Había una vez un cuento infantil que, desde hace siglos atrás, comenzó a propagarse de manera oral por Europa hasta que, allá por 1697, el escritor francés Charles Perrault decidió escribirlo. Un cuento que impactó en generaciones, especialmente en el estadounidense Walt Disney, quien lo volvió un largometraje animado. Estrenado en 1950, el film catapultó al cuento hacia el Monte Olimpo de la cultura pop, al punto de originar toneladas de más adaptaciones… y para ahora, en el siglo XXI, ser retomado nuevamente por Disney, pero en una versión con actores. Vaya si tiene un largo recorrido, La Cenicienta.
La historia sigue siendo la de siempre: tras quedar huérfana, Ella (Lily James) debe ser sirvienta en su propia casa, donde está a merced de su madrastra (Cate Blanchett) y de dos hermanastras no menos desagradables (Holliday Grainger y Sophie McShera), que la rebautizan Cenicienta, debido a las cenizas que ensucian su cara. Todo es martirio y sufrimiento, hasta que llega la oportunidad de asistir a una fiesta de la realeza, organizada con el fin de encontrarle esposa al príncipe (Richard Madden). Pese a las negativas de sus amas, la muchacha consigue asistir al evento gracias a su Hada Madrina (Helena Bonham Carter). Por supuesto, será una velada de breves pero poderosas simpatías, de encantos que culminan a medianoche y de un zapato de cristal perdido.
Al igual que con Thor, el plus de la película se debe al trabajo del director Kenneth Branagh. Su especialidad en William Shakespeare vuelve a imponerse una vez más, de manera saludable: la relación entre Cenicienta y el príncipe, dos seres de mundos distintos, remite a Romeo y Julieta; la inclusión de hechizos y enredos, propias de Sueño de una Noche de Verano; y la ambición sin límites, tan características de Richardo III y Macbeth (sin llegar a la violencia, claro). Tampoco se debe olvidar al duque que interpreta Stellan Skarsgård, que no hubiera desentonado en El Rey Lear. Justamente en las escenas vinculadas al monarca y los suyos se puede apreciar que el príncipe está tan ahogado allí como la protagonista, ya que no tiene poder de decisión y su padre (Derek Jacobi) es quien dirige su destino en favor de preservar un reinado ideal. Al mismo tiempo, Branagh no olvida capturar la esencia no sólo del texto de Perrault sino de los clásicos infantiles en general.
Lily James cumple como una Cenicienta “valiente y bondadosa”, tal como se lo inculca su madre (Hayley Atwell) al principio de la película, momentos antes de morir, pero ni esta joven actriz de la serie Downton Abbey ni Atwell ni ningún integrante del elenco se luce tanto como Cate Blanchett: cada intervención suya es un oscuro placer, como sólo los mejores villanos pueden provocar en el espectador.
La Cenicienta recupera la magia del film original y suma relecturas y modificaciones acordes con los tiempos actuales, como vienen haciendo las recientes versiones de Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, y Maléfica, con Angelina Jolie. El éxito de las tres películas le deja el terreno libre a la próxima La Bella y la Bestia, que protagonizará Emma Watson a las órdenes de Bill Condon, y a futuros rescates en clave “carne y hueso” que viene efectuando Disney (si pretenden una remake de El Rey León, deberían llamar nuevamente a Branagh, por su fuerte carácter shakespeareano). Así que tendremos “Había una vez…” para rato.