La chica sin nombre, nuevo film de los belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne, nos presenta a Jenny (Adèle Haenel) una joven médica que trabaja en un centro de atención primaria, pero está en crisis con su profesión, por lo que planea un cambio laboral. Un día, ya pasado el horario de atención habitual, una joven toca el timbre de su consultorio; rápidamente ella decide no atender, debido a la hora. Luego se entera que esa misma joven africana a la que negó su atención, fue hallada muerta cerca del río.
A partir de ese momento, Jenny, movida por la culpa que siente, y por preguntarse que podría haber pasado con esta chica sin nombre si ella la hubiera recibido, se obsesiona por conocer la verdad y la identidad de la joven. Cual detective privada, la médica comienza su propia investigación paralela, que la lleva a poner en peligro su propia vida y a ganarse varios enemigos en el camino -quienes llevan el caso le aclaran en varias oportunidades que éste no es su caso, que ella no es responsable, y que evite seguir avanzando con la búsqueda-.
El camino a la verdad, y su trabajo médico volcado a lo comunitario, sirven para que Jenny lave sus culpas, mientras el film de los Dardenne invita a reflexionar sobre la salud pública, la inmigración, y aquellos marginados del sistema, que casi siempre olvidamos, o que elegimos invisibilizar al ni siquiera nombrarlos.
La chica sin nombre no es el más brillante trabajo de los Dardenne, y su guión tampoco se destaca, pero la excelente labor actoral de Adèle Haenel, y el uso de cámara en mano y planos cercanos, dotan al film de mayor intensidad y naturalidad, generando una sensación de cercanía a la protagnista, pudiendo sentir su agobio y su angustia.