Liturgia del autobombo cristiano
Las películas con referencias bíblicas son tan antiguas como el cine y desde el nacimiento del medio hasta entrada la década del 50 controlaron el bastión de las epopeyas históricas del mainstream. La decadencia de las religiones masivas de mediados del siglo pasado en adelante, primero por los movimientos contraculturales y luego por el cinismo consumista contemporáneo, generó un reflote del interés del séptimo arte por el rubro que nada tiene que ver con aquellos mamotretos de aventuras del pasado, más bien todo lo contrario: las gestas pomposas de antaño se transformaron -en mayor o menor medida- en fábulas cristianas que ofrecen una interpretación muy simplista de distintos pasajes y mitos de la Biblia con el fin de meterse en el bolsillo a los creyentes de las miles de sectas protestantes que a su vez aggiornaron su discurso para acercarse al new age de la autoayuda espiritual.
A pesar de que esta multiplicación de pastores cristianos -tendientes a repetir cual loros las mismas sentencias remanidas de siempre- es un fenómeno centralizado en Estados Unidos, que obedece a un aprovechamiento económico del vacío ideológico de gran parte de una población lobotomizada por los medios de comunicación y las estupideces que suele entregar la industria cultural en general, en el resto del globo también podemos encontrar diferentes coletazos de esta lógica del capitalismo de la fe: por ello los films producidos para este segmento específico del mercado actual pueden estrenarse en lugares tan distantes y/ o impensados a priori como -por ejemplo- Argentina. Casi todas estas obras arrastran una mediocridad cualitativa preocupante, en esencia un problema clásico de la propaganda, ya sea la que pretende ganar nuevos adeptos o la que busca ratificar principios ya asentados.
El último eslabón de la ristra de productos religiosos de nuestros días es La Cabaña (The Shack, 2017), un trabajo insufrible cargado de estereotipos melodramáticos, sermones facilistas sobre la aceptación de las tragedias, un paupérrimo desarrollo de personajes y una colección de escenas aburridísimas que se extienden a lo largo de 132 minutos sin ninguna justificación real. Curiosamente uno de los mejores exponentes del rubro jamás llegó a estrenarse a nivel local, hablamos del dramón post apocalíptico Z for Zachariah (2015), y las potables Señales (Signs, 2002) y Prueba de Fe (The Reaping, 2007) ya quedaron algo lejanas en el tiempo. Para nuestro espanto, sí tuvimos que soportar bodriazos como Tierra de María (2013), El Remanente (The Remaining, 2014), El Apocalipsis (Left Behind, 2014), El Gran Pequeño (Little Boy, 2015) y la lamentable Cuarto de Guerra (War Room, 2015).
Aquí una vez más estamos ante la parábola de un padre, Mack Phillips (Sam Worthington), que debe afrontar la muerte de una de sus hijas, ahora a manos de un asesino en serie. Luego de recibir una carta en la que lo invitan a concurrir a la cabaña del título, la liturgia del autobombo cristiano comienza gracias a las “reflexiones” que disparan las charlas que el susodicho mantiene con Dios (Octavia Spencer), Jesús (Avraham Aviv Alush) y el Espíritu Santo (Sumire Matsubara). Resulta francamente increíble que el británico Stuart Hazeldine, responsable de la interesante aunque algo fallida El Examen (Exam, 2009), se haya prestado para este mamarracho por encargo, una película manipuladora que celebra esa típica pasividad religiosa que bajo la excusa de curar las heridas de la vida continúa reproduciendo el ciclo de estafas morales/ económicas/ políticas de las elites gobernantes…