No la salva ni Jennifer Lawrence
Cuando una historia comienza con la mudanza de los protagonistas a un nuevo hogar (sobre todo si se trata de una casa en el bosque), ya puede maliciarse que han hecho la elección equivocada y que de ahora en adelante el film se encargará de demostrar por qué. Podrá ser un vecindario hostil, un espíritu juguetón y perverso escondido en el altillo o en el sótano, algún psicópata disimulado entre los pobladores de la comarca, un hecho macabro conservado en la memoria de las paredes o una vieja maldición que vuelve a manifestarse para sembrar el desconcierto, el temor o el terror de los nuevos ocupantes. "Aquí podremos ser felices", se ilusionan los recién llegados. En este caso, Elissa, una linda adolescente de secundaria con aspiraciones de cantautora (Jennifer Lawrence), y su sobreprotectora mamá (Elisabeth Shue). De dónde van a provenir los sobresaltos (si los hay) ya lo sugieren el título de la película y el prólogo: una breve y vertiginosa secuencia en la que otra adolescente desquiciada del tipo clásico (pelo largo cubriéndole casi toda la cara) asesina en pleno ataque de furia a sus padres. Tras la tragedia, que por supuesto tiene por escenario la casa de al lado, la chica desaparece. No es un antecedente muy agradable, pero ha servido para abaratar los alquileres de las propiedades vecinas y ponerlos al alcance de madre e hija.
La primera sorpresa viene al descubrir que la casa en cuestión no está vacía. Allí vive un muchacho solitario y silencioso al que sus congéneres apenas toleran: es Ryan, el hermano de la parricida, que estuvo ausente en la época del doble asesinato y ahora ha vuelto a hacerse cargo de la propiedad. Casi todos aconsejan mantener distancia de un tipo tan raro y marginal, pero Elissa, que tiene cierta tendencia samaritana, lo conoce por azar y lo encuentra "dulce y triste".
La relación que entabla con él y hasta cuenta con un acotado consentimiento de su madre avanza a paso tan lento como el propio relato, que a esta altura parece más una melodramática historia de adolescentes que un film de horror. Y todo sigue así hasta que ella empieza a descubrir los secretos que esconden el manso Ryan y la casa misma. Entonces viene la acumulación de giros sorpresivos que el guionista David Locka encadena casi con la misma torpeza que muestra al estructurar el relato, mientras el director Mark Tonderai, que ofrece algunos esporádicos aciertos estilísticos, se olvida del suspenso, recurre a una atronadora banda sonora para producir los sobresaltos que deberían provenir de la acción y permite que el relato se precipite en un desorden en el que sobran interrogantes y se amontonan los datos inverosímiles.
La casa de al lado quiere ser algo más que un film que asuste al público. Tal vez por eso recurra a las fuentes más diversas -de Psicosis a El coleccionista - en su afán por alcanzar el terror psicológico, sin lograrlo. En todo caso termina dependiendo de los esfuerzos por dotar de algún espesor a su personaje de Jennifer Lawrence, sin duda una de las actrices más talentosas de su generación (uno se pregunta por qué a veces parece tan mal asesorada), y, en cierta medida, también de Max Thieriot, que hace lo que puede con el suyo.
Pero no hay creatividad actoral que pueda disimular un guión tan torpe. Que lo digan, si no, Naomi Watts, Rachel Weisz y Daniel Craig, que pasaron por una experiencia parecida en Detrás de las paredes.