Amando, protestando y, sobre todo, haciendo arte...
Honesto y bello filme francés, que con odas al cine clásico y guiños a la comedia musical despierta amor y arraigo para con las costumbres de un pueblo tan familiero como el que Christophe Barratier representa acertadamente en su Faubourg 36.
Una historia bastante llevadera, con algún que otro traspié argumental que no pasa a mayores, y bien narrada, acompañada por un reparto excelente en su actuación, destacando a la preciosa Nora Arnezeder, que se lleva la película por delante con su belleza y su pintoresca mirada rockera y elegante a la vez. Quedé deslumbrado con la hermosura de esta actriz, pero más aún con la manera en la que las escenas despiertan cuando ella entra en acción, ya sea personificando el bello canto de Douce o protagonizando la historia de amor lacrimógeno (y melodramático) con Clovis Cornillac haciendo de Milou.
El hecho de que sea un reparto coral le da una tónica más querible a un filme que para muchos podrá pecar de común o sentimentaloide, pero la verdad que si se tiene en cuenta su procedencia, es un hermoso homenaje al resurgir de los pueblos perisféricos de la romántica y ciega Paris que comenzaba a sentir el temblor nazi a mediados de los '30. La historia representa la dignidad de los artistas, y el poder de la protesta ante las autoridades capitalistas y/o burguesas que arrasan día a día con la cultura, en este caso de un país que se ama cada día más, a veces hasta en exceso (aunque esta película no es el caso más grosero, y esa es una peculiaridad que le juega a favor al director).
La fotografía es tan bella como las imágenes que muestra en cada secuencia. Y todo ese color que le ponen a la psicología de cada una de las escenas, que va variando en su estado anímico -pasando del amor a la lastimosa pena y el desarraigo con una rapidez sesgadora pero comprensible- son sin duda el plato fuerte de este largometraje original y artístico de 120 minutos de metrajes bien llevados y aceptables.
Sin dudas, es para verlo en familia, y preferentemente con una buena calidad de sonido, para poder apreciar cada matiz en la exquisita composición de Reinhardt Wagner. Podrá ser simplona, clásica y hasta melosa, pero que tiene arte, tiene arte. Y eso se agradece entre tanta sátira histórica y homenaje berreta disfrazado de originalidad.