrarle a muchos realizadores cómo se debe llevar a la pantalla una obra de estas características El Bebé de Rosemary, considerada una de las mejores películas de terror de todos los tiempos, nunca se vio en pantalla. La Bruja tampoco. Por alrededor de una década, varios directores de cine de terror le estuvieron tratando de hacer creer a los espectadores que cuanto más explícita y asquerosa es una escena, más miedo ocasiona. Pero lo cierto es que el ser humano le teme a lo desconocido, por lo que un montón de tripas en el piso sólo ocasionan un poco de morbo pero no terror. Por suerte existe un director que se llama Robert Eggers que logró lo que parecía imposible: asustar sin mostrar. Y eso para porque La Bruja es así: una película que recurre a la propia imaginación del espectador para qué este decida qué es lo que la villana hace y lo que ocurre por la propia naturaleza de sus personajes. La historia lleva al espectador a la Nueva Inglaterra de 1630 cuando una familia decide separarse de una de esas comunidades ultrarreligiosas y asentarse por su lado en una granja que construyen en los límites de un bosque. Lo que no saben William y su familia es que en el bosque se esconde un poder oculto que los hará pasar las mil y unas penurias comenzando por la desaparición del bebé de la familia, Sam. La bruja está filmada con estilo que evoca de alguna manera el surrealismo alemán de la década deñ ´20 que tantos adeptos ganó merecidamente gracias a producciones como Nosferaru y el Gabinete del Doctor Caligari. Precisamente, Eggers, que ganó el premio del festival de cine independiente de Sundance por este trabajo, será el encargado de llevar a cabo la remake de Nosferatu en un futuro próximo. Lo que debe entender el espectador antes de someterse a esta experiencia es que no se va a encontrar con un film "tradicional" sino, muy por el contrario, La Bruja es más parecido a uno de esos cuentos de la abuela que no siempre terminaban de la mejor manera. El director utiliza la cámara y hasta los efectos especiales para desarrollar a los personajes, ninguno de los cuales es más importante que el otro –salvo quizá por la bella Anya Taylor-Joy que tiene algunos minutos más de cámara- y el resultado termina siendo poco más que sorprendente con el uso de filtros y luces y sombras. Cabe sólo recomendar esta película a todos los amantes del género así como también a los cinéfilos que le huyen al terror pero que encontrarán aquí arte en su estado más puro.
Un cuento de terror a la antigua “La bruja” llegó a las pantallas bahienses con su carga de suspenso creado como en los viejos tiempos. Se trata del debut cinematográfico de Robert Eggers y fue aplaudido en el Sundance. La historia de La bruja se sitúa en la Nueva Inglaterra de 1630. Colonos ingleses y cristianos luchan por sobrevivir en aldeas cerradas, rigiendo la convivencia a través de duras leyes basadas en la religión y la superchería combinadas. Todavía no se realizaban las masivas cacerías de brujas que luego serían quemadas en la hoguera, y pasarían al menos 60 años para la realización de los juicios de Salem que tanta literatura y títulos cinematográficos inspiraron. Sí, aparecían y en el desarrollo de esta narración se destaca, el germen de lo que décadas más tarde sucedería. La situación humilde no es sinónimo de ignorancia en todos los casos y es por esto que un padre de familia se atreve a enfrentar al tribunal de clérigos del poblado, y al repudio responde con la autoexclusión con su esposa y cinco hijos. En cercanías de un bosque y un arroyo, la familia inicia una nueva vida que resulta feliz, hasta que el bebé Samuel desaparece frente a la mirada de Thomasin, su hermana mayor, sin explicación lógica alguna. Tampoco la hay para la pudrición de la cosecha, la repentina agresividad de los animales de la granja y una serie de nuevos sucesos extraños que cada quien irá atribuyendo a distintas formas de manifestación del mal. La narración lineal, trabajada por el director Robert Eggers en un ambiente sencillo enfatizado por la luz natural y el sonido (se trate de música o ambiente), le da a este relato un carácter tan acertivo como el de los cuentos de terror narrados al pie de una chimenea en una tormentosa noche de invierno. Con elementos casi artesanales, este debutante tras la cámara mantiene en alerta al espectador, con sobresaltos que devienen de una construcción casi teatral, donde la sugestión de la platea completa el juego. El filme se realizó con un presupuesto bajo y tiene en sus filas a la entonces debutante Anya Taylor-Joy, en el papel de Thomasin, y a los experimentados Ralph Ineson (visto en tres Harry Potter, y en las series Game of Thrones y The Office), y Kate Dickie (Lysa Arryn en Game of thrones) en los roles de padres. Estos son los adultos. Los niños Harvey Scrimshaw (Caleb), Ellie Grainger (Mercy) y Lucas Dawson (Jonas) también son de temer.
Un murmullo lejano. Sobre límites y distancias en La Bruja Hace aproximadamente un mes se estrenó en Argentina La bruja (The Witch, 2015), primer largometraje del norteamericano Robert Eggers. Es común que cada tres o cuatro semanas se estrene una película de terror a nivel nacional. Muy cada tanto, alguna de esas películas goza de un consenso favorable entre la crítica. El año pasado pasó con Te sigue (It Follows, David Robert Mitchell, 2014), una película interesante que se estrenó en Argentina dieciséis meses después de su premiere en el Festival de Cannes, cuando ya había sido vista vía internet por casi todos los interesados en el género. El cine de terror cosecha 2016 ya había tenido su primer semi-consenso crítico a nivel nacional con Los hijos del diablo (The Hallow, 2015), también un debut, aunque en este caso de un irlandés llamado Corin Hardy. La sobrevaloración crítica de Los hijos del diablo se debió, creo, a un mecanismo muy frecuente: como la gran mayoría de las películas de terror que se estrenan en los cines locales son fotocopias deslucidas de historias ya conocidas por todos, secuelas intrascendentes o máquinas de sobresalto gratuito (y, a veces, todas esas cosas juntas), apenas aparece una película más o menos atractiva pasa a convertirse en la nueva revelación del género. Los hijos del diablo arrancaba de manera prometedora, pero hacia la mitad se convertía en todo eso a lo que le venía escapando: un caos de bichos digitales y desprolijidad narrativa. Explico esto, en parte, para argumentar mi escepticismo hacia La bruja, la supuesta nueva gran película de terror que pasaba por las salas nacionales. Lo primero que se puede decir de La bruja es que apunta alto desde su nivel más básico: propone un juego entre drama familiar, terror sobrenatural y temática religiosa que la posiciona en un diálogo directo con El exorcista (The Exorcist, William Friedkin, 1973). Como mirada general sobre el género, creo que incluso las películas más creativas de los últimos años no logran salirse de las diferentes matrices establecidas por los clásicos de los setentas y ochentas (matrices que probablemente fueran previas, sólo que en esas décadas se reinventaron con particular originalidad): así como La bruja entabla un diálogo con El exorcista, Te sigue lo hace con Noche de brujas (Halloween, John Carpenter, 1978) y Pesadilla en lo profundo de la noche (A Nightmare on Elm Street, Wes Craven, 1984). La cuestión es si logran dialogar con argumentos propios o si son –para repetir una expresión usada más arriba– una mera fotocopia deslucida. El debut de Eggers tiene la característica de trabajar al horror desde diferentes planos. En resumen: La bruja trata sobre una familia inglesa que, a mediados del siglo XVII y recién llegada a tierras americanas, es expulsada de la comunidad en la que viven. Al poco tiempo de instalarse en una casa precaria al lado del bosque desaparece, en un abrir y cerrar de ojos, el bebé de la familia. Las acusaciones recaen, inmediatamente, sobre la hija mayor, que era quien lo estaba cuidando en el momento de la desaparición. El peso de la religión y la creencia en la brujería tienen un lugar crucial en estas acusaciones: la joven, en plena adolescencia y autodescubrimiento sexual, es señalada como una bruja por su propia madre. La película se debate, de acá en adelante, entre el drama familiar suscitado por estas acusaciones (y otros acontecimientos tan trágicos como la desaparición del bebé) y la búsqueda por parte de otro de los hijos de una supuesta bruja que vive en el bosque. A diferencia de El exorcista, donde el espectador y los protagonistas viven paralelamente la conversión del escepticismo a la creencia religiosa (en el marco de la diégesis del film, de más está decirlo), en La bruja los personajes creen desde el comienzo en la presencia de seres sobrenaturales. La complejidad de La bruja reside justamente en ese cuerpo heterogéneo, donde el horror es, al mismo tiempo, religioso-social y sobrenatural. La contracara más evidente podría ser La aldea (The Village, M. Night Shyamalan, 2004), en la cual el horror social reemplaza al horror sobrenatural. A su vez, este carácter dual está directamente vinculado con una dualidad estética: por un lado, La bruja funciona en su puesta en escena fría y distante, cuya calma aparente sugiere todo el tiempo el advenimiento del espanto. Esto no quita, sin embargo, que la película resulte, por momentos, demasiado prolija para su propio bien. O para decirlo de otra forma: es una película que apenas comienza establece su zona de confort y apenas sale de allí durante el resto del metraje. Algunos pasajes del film chocan por salirse de la propuesta inicial, pero son pocos. Un ejemplo claro es el plano de la bruja joven atrayendo a su casa al niño que salió a buscarla. No sorprende, sin embargo, que estas pocas derivaciones estéticas sean, también, los momentos más fallidos del film: La bruja funciona cuando se siente cómoda y estable. Otro aspecto atractivo de la película es que logra crear un universo uniforme apelando a influencias diversas, que trascienden los ámbitos de la ficción y el imaginario de terror. En la escena de la posesión del niño, por ejemplo, es posible rastrear algo del Dreyer de Dies irae (Vredens dag, 1943) – si bien no en forma de homenaje o guiño explícito, sí en cierta austeridad a la hora de poner en escena un estado límite y expresivo (en este aspecto, la distancia con el film de Friedkin es abismal). La austeridad de la puesta en escena funciona doblemente: en parte porque contribuye al impacto de las escenas de mayor potencia emocional (la escena clave de la cabra Black Phillip es un buen ejemplo) y en parte porque es coherente con el dogmatismo religioso en que viven los protagonistas. Funciona como contribución a un clima moral gris y opresivo, pero también como un posicionamiento del punto de vista: el terror se concreta porque nos sentimos parte de ese clima y no por elementos externos o artilugios baratos. Un último elemento a destacar es que La bruja juega desde el comienzo con la idea del límite: qué mostrar y cómo mostrarlo es una pregunta constante. Desde la primera escena, donde en la iglesia de la comunidad informan a la familia de su expulsión, el foco está puesto en cómo el horror impacta en los rostros y las miradas de los personajes. Si el foco estuviera puesto exclusivamente en cómo los afecta a nivel interno, se convertiría en un film estrictamente psicologista. Si estuviera puesto en aquello que origina el horror, correría el riesgo de caer en la redundancia visual, a costa de dejar de generar auténtico terror para pasar a asustar o desagradar. El film no evita estos dos puntos, sino que busca una suerte de equilibrio. Hacia el final, Eggers opta por mostrar un aquelarre (no es la primera vez que muestra el horror, pero sí la primera vez que lo hace con claridad, con pulcritud). En este momento la película llega a su zona de mayor peligro y, a la vez, alcanza el punto en el cual ya no queda nada más por mostrar: no es casual que sea justo en su momento final cuando abraza de lleno uno de sus límites (con sutileza, pero lo abraza al fin). La película podría continuar: mostrar qué ocurre una vez que la joven conoce a las brujas sería coherente con lo que se viene narrando hasta el momento. Sin embargo, Eggers hace coincidir el límite expositivo del film con su clímax narrativo. Más allá de que agrade o no la decisión de mostrar el aquelarre, este final es una nueva –la última– muestra de coherencia de la película.
Llega el estreno de terror ingles, La Bruja de Robert Eggers; después de su paso por varios festivales del mundo. Una familia de colonos es expulsada de su comunidad, sin que sepamos el motivo. Se trasladan a vivir en las márgenes de un bosque, el padre , William (Ralph Ineson), Katherine, su esposa (Kate Dickie) , Thomasin, su hija mayor (Anya Taylor- Joy), el hijo del medio, Caleb (Harvey Scrimshaw) y los gemelos Jonas (Lucas Dawson) y Mercie (Ellie Grainer). Al poco tiempo nace el quinto hijo, Samuel, y es su desaparición lo que desata la desdicha de todo el clan, con la angustia de la culpa de sentirse atormentados por alguna maldición que ha caído sobre ellos. La opera prima de Robbert Eggers, está basada en leyendas y relatos folklóricos, trabaja sobre la descomposición de los vínculos de esta familia de Nueva Inglaterra de 1630. Cargada de símbolos :el macho cabrío, que se asocia con Satanás sobre todo cuando se le involucraba en ritos satánicos y con aquelarres (palabra que proviene de Aker, “macho cabrío” en euskera), el cáliz de plata, la manzana (representación del paraíso y del pecado) la sangre, la fiebre, la carne, la desaparición de un niño sin bautizar, la belleza de la mujer como tentación y todas las manifestaciones de fanatismo religioso que en lugar de proteger y dar paz a este núcleo, lo arrinconan en un entramado de degradación moral. Todos tienen algo que ocultar y son sospechados de haber pactado con el Diablo. El universo de desgracias se instala, no solo físicamente, a orillas de ese bosque en una tierra en la que nada parece germinar y los animales son difíciles de cazar, sino también en la mente de cada uno de los miembros de ese primer núcleo de la sociedad, que es la familia. Esa paranoia es lo que dará lugar a los sucesos que se instalarán muchos años después en la locura de los juicios de Salem. Y de menor a mayor, la tragedia será irremediable. Visualmente, La bruja, tiene una atmosfera inquietante pero realista, no hay efectos especiales, ni artificios, ni siquiera de maquillaje. La búsqueda del terror apela más al drama que a la consecuencia de lo inesperado. La desdicha conmueve más que lo diabólico. No hay casi atisbo de belleza en ese paisaje al borde de un bosque oscuro, donde ni el verde es agradable, donde siempre parece estar nublado, la pesadumbre lo invade todo, los niños son inquietantes, y los preceptos que van contra la voluntad de Dios circulan de manera notable, la lujuria, la pereza, la ira, la avaricia, en un lugar en medio de la nada. Las consecuencias del puritanismo repulsivo, la frustración y la tristeza como ejes existenciales en una película que sacude al género de terror, para colocarlo en un sitio de igualdad a otros de mayor prestigio, no ya como género menor. Y que en una de sus múltiples lecturas convierte al fanatismo religioso en una de las locuras que enajenan a las sociedades de todos los tiempos.
Sobre La Bruja y el terror favorito de Sundance La Bruja es probablemente la película de terror que más expectativas generó en lo que va del año. Premio a mejor director en Sundance, buen recibimiento de la critica en Estados Unidos y algún que otro rumor fueron preparando el terreno para que su llegada a nuestras salas estuviera llena de eso a lo que hoy en redes sociales y afines se conoce como hype. La Bruja no funciona por muchos motivos pero ninguno de ellos es la expectativa generada, que en este caso sólo es uno de los síntomas de una llamativa tendencia estilística. La tendencia aplaudidora actual, en lo que al cine de terror refiere, pasa por el cine de distanciamiento, por ver el objeto, la cosa, sabiéndose fuera, sabiéndola un otra cosa justamente. El ritmo, la fotografía kubrickiana, el alejamiento emocional de los personajes y la constante necesidad de no mostrar son algunos de los rasgos más marcados de este tipo de films. No estoy desacreditándolos ni mucho menos, algunos funcionan muy bien dentro de ese formato en el que podríamos reunir cintas como Starry Eyes, Babadook, It Follows, We Are Still Here y We Are What We Are por ejemplo. Es un cine anempático y por eso mismo me resulta llamativo que haya encontrado su terreno dentro del terror, genero que necesita por su misma esencia, tocar al espectador emocionalmente. La Bruja es obviamente uno de estos films y por eso su gran recibimiento. La Bruja es un film cuyo pictoricismo rodea, empaqueta y vende la vacuidad como material artístico. Dentro de este grupo de películas las hay buenas y regulares pero lo que si resulta problemático es que estas, que se venden como la opción al otro 90% de cintas que colman las carteleras semana a semana, están sostenidas en las mismas premisas. Tanto este grupo de films como los otros le escapan constantemente al terror como sensación. Los otros cien estrenos de terror del año apuntan a la burla, a que el adolescente vaya a verlos con sus amigos y se ría de la minita que muere de forma estúpida, lo berreta de la máscara del asesino o la inoperancia del exorcista de turno. Estos, en cambio, hacen que el publico piense en la hermosa fotografía, en lo sofisticada que es la banda sonora y recursos similares pero nadie puede sentir miedo mirando La Bruja. ¿Que pasa con el terror entonces?. El que cree que el cine de terror está ahí para burlarse de él o sólo para analizarlo está equivocado. El terror es el genero que nos conecta con las zonas más profundas de nosotros mismos porque es el genero que nos pone en las situaciones más extremas en cuanto a decisiones se refiere. Es el arte que nos conecta indefectiblemente con la muerte como posibilidad, tanto nuestra como de nuestros seres queridos. Obviamente no lo hace de forma literal ni consciente pero por un tiempo determinado, cuando estamos a oscuras frente a una obra que nos absorbe de tal manera que olvidamos lo que está alrededor, esa proyección se hace efectiva y tenemos miedo. La película pone en relieve algunas ideas que no termina de desarrollar, hay un clima incestuoso que parece sólo usarse como decorado, hay un ambiente paranoico que la misma película se encarga de desarmar llenando el relato de apariciones demoníacas que parecen no tener relación entre sí. Pero lo que más afecta al film es su falta de pasión en cuanto a las ideas que quiere comunicar. Lo que falta es sangre, y no en pantalla, sino en las venas de esa cinta que parece estar más interesada en ser una inerte pieza de museo en lugar de buscar mantenerse cambiante (y por ende viva) en la cabeza de los espectadores. Al terror le falta riesgo, le falta Corman, Carpenter, Tobe Hooper, Romero, incluso Craven. Al terror le está faltando terror.