La bruja de los secretos.
La inquisición medieval y su secuela, el tópico “hechiceros malignos”, han sido explotados ampliamente por el cine a lo largo de los años, con un rango discursivo de lo más variado: tenemos desde propuestas críticas para con la hipocresía del aparato eclesiástico como Witchfinder General (1968) y Los Demonios (The Devils, 1971), pasando por películas más irónicas como Las Brujas de Eastwick (The Witches of Eastwick, 1987) y La Maldición de las Brujas (The Witches, 1990), o films de quiebre como El Bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), hasta opus que reinciden en el horror tradicional a la Suspiria (1977) y Warlock, el Brujo (Warlock, 1989).
A decir verdad La Cabaña del Diablo (Gallows Hill, 2013) está muy lejos del trasfondo ideológico de -por ejemplo- las adaptaciones de The Crucible, la mítica puesta teatral de Arthur Miller (conocida en los países de habla hispana como Las Brujas de Salem), y se contenta con simplemente reproducir cada uno de los lugares comunes del subgénero en su modalidad exploitation, aunque por suerte sin desembocar en la sonsera de la pluralidad de mamarrachos de los últimos tiempos. La obra del realizador Víctor García, un asalariado con diversas continuaciones en su haber, adopta la fórmula de los slashers ochentosos y le agrega la típica aberración demoníaca que nos regaló el J-Horror, hoy convertida en cliché.
En esta ocasión la historia gira alrededor del viaje a Colombia que encara David Reynolds (Peter Facinelli) en pos de convencer a su hija de que asista a su próxima boda, luego del fallecimiento de su primera esposa. Desde ya que el catalizador narrativo será un accidente automovilístico y el arribo a una casona inhóspita: allí el protagonista y todo su clan (prometida, hija, la tía de la chica y su novio) conocerán al propietario, Felipe (Gustavo Angarita), quien se enfurecerá cuando descubra que los invitados están obsesionados con liberar a la nenita que tiene encerrada en el sótano. Como las apariencias engañan, la pequeña pronto revelará su naturaleza perversa y su predilección por los secretos sucios.
Dos de los mayores problemas del terror actual son la falta de imaginación en lo referido a las muertes y el déficit de gore a nivel del contenido, obstáculos que La Cabaña del Diablo supera mediante el facilismo de no mostrar los primeros decesos, lo que funciona como un intento sencillo y bienintencionado de generar suspenso. Lamentablemente luego volvemos a la misma dinámica de siempre basada en CGI pomposos y un desarrollo de manual, sin demasiado vigor que digamos. Las actuaciones son bastante decentes y se agradece que por una vez se hayan contratado intérpretes locales que no pasan vergüenza (de hecho, la mitad del convite está hablado en castellano), sin embargo la mediocridad continúa primando…