Apología de la inmadurez.
Algunos sectores de la industria cinematográfica contemporánea no dejan de sorprendernos con la magnitud de las malas decisiones que toman, pensemos por ejemplo en el caso en cuestión: estamos frente a una remake de un opus de por sí mediocre y anodino, ¿y cuál es el resultado? Otro producto que no sólo no cumple con lo que promete sino que además es un duplicado escena por escena del original. Ya Cabin Fever (2002), del ingenuo Eli Roth, había generado una secuela y una precuela, Cabin Fever 2: Spring Fever (2009) y Cabin Fever 3: Patient Zero (2014), la primera dirigida por el genial Ti West y destruida por los productores, quienes refilmaron secuencias y reeditaron la película hasta convertirla en un bodrio similar al de Roth. En algún punto de la preproducción de la que sería la cuarta parte a alguien se le ocurrió transformar el proyecto en una “reinterpretación” del guión del 2002.
Como si se tratase de la contracara del viejo refrán “si no está roto, no lo arregles”, aquí sí el material de base pedía a gritos una reescritura que incluya un gramo de originalidad y permita ir más allá de la colección de citas de turno, vinculadas a lugares comunes como Deliverance (1972), Mother’s Day (1980) y Diabólico (The Evil Dead, 1981). Una vez más sabe a rancia la anécdota del grupito de jóvenes descerebrados que se trasladan a una cabaña y que terminan siendo devorados por un virus carnívoro y perseguidos por los locales, un esquema que pretende combinar la comedia negra y el gore pero que se hunde a causa de una paupérrima estructuración narrativa (en el fondo estamos ante una apología de la actual generación de burgueses treintañeros que viven en una especie de limbo de la inmadurez: fanáticos de los videojuegos, sin ideales y obsesionados con las redes sociales).
En otras realizaciones similares la falta de personajes interesantes o con profundidad suele ir de la mano de un planteo retórico sarcástico que habla -de manera tangencial- de la cultura de la sandez y la incomunicación de nuestros días, no obstante La Cabaña del Miedo (Cabin Fever, 2016) apenas si funciona como otro exponente del cinismo más insulso, ese que no sólo se lava las manos en lo que atañe al entramado ideológico sino que para colmo ni siquiera dignifica al formato entregando un producto compacto y entretenido, más bien todo lo contrario. En este sentido, resulta increíble que el propio Roth (hoy productor además de guionista) y el director Travis Zariwny (con un generoso historial como diseñador de producción) no hayan corregido la interminable catarata de “nada” que acontece a lo largo de los primeros 60 minutos de metraje, una oda a los clichés más burdos y a la trivialidad de los diálogos.
Considerando que la capacidad de Roth para asustar al espectador es casi nula, lo mismo que su habilidad para manejar algún tipo de sutileza narrativa, nuevamente nos vemos obligados a recordar que lo único bueno de su carrera se resume en Hostel (2005) y su continuación del 2007, en las que sí pudo sacar partido de su sensibilidad exploitation y hasta logró lucirse gracias a las truculencias y algunos destellos de una sátira inteligente en torno a la naturaleza paradójica del turismo (extranjeros -entregados a un consumismo homologado al disfrute- que se autoasignan la tarea de descubrir la esencia de una cultura extraña). La propuesta que nos ocupa no tiene razón de ser porque no supera a la original en ningún aspecto, lo que a su vez pone de relieve la desesperación de un Hollywood que recurre a obras decadentes a la hora de reversionar y/ o “compensar” su falta de ideas…