Salgo del estreno de la ópera prima de Valentina Llorens, conmovida y colmada por lo estremecedora de la historia que narra, que marcó mi generación, a las anteriores y a las que nos siguieron. Pero si digo colmada, es también porque revisar la saga personal y política de esos años, es sanador para ella y su familia, como lo es para les espectadores de La Casa de Arguello estrenada en Buenos Aires el pasado jueves 30 de enero y filmada con la fuerza que marcó el dolor y la ausencia a tantas familias en nuestro país.
Valentina es la directora y protagonista, con la palabra, el pincel y la cámara logra cierta resurrección de las partes de su memoria que le fueron robadas. Dinamitadas como su casa familiar, la película nos las revela valientemente con los trazos dibujados, porque la directora es también artista plástica y mientras piensa en la película, piensa en su vida. Y se toma tiempo, a veces sus pensamientos son trazados por el lápiz o por la tinta china, eligiendo el negro, el gris y el blanco, también por la textura que busca la cámara para filmar en la memoria y territorio de la directora, de su hija, su madre y su abuela. En las fotografías familiares que elige mostrarnos, que como dice Roland Barthes de este tipo de piezas, tienen que ver con la resurrección, vamos renaciendo en los difíciles momentos de nuestra historia pasada reciente.
La resurrección de las historias personales contadas con la valentía de Valentina, es tan conmovedora, como necesaria. La música elegida para acompañarnos es también algo que agradeceremos al salir tarareando del cine. Se trata de una película que, aunque toque un tema triste, no nos quita la esperanza de desandar en lo biográfico para andar por caminos colectivos más genuinos y amorosos.
Tomándose para el rodaje el tiempo que desandar la propia vida nos permite, nos lleva de la mano de las dulce voz de Nelly cantando coplas hacia otro tiempo y espacio en el que ella estaba, y nadie imaginaba. La casa de Argüello es un documental autobiográfico donde la directora bucea en la intimidad de la saga de mujeres de su familia, indagando en su propia identidad, la memoria, la militancia y los silencios que deja el paso del tiempo y las marcas de la historia política argentina.
Es además un homenaje a la incansable lucha de Nelly Ruiz de Llorens, Madre de Plaza de Mayo.
Valentina, hija de Fátima, nieta de Nelly y madre de Frida reconstruye frente a cámara la historia de su familia. Los huesos de su tío -desaparecido en la última dictadura militar- son encontrados y su restitución abre una herida. Valentina bucea en el doloroso pasado familiar a través de cuatro generaciones de mujeres, descubre nuevas capas, donde el dolor de lo vivido cobra una nueva forma: Nelly ha perdido a dos de sus hijos; Fátima, fue presa política, Valentina nació en cautiverio y fue recuperada por su madre, y finalmente su hija Frida, testigo de la restitución.
Dos Obras que Valentina Llorens dibuja mientras va buscando en su inconsciente retratar esos rostros, esos colores y esas texturas que son parte de su historia y de la de nuestro país: