Manual de explotación de recursos humanos
En la actualidad pocos films construyen un mundo con una lógica propia tan claustrofóbica como la del tercer opus del norteamericano Richard Kelly. Al igual que en las obras de culto Donnie Darko (2001) y Las horas perdidas (Southland Tales, 2006), aquí nos presenta una historia fantástica con ribetes terroríficos, ambientación paranoica y una gran densidad intelectual. Nuevamente el banquete está servido tanto para fanáticos como para detractores: en La Caja Mortal (The Box, 2009) reaparecen la narración gélida pero meticulosa, el tono apocalíptico y esa edición plagada de elipsis y vueltas de tuerca difusas. El realizador entrega una película consecuente para con sus inquietudes que no sólo respeta los cánones de los géneros trabajados, sino que además resulta un verdadero triunfo artístico al combinar con maestría una estructura de tragedia griega y un misterio envolvente símil Alfred Hitchcock.
Norma Lewis (Cameron Diaz) y su esposo Arthur (James Marsden) reciben una enigmática caja de madera con una cubierta de vidrio, una cerradura y un botón en su interior. Junto con la encomienda encuentran una tarjeta anunciando la llegada del Señor Arlington Steward (Frank Langella) a las cinco de la tarde de ese día. Ambos se mantienen incrédulos y siguen con sus rutinas hasta que finalmente arriba el visitante y ella en soledad se ve obligada a escuchar su propuesta. La pareja debe elegir entre dos opciones específicas: apretar el botón implica hacerse de un millón de dólares y a la vez provocar la muerte de un desconocido, por supuesto de abstenerse la penosa situación financiera de la familia permanecería invariante. El extraño suministra la llave del cofre, abre un maletín con todo el dinero en efectivo y antes de marcharse da un plazo de veinticuatro horas para deliberar.
La premisa básica que funciona como disparador del relato surge del cuento corto Button, Button del renombrado escritor y guionista de ciencia ficción Richard Matheson, colaborador histórico de Rod Serling en la serie televisiva La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone). A pesar de que existe un puñado de adaptaciones anteriores, incluso una de 1986 para aquel refrito de la mítica tira, en este caso tenemos que hablar en términos de “inspiración lejana” debido a que Kelly premeditadamente da por concluido el cuento original a los 20 minutos de iniciada la proyección y el susodicho episodio a la media hora, homenajes explícitos mediante. El resto del metraje es de su completa invención: de a poco el humanismo con tendencias bíblicas deriva hacia los dilemas morales, la responsabilidad social y el existencialismo con diversas referencias a Jean-Paul Sartre y Arthur C. Clarke.
De hecho, el cineasta introdujo cambios que le imprimen un dejo autobiográfico al film. Norma perdió casi todos los dedos de un pie por la conducta negligente de un radiólogo como su madre y Arthur codiseñó para la NASA la cámara utilizada en las sondas Vikingo como su padre. Si a estos datos sumamos que la acción transcurre durante 1976 y reparamos en el enorme peso que dentro de la trama tiene el amalgamiento entre tecnología y magia, eventualmente se tomará conciencia de hasta qué punto están plasmados sus intereses personales. Sin profundizar demasiado podemos afirmar que algunos elementos del comienzo y el desenlace hacen recordar a Stanley Kubrick; en especial los diálogos pausados, la precisión en la puesta en escena, la focalización sobre determinados gestos y el empleo de acercamientos furiosos para retratar procesos de paulatina deshumanización.
El excelente guión del director no teme adentrarse en tópicos tan diferentes como las conspiraciones gubernamentales, la frustración profesional, el egoísmo estadounidense, la redención mística, la investigación de índole policial y las inevitables consecuencias de la mecanización. Aunque Diaz y Marsden cumplen dentro de sus posibilidades, vale aclarar que de haber contado con mejores interpretes el convite alcanzaría alturas supremas (Langella por su parte se roba la función). Intrigas metafísicas y tests minimalistas se unen en un thriller extremadamente ambicioso marcado por una gran banda sonora a cargo de la base de Arcade Fire. Cuando parecía que las sorpresas habían quedado suprimidas en el Hollywood contemporáneo, Kelly vuelve a patear el tablero a pura elegancia. La sofisticación formal de este “manual de explotación de recursos humanos” resulta exquisita.