El esposo y sus laberintos
David Bruckner se hizo conocido en el marco del cine de terror mediante un lento derrotero profesional que lo llevó a participar en tres antologías del rubro de resultados artísticos muy desparejos, nos referimos a La Señal (The Signal, 2007), Las Crónicas del Miedo (V/H/S, 2012) y Southbound (2015), trampolín para eventualmente saltar a su debut en solitario en el campo de los largometrajes, El Ritual (The Ritual, 2017), interesante opus británico que el realizador norteamericano encaró con maestría y que ya anticipaba su costumbre de combinar ingredientes diversos, algo evidente en su segunda obra con plena autonomía, La Casa Oscura (The Night House, 2020), donde una vez más puede verse su apego hacia el suspenso de desarrollo meticuloso. Mientras que El Ritual contaba con una primera parte símil aventuras angustiosas en sintonía con Deliverance (1972) y El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), un segundo capítulo que apostaba al acecho y las peleas cíclicas de trabajos como Diabólico (The Evil Dead, 1981) y El Descenso (The Descent, 2005) y finalmente un último acto en el que se daba cita el funesto ritual del título, ese que le debía mucho a El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973) y La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), en La Casa Oscura tenemos un formato de thriller de acoso ochentoso/ noventoso disfrazado de los fantasmas del J-Horror y del acervo de James Wan, todo con toques tanto del ecosistema onírico de David Lynch como del surrealismo modelo Donnie Darko (2001) y el hostigamiento etéreo psicosexual de El Ente (The Entity, 1982).
El asunto arranca con el suicidio del arquitecto Owen (Evan Jonigkeit), quien se pega un tiro en la boca a bordo de un pequeño bote en un lago lindante a la paradisíaca residencia que compartía con su esposa de 14 años, Beth (Rebecca Hall), una maestra de primaria que desconocía por completo que el varón tenía un arma y no comprende las motivaciones o la enigmática nota de despedida, “tenías razón, no hay nada, nada te persigue, ahora estás a salvo”, posible referencia a un punto de discrepancia de la pareja en materia de la creencia del arquitecto de la vida después del óbito y la certeza por parte de la fémina de que no existe nada, algo de lo que puede atestiguar porque padeció un accidente automovilístico años atrás y estuvo oficialmente muerta por cuatro minutos. Beth rápidamente preocupa a su mejor amiga, la también profesora Claire (Sarah Goldberg), y a un vecino de color, el veterano Mel (Vondie Curtis-Hall), porque comienza a sufrir una colección de pesadillas/ visiones con ruidos repentinos, mensajes varios inexplicables y sobre todo una presencia amenazante que la viuda confunde con su marido, al que extraña mucho y por ello cae en la bebida y un comportamiento errático. La docente comienza a curiosear en las pertenencias, el teléfono y la computadora del finado y descubre fotos de mujeres parecidas a ella, planos para una casa invertida idéntica a la que ambos compartían y hasta libros sobre caerdroias, léase laberintos de césped galeses que se utilizan para confundir a espíritus malignos, todo encima coronado por un muñeco símil vudú y un aparente devenir como asesino en serie.
La película no tiene un gramo de originalidad pero está sostenida por dos pilares de hierro, primero el manejo del suspenso de un Bruckner al que nadie corre para que acelere la narración y que aprovecha muy pero muy bien ese guión algo pobretón de Ben Collins y Luke Piotrowski, un equipo conocido por las olvidables Sirena (Siren, 2016), Tiempos Oscuros (Super Dark Times, 2017) y Stephanie (2017), y segundo el extraordinario trabajo de la genial Rebecca Hall, intérprete sublime que asimismo supo brillar en Un Día Lluvioso en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019), Christine (2016), El Regalo (The Gift, 2015), La Última Canción (Tumbledown, 2015), Transcendence (2014), Circuito Cerrado (Closed Circuit, 2013), Atracción Peligrosa (The Town, 2010), Frost/ Nixon (2008), Vicky Cristina Barcelona (2008) y El Gran Truco (The Prestige, 2006), entre otras. En películas bienintencionadas aunque tan derivativas como La Casa Oscura resulta fundamental que la protagonista o el protagonista resulte creíble y justifique de por sí el periplo retórico ya que los latiguillos de las moradas embrujadas, el acecho de ultratumba y los traumas arrastrados con persistencia a lo largo del tiempo no son precisamente terreno virgen para un séptimo arte de las últimas décadas que los ha explotado hasta el cansancio en innumerables faenas. En este sentido, los detalles de que la entidad de turno, “Nada”, hable con regularidad con Beth y que ésta descubra a una posible amante de Owen, la empleada de librería Madelyne (Stacy Martin), complejizan el núcleo y lo alejan de la intercambiabilidad anodina actual.
Este segundo largometraje de Bruckner confirma el talento del director aunque debemos sincerarnos y afirmar que no está al nivel de su ópera prima, una realización más redonda que hoy por hoy muta en cierta eficacia del pasado pero en un relato común y corriente, más de cadencia reposada atmosférica que vinculado a un hipotético frenesí porque aquí lo que prima es el horror gótico y ese andamiaje de retro thriller de atosigamiento del que hablábamos previamente, aunque reemplazando un posible giro hacia el slasher con la noción del espectro endemoniado o psicopático y su homóloga de la afinidad con la parca a lo Destino Final (Final Destination, 2000). En vez de aquel muchacho disfrazado de conejo del averno de Donnie Darko o el arsenal de delirios sardónicos superpuestos de Lynch aquí tenemos secuencias nocturnas que por un lado van ensuciando la memoria del arquitecto y por el otro lo pintan como un títere del montón que es utilizado por Nada para reencontrarse con la apetecible Beth, a quien conoció en el accidente de tránsito de antaño y de la que definitivamente quedó “enamorado” porque no deja de repetirle al marido que lo mejor para todos sería que se la envíe con un moño al Más Allá asesinándola cuanto antes, de allí la demasiado rebuscada subtrama de los intentos en vano de Owen en pos de engañarlo con una casa duplicada a la inversa y con regalos compensatorios que encima no consiguieron hacerle olvidar a su presa/ fetiche/ juguete principal, hablamos de una retahíla de féminas semejantes a la maestra a las que el hombre mató a golpes o ahorcándolas. La Casa Oscura reflexiona con inteligencia sobre el duelo en una pareja de muchos años y que se quiere en serio, estado de dolor que jamás se supera e incluso conduce a celos póstumos, acerca de los arcanos que cada sujeto se guarda para sí mismo, esas cosillas que atesoran obsesiones pero también espacios de autonomía y de alejamiento del ojo ajeno, y finalmente sobre la posibilidad de contagiar a los seres queridos trastornos psicológicos que progresivamente mutan en condenas y dilemas cada vez más problemáticos, verdadero eje del film porque lo que ella considera en un inicio algo manejable, léase un insomnio que salta de Beth a su esposo, se transforma en un indicio del cataclismo hogareño por venir ya que en suma es la mujer la que sin darse cuenta arruina la existencia del dúo al traer al tercero en discordia a la casa del lago, esquema narrativo que Bruckner interpreta en términos de un atolladero de sospechas por parte del personaje de Hall y en materia de la locura de un Owen que no sabe cómo lidiar con Nada y opta por no pedir ayuda con vistas a eliminar el acoso por cuenta propia, nunca una buena opción porque los solitarios siempre son los primeros en morir…