Fábula que endulza el corazón
La canción de París es uno de esos films que invitan a sumergirse un par de horas en una realidad más amable que la de todos los días, aunque sea falsa. Un mundo de fábula que dibuja con nostalgia la postal de un barrio parisino de aquellos que quizá sólo hayan existido en las viejas películas y donde la benevolencia, la solidaridad y los buenos sentimientos alcanzan para superar cualquier contratiempo. Con un encanto extra: todo transcurre en el ambiente del teatro, entre números musicales y modestos artistas capaces de cualquier sacrificio para impedir el cierre de la sala a la que han dedicado su vida.
Christophe Barratier ya mostró, en Los coristas , habilidad para complacer al público con sus personajes bonachones y entradores, sus discretas manipulaciones emotivas y su bien equilibrada mezcla de melodrama, ternura, música y humor. Los clisés y los convencionalismos están a la orden del día, claro, pero nadie espera rigor de una fábula como ésta, que se desarrolla sobre el fondo de los conflictos sociales del período de entreguerras, en una visión idealizada de los años que siguieron al triunfo del Frente Popular.
Vals nostálgico y celebración del music hall, este musical retro recupera, sin mayor pretensión que la de hacer pasar un rato agradable, algo del encanto del cine francés de aquella época, con sus estampas de barrio y sus tipos populares. El homenaje empieza de entrada, con una confesión policial que remite a un film de Renoir: el espectador encontrará otras reminiscencias en el raconto que sigue, cuando la sala está en peligro y el director de escena (Gérard Jugnot), un iluminador comunista (Clovis Cornillac), y un imitador sin suerte y de convicciones no muy firmes (Kad Merad), a los que se sumará una cantante bisoña, inician la resistencia para salvar la sala. Una batalla ardua y prolongada, en la que se sucederán pequeños triunfos y duras derrotas porque el enemigo es poderoso; pero habrá también espacio para el romance, la traición, alguna muerte y algún reencuentro familiar.
El sólido elenco, la cuidada reconstrucción y los momentos musicales contribuyen al dulce encanto de la fábula.