Hay largometrajes en los que el paisaje donde transcurre la historia adquiere un papel fundamental para sostenerla. El espacio deja de ser un mero telón de fondo para participar como un personaje más o como metáfora de los estados internos de los protagonistas. Pienso en la road movie o para ser más obvios, en las películas de supervivencia en la naturaleza. Pero hay veces en los que la simbiosis entre exterior-interior falla por asimetría y el entorno natural termina devorándose cualquier atisbo dramático. La creciente de la dupla Franco González y Demián Santander navega por esta delgada línea entre el exceso contemplativo y una narración que en varias instancias parece estar siempre al borde de plancharse. Con el delta del Paraná como escenario, los directores arman un thriller de pocos elementos en lo que podría definirse como una versión litoraleña de algún western situado en Louisana o cualquier otra tierra igual de pantanosa.
Una persona nada en el agua, sale y se vuelve a poner la remera. Al rato, pasa una lancha frente a la costa y se oculta rápido entre unos matorrales. ¿De qué se esconde? Nunca lo sabremos. La poca información que se nos revela es que se llama Matías y que no es de ahí. Es decir, un forastero con aires de fugitivo. Será el Correntino, un tipo de gran injerencia en la zona, quien le ofrecerá laburo en su terreno ayudando en el transporte de ganado y en la tala de árboles para leña. Sin embargo, cuando Matías comienza un romance con Gaby, la joven que vive con el Correntino más por necesidad económica que por afectividad amorosa, las tensiones irán encaminándose muy lentamente a un drama que hasta ese entonces quedaba opacado por el hipnotismo que provoca el paisaje y las manualidades del trabajo rural.
González y Santander traducen el ritmo cansino del Litoral en sus personajes. Ninguno dirá más de tres frases seguidas antes de que venga un corte y los calle. Esto, por un lado propone un distanciamiento que hace que la naturaleza muchas veces se imponga sobre el accionar silencioso de estas personas. Y por el otro, lleva a que la cámara esté más atenta en hacer que el brillo del sol contornee la figura de su retraído protagonista para impregnarlo de una épica que al no coincidir con la intensidad de la trama peca de caprichosa. De todos modos, es subrayable el espíritu que rescata la película de esa geografía que, sin estar tan alejada de los grandes cascos urbanos, maneja sus propios tiempos, sus propios códigos, donde la definición de la ley está sujeta al orgullo sensible y el sentido de propiedad de estos hombres de piel dura.
Por Felix De Cunto
@felix_decunto