Ocultismo de transición.
Y eventualmente tenía que ocurrir porque ya sabemos que todo lo bueno no dura para siempre, circunstancia que permite trazar distancia para juzgar con mayor precisión la oferta cinematográfica de nuestros días: luego de una trilogía insuperable compuesta por Casa Vampiro (Whig We Do in the Shadows, 2014), Te Sigue (It Follows, 2014) y Puertas Adentro (Musarañas, 2014), ya era hora de que nos topásemos con un traspié que volviese a bajar el nivel cualitativo del cine de terror que consigue abrirse camino hasta las salas tradicionales de Argentina. Efectivamente La Casa del Demonio (Demonic, 2015) es otro de esos productos genéricos a los que nos tiene acostumbrados la industria hollywoodense.
Antes de enumerar los problemas que arrastra el opus, conviene aclarar que estamos ante un nuevo ejemplar del rubro “mansión embrujada”, que a su vez responde a la modalidad “sesión espiritista” y hasta incluye un flamante asalariado del averno con destino de maldición ad infinitum. Los detalles son francamente irrelevantes, por lo que sólo diremos que unos muchachitos desean filmar un documental en el hogar perverso de turno, sede de una masacre décadas atrás, y terminan con las tripas en el suelo. El detective Mark Lewis (Frank Grillo) y la psicóloga Elizabeth Klein (Maria Bello) interrogarán a uno de los sobrevivientes, John (Dustin Milligan), con vistas a dar con el responsable de la carnicería.
Quizás el rasgo más distintivo del trabajo sea su propio carácter de película de transición entre el fetichismo para con los atajos del found footage y lo que parece ser un regreso a la estructura tradicional en tercera persona, la que predomina en esta oportunidad: aquí seguimos presos de los mismos jump scares baratos de siempre y de esa fotografía digital con una gama cromática digna del polietileno, sin embargo la cámara en mano, las conversaciones estúpidas y los grititos histéricos están reducidos a los inserts ocasionales del relato, cuando los “especialistas” de la policía logran restaurar las imágenes que los jóvenes -hoy cadáveres- dejaron atrás y que el amigo de Mefistófeles borró a conveniencia.
Si bien es cierto que casi toda la realización obvia los latiguillos del falso documental, lamentablemente la paupérrima actuación de Milligan y las pocas ideas del guión de Doug Simon, Max La Bella y el también director Will Canon convierten a la experiencia en una pendiente hacia el aburrimiento y una constante sensación de déjà vu. En un subgénero como el sobrenatural, que hace poco nos dio joyas como Oculus (2013) y The Babadook (2014), resulta lastimoso que segundas obras como la presente o debuts como la similar The Taking of Deborah Logan (2014), ópera prima de Adam Robitel, caigan en clichés inertes que ya ni siquiera garantizan un piso sustentable en taquilla, saturación formal mediante…