Aquellos que han visto un río crecer saben cómo es el proceso, no es que de un momento al otro el caudal aumenta como por arte de magia, al contrario, a algunos elementos que comienzan a sumarse al agua (ramas, hojas, etc.) se le suma resaca y poco a poco el cambio de tono, de cristalino a marrón fuerte. Con el río como marco, y con la amenaza constante como motivo, su progresión narrativa, lenta, digresiva, emula esa metáfora de la crecida de las aguas, con la que Demián Santander y Franco Gonzalez, potencian climas y atmósferas en «La creciente», pelicula protagonizada por el ascendente Cristian Salguero, Héctor Bordoni y Mercedes Burgos, que hace de la revisión de historias basadas en la llegada de un extraño su fuerte. Pocos diálogos, escenarios naturales adversos al hombre, en ese contexto, y con una cámara segura que acompaña a los protagonistas, el conflicto se desata, dejando de lado la poca información que se ofrece sobre los personajes, los que, a paso seguro, avanzan en el relato, como la corriente del río que inicia y cierra todo. Hombres y mujeres que desean, lineas y límites que se atraviesan sabiendo lo complicado y el riesgo que se asume, en el triángulo de pasiones que se desata, hay una reflexión acerca de la supervivencia del más fuerte aún en situaciones de escape y pérdida. Salguero, Burgos y Bordoni sobresalen en un relato que podrá verse, cuarentena obligatoria mediante, el jueves 2 de abril y el sábado 4 a las 20 por CINEARTV y luego en CINEAR PLAY. POR QUE SI: «Una reflexión acerca de la supervivencia del más fuerte aún en situaciones de escape y pérdida».
Si alguien redactara algún artículo sobre la influencia del Paraná en el cine argentino (un texto parecido a éste que Fabiana di Luca y Juan Bautista Duizeide escribieron sobre la relación entre el mismo río y nuestra literatura), debería incluir La creciente entre las películas que explotan la faceta oscura –precaria, inhóspita, peligrosa– de las islitas apenas habitadas. En este catálogo, la ficción de Franco González y Demián Santander se ubicaría cerca de La León de Santiago Otheguy y lejos de El rostro de Gustavo Fontán. De las aguas amarronadas emerge un joven de pasado desconocido, silenciado y por lo tanto sospechoso. Con este rol principal Cristian Salguero se luce tanto como cuando coprotagonizó la memorable El invierno de Emiliano Torres: además de talento interpretativo, el actor misionero posee la destreza y resistencia físicas necesarias para encarnar a un fugitivo devenido en peón de campo. El título que González y Santander eligieron para su obra adelanta el papel dramático acordado al río. El mismo Paraná que escupe al forastero en una orilla rara vez frecuentada podrá llevárselo en cualquier momento, según amenaza el rival a cargo del también versátil Héctor Bordoni. Como las crecientes fluviales, la amenaza en boca del Correntino avanza de modo inexorable hacia el extraño que desestabiliza la rutina del poblado habitado por unos pocos isleños. La ausencia de grandes golpes de efecto narrativo invita a pensar en esas crecidas subrepticias, que no se anuncian pero, como aquéllas que sí lo hacen, terminan arrasándolo todo. La fotografía de Eric Elizondo contribuye a la ilusión de un río manso, por momentos estancado, y sin embargo amo y señor de las tierras que recorre, baña y a veces inunda. Los registros sonoros de Arian Frank y Paula Ramírez ofrecen indicios del o los peligros latentes. Con perdón del encasillamiento trillado (y de origen foráneo), el film retoma elementos del western, en especial de aquélla subcategoría donde se hospedan los extranjeros que alteran el orden establecido no sólo por Ley con inicial mayúscula sino por las reglas que fija un hombre autoproclamado jefe, dueño, autoridad. La propiedad privada –de bienes materiales y de seres humanos– se convierte en motivo de enfrentamiento cada vez más violento entre el (anti)héroe recién llegado y el mandamás hace tiempo afincado. Fiel a otra característica del género mencionado, Matías y El Correntino también se disputan la compañía de una joven mujer. La prometedora Mercedes Burgos encarna a la muchacha en cuestión. Algunos espectadores preferirán relacionar La creciente con cierta tradición gauchesca. Desde esta perspectiva, parte de la acción transcurre en un rancho destartalado y en la versión moderna de una pulpería, no de una cantina o cantine. Por otra parte los isleños carecen de sheriff u otro tipo de comisario; el Estado punitivo figura apenas representado al principio del largometraje, a partir del sonido del motor de una lancha presuntamente oficial. El célebre payador moreno que se batió a duelo con Martín Fierro comparó la Ley con la lluvia («nunca puede ser pareja») y con un cuchillo («no ofiende a quien lo maneja»). González y Santander parecen aludir a una ley superior (aquélla «del destino» diría el gaucho imaginado por José Hernández) cuando arrinconan a su protagonista contra las cuerdas de la fatalidad. El Paraná se revela entonces como un instrumento del sino que impone su voluntad de manera progresiva, pero sin concesiones… como la creciente que los personajes del film mencionan con absoluta naturalidad.
“La Creciente” de Demián Santander y Franco González Dentro del “Programa de estrenos durante la emergencia sanitaria” del INCAA, se estrena el día de hoy a las 20 hs. en la plataforma gratuita de Video a Demanda CINE.AR Play y TV “La Creciente”, película participante de la Competencia Argentina del BAFICI 2019. Por Bruno Calabrese. Matías (Christian Salguero) llega nadando a una isla del Río Paraná. El joven se oculta de alguien que lo persigue, no sabemos quien. Tratando de dejar ese pasado atrás comienza a trabajar de peón con el Correntino (Héctor Bordoni), un hombre poderoso dentro de las islas al que todos le temen. Conocerá a la hija de su patrón, Gaby (Mercedes Burgos) y comenzará un amorío. El deseo de ella es salir de ese lugar, su padre la maltrata y la obliga a los quehaceres del hogar. Ambos comienzan a planear la manera de escapar, pero no será fácil escapar y la tragedia parece el destino inevitable. La marginalidad de la zona de las islas del Paraná es el escenario ideal para este western tenso y crudo. Matías arrastra un pasado delictivo que trata de dejar atrás pero parece que el destino no lo deja salir de ahí. La supervivencia es el motor por el cual todos se interelacionan, Matías con el Correntino y Gaby con el joven, quienes comenzarán un amorío que aparece como la esperanza de ambos para salir de esa prisión que significa las islas. Las actuaciones del trío principal hace que el relato cobre naturalidad y sea realista. Christian Salguero compone un personaje lleno de matices, cuyos silencios encajan perfecto con el ambiente, un joven que busca redimirse con su vida pero que el entorno lo conduce por un inevitable camino. La relación patriarcal entre los personajes de Héctor Bordoni y Mercedes Burgos es otro de los puntos altos, que le aporta dramatismo y realismo al film, compuesto con total naturalidad por ambos actores. En “La Creciente” todo se rige bajo la Ley de la Selva, donde el más fuerte impone las condiciones. Es tensa, se destaca por la crudeza de sus escenas, pero también es un film sensorial donde se transpira la humedad del ambiente cuyo espiral de violencia irá creciendo minuto a minuto, hasta llegar a un final trágico. Desenlace que se condice con las condiciones en la que viven los personajes en la marginalidad de las islas del Río Paraná. Puntaje: 70/100.
Matías es un joven marginal que llega con lo puesto a esconderse en unas islas del Paraná. Está escapando no sabemos de qué ni de quién. Intuimos alguna actividad delictiva, algo que salió mal, pero de eso no se va hablar. Lo descubre El Correntino, un patrón de poca monta dueño de algunas cabezas de ganado y personaje con cierto poder en la zona. El Correntino le da refugio y trabajo, no tanto por solidaridad como por la conveniencia de sumar mano de obra menos que barata. Matía se queda en el lugar, trabajando con las vacas en ese campo desangelado y entabla una relación con La Gaby, quien antes había sido mujer del Correntino, y el equilibrio ya de por sí precario de la situación se desestabiliza. Las opciones de Matía se achican y asociarse con otro empleado del lugar para robarle al Correntino se presenta como una posible vía de escape. Mientras, la amenaza de una creciente en el río que amenaza con llevarse todo puesto amplifica el clima de amenaza. Los realizadores González y Santander vienen trabajando juntos en diversos proyectos, entre ellos el documental Uahat (2013) filmado a través del río Pilcomayo. En La creciente regresan a un entorno similar desde un abordaje de ficción y códigos de género. Mezcla de policial y drama social, sus personajes en permanente tensión se provocan, se miden y se contienen, sosteniendo una tregua siempre al borde de quebrarse. Hay algo de western en esa zona apartada donde la ley parece suspendida. Y también algo de film noir en ese pasado del cual no se puede huir y que amenaza volver con fatal insistencia. Filmado con sobriedad y elegancia en sus encuadres y planos secuencia, el film retrata con rigor pero también con humanidad y hasta con cierta belleza ese paisaje condenado y esos personajes desesperados. Esta reseña fue publicada en ocasión del estreno de la película en el Bafici 2019. LA CRECIENTE La creciente. Argentina, 2020. Dirección y guión: Franco González y Demián Santander. Intérpretes: Cristian Salguero, Mercedes Burgos, Héctor Bordoni, Facundo Aquinos. Fotografía: Eric Elizondo. Dirección de arte: Melisa Califano. Edición: Emiliano Rodríguez.Compañía: Hain Cine. Distribuye: APIMA. Duración: 70 minutos.
Depredadores y vacas tristes. Poco importa el desenlace de este relato anclado en lo salvaje y en esa idea minimalista que forma parte de su valor agregado porque en La creciente se respira una atmósfera opresiva, donde el instinto de supervivencia dicta las normas de un sistema del sálvese quien pueda para un reducido grupo de personajes. La amenaza latente de un río, que antes que nada separa un mundo de oportunidades y otro de estancamiento, supone entre los personajes la chance de fuga y cierta equiparación entre los “pillos” como el extraño, protagonista, quien llega nadando y con enorme ímpetu depredador y aquellos “no pillos”, que habitan ese espacio de vacas tristes y árboles que se talan. El cuatrerismo, entre otros elementos que alimentan conflictos y ambiciones, marca el ritmo de esta historia seca, de personajes secos en sus decires y en sus actos, para entregar desde la misma sequedad -valga la paradoja tratándose de un río en el que la planicie acuática encarna un rol protagónico- un retrato justo de los márgenes y sus orillas sociales, que están del otro lado del río y que llegan en cuentagotas a las pantallas -ahora virtuales- de cada uno de los eventuales espectadores encuarentenados.
Todo comienza con la aparición de Matia, un joven marginal, en unas islas del río Paraná. No sabemos quién es, qué hizo o de quién huye, pero intentará rearmar su vida en un nuevo lugar, bajo el mando del Correntino, quien posee las tierras y todo lo que viva en ella. Con la llegada del protagonista comenzarán ciertas tensiones que lo devolverán a su pasado delictivo, enfrentando una vez más la idea de huir para sobrevivir. «La Creciente» es un film argentino que mezcla distintos géneros (un thriller con tintes románticos y algo de western) para otorgarnos una historia que maneja muy bien el clima de tensión constante, manteniendo una intensidad entre los personajes y el contexto en el que se desarrollan. Porque los personajes son lo que son y se comportan como se comportan por el lugar aislado y austero en el que se encuentran. Es por eso que tenemos la presencia de un aire de violencia latente que amenaza con llegar, al igual que la creciente del río. En este sentido, existen algunos momentos en donde se prioriza el paisaje por sobre las personas, con planos de la isla. Con un ritmo algo pausado, el silencio predomina en ciertos pasajes de la película. No existe mucho diálogo, sino más bien acciones rutinarias por parte de los protagonistas. Los vemos realizando las tareas designadas por el Correntino, sentimos la tensión entre ellos y la amenaza de la naturaleza. Cristian Salguero («Un Gallo para Esculapio») es el encargado de llevar adelante el personaje de Matia, con ciertas características que el actor conoce por trabajos previos y que le sientan muy bien. Asimismo, le otorga un halo de misterio y arrebato interesante para el rol que le tocó encarnar. Está acompañado también por un elenco que cumple con sus papeles. Con una historia sencilla llevada a cabo de una manera correcta, «La Creciente» es una propuesta interesante que nos ofrece un clima de tensión constante a partir de una trama misteriosa y sutilmente (aunque por momentos tenemos algunas imágenes fuertes) violenta que mantendrá atrapado al espectador.
UN WESTERN EN EL PARANÁ Un joven, Matía, llega a una zona isleña del Paraná. Parece huir de algo -o de alguien- y en ese lugar tendrá que enfrentar su destino, como en un western, el género en el que los directores Franco González y Demián Santander inscriben sutilmente su película. Los primeros minutos de La creciente parecen delimitados por la estética del nuevo cine argentino: planos largos, ausencia de diálogos, personajes enigmáticos y elementos simbólicos. Pero progresivamente la película se va abriendo hacia un naturalismo salvaje, protagonizado por personajes marginales que van construyendo vínculos violentos entre sí: al fugitivo Matía se suma “El correntino”, una suerte jefe de la zona que se encarga de dar trabajo en tareas rurales, una joven que vive con él y un compañero de changas de Matía. Desde el espacio en el que hace mover a sus personajes, La creciente tiene cierto vínculo con la tradición de un cine nacional en el que la naturaleza se impone como un personaje más. Los directores no buscan embellecer el entorno ni apostar por la postal, más bien todo lo contrario: hay algo trágico y oscuro en esos personajes, una podredumbre que trasciende la pantalla, como ese muslo de vaca desollado o ese pescado al que se le sacan todas las tripas. El vínculo entre los humanos y los animales en la película es salvaje (y una figura que busca simbolizar la relación que se establece entre los humanos), una reproducción cabal de la vida en el ámbito rural, pero también de personajes que precisan de la carne animal para alimentarse. Si por momentos la película se acerca peligrosamente a una sordidez adoctrinante, tiene la virtud de la síntesis: dura apenas 69 minutos, que avanzan a pura tensión. Sin volverse un thriller, el film de González y Santander va construyendo una atmósfera recargada que, adivinamos, se resolverá de manera trágica. Como decíamos, hay en La creciente mucho de la escritura del western: el extraño en busca de un destino, el lugar inhóspito y salvaje, la mujer atraída por el extraño, el hombre que dicta las leyes y ejerce el poder, y un territorio donde los conflictos se resuelven por medio de la acción y la violencia. Un mundo muscular y machista. Claro que muy inteligentemente los directores integran toda esa lectura con un universo propio y cercano al espíritu local, donde la noción de justicia dista de la del romanticismo del western y las cosas son bastante menos nobles que en el lejano oeste. Son esos apuntes sociales y el misterio que rodea a los personajes lo que hace más sólida a la película de González y Santander, a la que si bien le agradecemos su capacidad de síntesis también le podemos cuestionar la falta de transiciones y un ir demasiado directo a la acción, que vuelve todo como demasiado automático y pensado. Una pequeña disonancia en una película que por lo demás logra una interesante simbiosis entre fondo y forma.
Visitante Un escape termina en encierro. Los directores argentinos ofrecen un suspense ubicado en el Paraná.“La creciente” (2019), es un largometraje argentino dirigido y escrito por Juan Franco González y Demián Santander; integró la selección del BAFICI 2019 y se estrena en Cine ar TV. Matia (Cristian Salguero) llega de rebote a una isla del río Paraná. Una vez ahí, piensa que está solo hasta que el Correntino (Héctor Bordoni) le marca la cancha: él maneja la isla y le ofrece trabajo y techo. Matia se amolda a las nuevas reglas, a las nuevas caras. En eso conoce a la Gaby (Mercedes Burgos), la hija del Correntino. Ella quiere alejarse de su viejo, Éste quiere que se quede a su lado y se aleje de Matia, ese bicho extraño. El problema es que queda poco tiempo para tomar decisiones: la creciente del río se avecina y barre todo lo que encuentra, sean vacas o personas. La locación es excelente, dado que es un escenario natural desconocido (al ojo porteño) y asfixiante. En ese sentido, la fotografía y el arte nos sumergen en la trama, literal. La cámara en mano, los planos fijos, los planos generales y los planos picados son los recursos recurrentes de la dirección. Las elipsis temporales dan un pulso rápido y legible a la banda de imagen, pero hay momentos en que el montaje de las imágenes confunde. También en algunas escenas de exteriores falta luz, lo que cansa la vista en vez de atraparla. El guión es bueno, se apoya en los silencios, las acciones y las miradas. El argumento destaca por su opacidad, lo que nos obliga a interpretar todo lo que vemos. Los actores son muy buenos, dado que están seguros en sus roles y sus gestos. La banda de sonido es muy buena, dadas las fuentes sonoras elegidas; la música extradiegética, desde lo mínimo, se complementa muy bien con la banda de imagen. Adaptarse al ambiente, ser mal visto y pensar en el escape. "La obra de Santander y González es una gran puerta para conocer y trabajar nuevas geografías en el cine."
Matía, un joven marginal, llega escapando a unas islas del río Paraná. En un ambiente ajeno, incómodo, intenta rearmar su vida, pero las tensiones que se generan con su llegada lo devuelven hacia su pasado delictivo y a tener que enfrentar una vez más la idea de huir para sobrevivir. El título La creciente alude tanto al paisaje junto al río como a la manera en la que las cosas se van a complicar a toda velocidad, a pesar de la intencional morosidad del relato. Los aires de neo western no llegan a imponerse para construir un relato con nervio. Varios hallazgos visuales destacables son lo más interesante de esta película que juega con los géneros pero no consigue empatía o interés por sus personajes.
Huir para sobrevivir La creciente, la película con guion y dirección de Demian Santander y Franco González, muestra un enfoque cuidado de la vida silvestre, el vínculo con el ser humano y cómo la vida en esos espacios puede mostrar más de nosotros mismos que el propio comportamiento individual de las personas. La sombra de lo que somos siempre esta ahí, y el film se encarga de demostrar ello en toda su dimensión. El ritmo de la narración es como el agua mansa que luego desborda como el título enuncia, y arrasa con todo luego de salir por fuera del cauce del río que lo contiene, destruyendo todo a su paso. Las imágenes se muestran como pinturas enlazadas una a una como si su constitución fuera pensada en una unidad genérica pero que a la vez forma una fuerza que integra al espectador en las cuestiones de los personajes. El protagonista aparece huyendo de algo que no vemos, quizás de su propio espejo, y se une al nuevo espacio en que comenzará una vida teóricamente nueva, en principio tomando contacto con la naturaleza y luego de eso vinculándose desde lo humano con el nuevo círculo de pertenencia y del que dependerá para sobrevivir. La concepción del universo descripto arma tensión entre los personajes que basan su relación en la idea de dominio y poder sobre todo lo que nos rodea; tierras, animales, personas. Nada escapa a la violencia que parece marca registrada de la zona y el modo de vida, pero en realidad eso es engañoso y son los propios personajes los que se ven obligados a actuar con la violencia y utilización del sometimiento al otro para no verse ellos mismos vencidos. No se trata de justificar, más bien de comprender.
En tiempos de cuarentena y adaptándose al cierre de las salas, a Cine.Ar llegan los estrenos de cine argentino arrancando con La creciente de Demián Santander y Franco González. La película explora la llegada de Matía a una de las islas del rio Paraná. Él viene escapando por algún delito que cometió y encuentra refugio y trabajo con el correntino. Este hombre “poderoso” de la zona le da un lugar y comida mientras trabaje cortando leña y arriando el ganado. Los conflictos comienzan a surgir con otro empleado que tiene el patrón y también cuando Matía entabla una relación amorosa con la joven que vive con el jefe. Cristian Salguero (La patota, El invierno) tiene una mirada y una forma de actuar indiscutible a la hora de construir personajes complejos que se balancean entre el bien y el mal. La creciente termina mutando de un drama familiar a un western criollo. Un pueblo donde todo se sabe, donde hay opresores y oprimidos. En este lugar abandonado rige la ley de la selva. Se podría haber explorado un poco más este concepto pero los directores deciden enfocar la atención en el enfrentamiento entre Matía y el correntino. Matía quiere escapar de su pasado delictivo pero no encuentra oportunidades y vuelve a sentir la presión, buscando la necesidad de escaparse nuevamente. El paisaje crudo y hostil sirve aún más para reforzar el dramatismo. Y la creciente del río se avecina como una amenaza que está cerca pero que no sabemos cuándo puede arrasar con todo y empuja a los personajes a actuar de la peor manera sólo para sobrevivir. La creciente de Demián Santander y Franco González explora la crudeza de la naturaleza y el ser humano. El río es aquello que separa a los protagonistas de una vida diferente: mejor o peor.
Hay largometrajes en los que el paisaje donde transcurre la historia adquiere un papel fundamental para sostenerla. El espacio deja de ser un mero telón de fondo para participar como un personaje más o como metáfora de los estados internos de los protagonistas. Pienso en la road movie o para ser más obvios, en las películas de supervivencia en la naturaleza. Pero hay veces en los que la simbiosis entre exterior-interior falla por asimetría y el entorno natural termina devorándose cualquier atisbo dramático. La creciente de la dupla Franco González y Demián Santander navega por esta delgada línea entre el exceso contemplativo y una narración que en varias instancias parece estar siempre al borde de plancharse. Con el delta del Paraná como escenario, los directores arman un thriller de pocos elementos en lo que podría definirse como una versión litoraleña de algún western situado en Louisana o cualquier otra tierra igual de pantanosa. Una persona nada en el agua, sale y se vuelve a poner la remera. Al rato, pasa una lancha frente a la costa y se oculta rápido entre unos matorrales. ¿De qué se esconde? Nunca lo sabremos. La poca información que se nos revela es que se llama Matías y que no es de ahí. Es decir, un forastero con aires de fugitivo. Será el Correntino, un tipo de gran injerencia en la zona, quien le ofrecerá laburo en su terreno ayudando en el transporte de ganado y en la tala de árboles para leña. Sin embargo, cuando Matías comienza un romance con Gaby, la joven que vive con el Correntino más por necesidad económica que por afectividad amorosa, las tensiones irán encaminándose muy lentamente a un drama que hasta ese entonces quedaba opacado por el hipnotismo que provoca el paisaje y las manualidades del trabajo rural. González y Santander traducen el ritmo cansino del Litoral en sus personajes. Ninguno dirá más de tres frases seguidas antes de que venga un corte y los calle. Esto, por un lado propone un distanciamiento que hace que la naturaleza muchas veces se imponga sobre el accionar silencioso de estas personas. Y por el otro, lleva a que la cámara esté más atenta en hacer que el brillo del sol contornee la figura de su retraído protagonista para impregnarlo de una épica que al no coincidir con la intensidad de la trama peca de caprichosa. De todos modos, es subrayable el espíritu que rescata la película de esa geografía que, sin estar tan alejada de los grandes cascos urbanos, maneja sus propios tiempos, sus propios códigos, donde la definición de la ley está sujeta al orgullo sensible y el sentido de propiedad de estos hombres de piel dura. Por Felix De Cunto @felix_decunto
La creciente, que compitió en el BAFICI 2019, es el primer estreno de abril que el INCAA programa -obviamente no en salas- en medio de la pandemia por el coronavirus. Se verá este jueves a las 20 en CINE.AR TV, y repetirá su emisión el sábado 4 de abril a la misma hora. Y desde el viernes 3 de abril, durante toda la semana, se verá también en la plataforma CINE.AR PLAY, en forma exclusiva y gratuita. Hasta el minuto 7 no se escucha una palabra. No es una película muda, pero no habla nadie. No se oye el sonido más que del ambiente que rodea a un muchacho, que está claro que escapa de algo, de alguien, que sale de las aguas de un río, se saca la ropa, la estruja para secarla. Y se oculta. Si no hubiera un río, una isla, La creciente podría ser un western. Porque nos habla de un extraño que llega a un lugar para modificarlo. No para imponer justicia, pero para poner las cosas claras. Matía -así se llama el protagonista, interpretado por Cristian Salguero (La patota)- consigue trabajo con el Correntino como peón. Trabajo rural, llevar vacas de un lado a otro, antes de que la creciente llegue e inunde parte de la isla. "El correntino te manda esto" le dice Gaby (Mercedes Burgos), de la que se enamora. “Tenés menos isla vos...". Tendrá poca isla, pero le sobra coraje. Cuando Gaby le plantee irse del lugar, alejarse del Correntino, que para Matía sería volver a escapar, uno ya sabe lo que pasará. Hay un cuarto personaje, Gustavito, quien come con ellos y que cada tanto le roba una vaca al Correntino. ¿Le está robando también el dinero de la paga a Matía?
El eterno huérfano ¿Quién? … el bicho ese (Demián Dantander y Franco González, La Creciente) Escasean las palabras dichas en La Creciente (2019) de Demián Santander y Franco González. A cambio de ello, contrasta lo significativo de otros efectos en el diseño sonoro de Arian Frank. Tales efectos, junto con la cámara en mano, ponen en relieve un conflicto en el protagonista evidenciado en las varias preguntas que le hacen a lo largo de la obra. No ha transcurrido ni media hora de película y ya distintos personajes circunstanciales le han preguntado “qué hacés acá”, “qué onda vos”, “¿sos de por acá?” y “de dónde sos”. Él mismo formulará varias preguntas y se quejará de tantas inquisiciones. Estas dudas consiguen respuesta aunque no estén verbalizadas. Matía (Cristian Salguero), el protagonista, se encuentra a la deriva. Esto ya nos lo mostró un primerísimo primer plano en su secuencia inicial nadando en el río. Pero también lo sugiere un plano contraplano cuando él consigue una pequeña casa de lata donde vivir. Su reacción ante el descubrimiento tiene de fondo el cielo y los árboles sin copa, como si él perteneciera a la naturaleza de forma inevitable aunque intente lo contrario. Ya vimos una toma similar, sin los árboles, en los primeros minutos. ¿Qué hacemos entonces con su deriva? Atendamos al canto de los pájaros, el mugido de las vacas o el jadeo del perro perdido. El protagonista sobrevive a su entorno como lo hacen o no estos animales y más allá de las dudas frente a necesidades básicas (hambre) o económicas (trabajo). Aprovechar plenamente la fauna para simbolizar la soledad de estos personajes no solo pasa por hilar la anécdota del carau con los efectos sonoros o el trabajo de pastoreo y traslado de vacas y ovejas. También la fotografía de Eric Elizondo y el montaje de Emiliano Rodríguez sorprenden en la cristalización de estos sentidos. La obra se las arregla para que el fondo de los planos en constante movimiento hable de las inquietudes de sus personajes y no solo de forma unívoca. Dos escenas a la mitad de la película dan cuenta de cierta llaneza que nos anticipa el final aunque sus matices sean valiosos. Un almuerzo con Matía, el “Correntino” (Héctor Bordoni), su hija y Gustavito (Facundo Aquinos), el otro trabajador, subraya en exceso el predominio del padre sobre aquellos tres. La puesta de todas maneras aprovecha la tonalidad amarilla de la cortina para recordarnos una escena anterior con el cenital de los amantes en cama, ahora sentados frente a frente. La siguiente toma usa menos diálogo y es más potente en su contraste audiovisual: los mencionados amantes están en una lancha, en un plano general y en medio del río repleto de plantas que les impide deslizarse. Ella bromea “no tenés isla”. El sentido metafórico de la expresión es evidente (a él le falta experiencia) pero el literal apela a carencias en distintos niveles. Un plano secuencia de dos minutos ejemplifica la independencia que estos amantes buscan. Mientras ella limpia un pescado con cierta tirantez y él la aborda después de una noche de laburo y joda, los dos manifiestan las pequeñas concesiones necesarias en una convivencia (“solo te pido que no bardeés más de la cuenta”), ella le advierte sobre su padre agresivo quien lo contrata a él, y juegan sexualmente. La cámara se mueve tosca como lo hacen en la rutina todas las relaciones de poder capaces de que la violencia no se imponga. Que la película resuelva estas dinámicas con la muerte empobrece sus planteamientos. Al develarnos el nombre de Gaby (Mercedes Burgos) poco antes de que huya, se nos está planteando un karma familiar apresurado. Es difícil entonces no imaginar otro camino: ella estará toda su vida huyendo de la figura paterna y la posibilidad masculina de reconciliación estará escindida por el temor. No hacía falta matar a alguien para que se evidenciara esta orfandad contextualizada en una isla del río Paraná. Tampoco era necesario supeditar la independencia de Gaby a fantasmas previsibles mucho antes de la muerte de Matía.
La nueva película de Franco González y Demián Santander (que estrena este jueves en el canal Cine.ar y la plataforma online Cine.ar Play) nos narra la historia de Matía (Cristian Salguero), un aparente fugitivo que naufraga en las costas del río Paraná y empieza una lucha por sobrevivir en esas tierras húmedas y desconocidas. No sabemos nada de su vida pasada, pero logra conseguir un trabajo en la estancia rural del Correntino (Héctor Bordoni), el jefe de la zona, un hombre recio y cruel con el que empiezan a surgir tensiones y conflictos. A la vez, entabla un romance con la joven que vive con el patrón (Mercedes Burgos) y, en esta suerte de batalla silenciosa por la supremacía, termina enfrentándose consigo mismo. El título del audiovisual posee una fuerte carga simbólica, sugiriendo posibles horizontes para los habitantes de esos lares: en algún momento la creciente llegará a la isla ribereña, y los personajes deberán pagar el precio de sus actos. La película expone varios conceptos y ejes temáticos que sirven para reflexionar, pero lo que más destaca es la explicitación de esa colisión entre instintos primitivos humanos, entre los pecados morales de siempre, que giran en torno a juegos de traición y vanidad que caracterizan a los personajes y los rebaja a eso, precisamente, a lo que son. Estamos en un entorno álgido y desolador donde no existen las leyes y donde sólo hay lugar para las trampas y la supervivencia, y es por eso que los personajes, masculinos y opresores, sacan a la luz toda esa vulgaridad rebosante propia de la animalidad humana que deja expuesta la necedad del que se cree victorioso y triunfador, aunque esté ahogándose en su propia miseria y descomposición ética o moral. Este es el tipo de personajes, los hombres, con los que trabaja la película. Y no nos muestra ni nos cuenta nada nuevo, pero los enmarca en ese ambiente salvaje de una manera eficaz, sosteniendo un tono íntimo y naturalista donde la tensión se va incrementando a medida que el temblequeo de la cámara en mano (recurso más que apropiado) se intensifica. En La creciente, que contiene reminiscencias a Los Muertos de Lisandro Alonso, se nos está presentando una realidad paralela, real, porque estos escenarios existen y esas historias son mucho más corrientes de lo que pensamos. Veamos: la traición entre pares, la violencia de género y el abuso de autoridad, ¿quién puede negar que son problemáticas que nos acucian a diario? González y Santander seleccionan un contexto singular, y un personaje con el que, a causa de esa contrariedad dramática que generan siempre los protagonistas que llevan adelante la acción, por momentos empatizamos. Para esto, buscamos la justificación que nos sugiere la película: es preso de su pasado. Además, el correlato y la posible lectura paradigmática que subyace, nos habla de que es el espacio, ese contexto asfixiante, el que acaba por corromper y distorsionar a los personajes. Porque al fin y al cabo todxs caemos presos de los sistemas de poder. Pero los realizadores eligen mostrarnos con crudeza ciertas acciones, desde una escena de sexo hasta el despedazamiento de una vaca (aunque fuera para subsistir). Y entonces comprendemos: los rastros de ese machismo viril extremo están dispersos por todos lados, la inestabilidad moral, el feroz instinto primitivo que nos sentencia, el célebre y contradictorio acto de cobardía humana del “yo no soy ningún cagón” (como bien se jacta Matía) que termina condenando al hombre a su propia perdición, a cavar su propio pozo; lejos de cualquier tipo de redención personal. Y, de esta manera, el contexto natural se exime de toda responsabilidad. El culpable es el hombre. El tono que predomina en el film es minimalista y naturalista, estructurado en un constante in crescendo: un ritmo aletargado en sus planos que se va tornando inquietante. El relato juega a través de diálogos inconclusos, que abren puertas sembrando la tensión en esos ambientes pantanosos y forestales. La expectativa se instala en la mirada alerta y atenta del espectador, que empieza a sentir cada vez más que algo terrible está por suceder, y por lo tanto se consolida el clima definitivo del suspenso. Se van introduciendo indicios de manera paulatina y minuciosamente dosificada, para generar de manera creciente esa sensación de inestabilidad y fluctuación latente: los directores nos sugieren transformaciones sutiles, leves, que se vuelven inevitables en ese entorno silencioso y aparentemente monótono. El ejemplo crucial de este tipo de indicios se produce cuando el encargado de la cantina toma la decisión de empezar a cobrar $10 por las papitas de copetín que, hasta ese entonces, venía sirviendo gratuitamente. A partir de un factor en principio ajeno y externo al hilo narrativo de la trama principal, el relato nos está anticipando las lecturas posibles; ratificando esos desequilibrios que se van profundizando y agudizando progresivamente hasta que, de algún modo, deberán explotar. La explosión, la colisión, la creciente del río, que se aproximan lentamente. La creciente de González y Santander no nos trae nada nuevo, pero nos recuerda que, pendientes de la mirada ajena, del sesgo social, apresados bajo una falsa coraza de plástico, nuestras emociones más puras y verdaderas pueden llegar a condenarnos o, incluso peor, no ver nunca la luz.
El intruso La creciente tiene algo de western, pero en rigor parece pertenecer a un linaje de cine argentino que se remonta a La ciénaga. Se ve en Cine.ar. Una de las escenas más memorables del cine contemporáneo es aquella en que las manos de Gale y Evelle (John Goodman y William Forsythe) emergen de un lodazal, para luego, entre gruñidos y estertores de toda índole, sacar su cuerpo afuera como si la pacha mama hubiera parido. Esta escena umbilical de Educando a Arizona está en las antípodas de La creciente, pero uno no puede dejar de recordarla al inicio de este film nacional que estrena la plataforma Cine.ar, porque hay algo fundante y enigmático, y sí, también algo espurio. Siguiendo la estela de Gale y Evelle, Matías (Cristian Salguero) parece un fugitivo, alguien que –como aquellos de parónimos bíblicos– escapa de la ley, humana o divina, para reconvertirse en un territorio extraño, perteneciente a otros. Lo primero que se muestra son también sus manos, chapoteando torpemente hacia las márgenes del delta de un río sin nombre, pero que no podría ser otro que el Uruguay o el Paraná. Una vez en tierra firme, se desviste y retuerce la ropa para que escurra el agua. A poco de tirarse a descansar, lo recluta un hombre mayor que él, que le da pan, techo y trabajo, todo en precarias dosis. Al hombre lo llaman el Correntino, y dice ser el dueño del lugar, de sus ovejas y sus vacas. Al menos sabemos algo sobre él. De Matías, sobrevuela la impresión de que nunca sabremos nada. La creciente se presentó cerca de un año atrás, en el último Bafici, donde fue casi unánimemente catalogado como un film con estructura de western. Hay algo de eso, de la sagrada trilogía de Sergio Leone, pero La creciente parece más bien pertenecer a un linaje de cine argentino que se remonta a La ciénaga, un particular universo donde se mezcla una especie de hastío, la propensión a la sordidez, cierta atracción por el sudor de los humedales y una indefinible tensión que muy probablemente termine en la nada. Hay, por ejemplo, algo de Marea baja (2013), el largo de Paulo Pécora, por no hablar de films de Lisandro Alonso como Los muertos (2004). Al igual que ocurre en los films citados, Matías es un solitario con las cartas marcadas desde el inicio. Y existe también una atmósfera opresiva, mutable, que es casi una protagonista central. El Correntino podrá decir que posee todo, pero en realidad es el dueño de la nada, de una isla que apenas figura en los mapas, y en ese patoterismo de pecho inflado resuenan personajes de tipo folletinesco, como el sublime “doctor” Valerga de Bioy Casares. Desde luego, su calibre no da para tanto. Es a lo sumo un hacendado lumpen que comercia un puñado de vacas de dudoso origen, y es servido por una corte que integran Gaby (Mercedes Burgos), su díscola hija, y Gustavito (Facundo Aquinos), un personaje de avería que parece extraído de Pizza, birra, faso (“el vino, cuanto más caliente mejor te pega”, le dice en un momento a Matías). No obstante, esta tribu nómade, que habita una casa de chapa de dos pisos construida en falsa escuadra –pero que en el espejismo del campo podría simular, desde lejos, una mansión– tiene su punto de reunión social en el bar de Cacho (Fernando Madanez, un actor que parece Mark Duplass con un par de décadas extra por encima). En el bar todos se sacan la careta y nadie le cree a Matías. “Todavía no puedo sacarte la ficha”, le dice cada tanto Gustavito, mientras talan árboles o cuando toman cerveza a la vista del desconfiado Cacho. La única aliada es Gaby, que más que confiar se le entrega. Con los condimentos mencionados, tirantes a más no poder, La creciente parece un castillo de naipes que en cualquier momento se desmorona. Si tal cosa no sucede es por la pericia de Nicolás Villalobos, el director de fotografía, y de Paula Ramírez, en dirección de sonido. El sostén estético es notable, y también las actuaciones. Por momentos, la isla del delta resplandece como una pintura de Wyeth, y el bajofondo de la historia parece envuelto en una atmósfera de ensueño, como, de algún modo –y salvando las distancias–, los conventillos surrealistas de Daniel Tinayre en La Mary. Un tiroteo en la noche depara una huida a oscuras, con reminiscencias de horror gótico y amenazadores sonidos (naturales y artificiales). La tribu, después de todo, tiene su propio culto a escondidas, una versión litoraleña de The Wicker Man. El clímax es una fiesta campestre con baile de chamamé, globos y banderines colgantes. La cámara rueda sobre su eje mostrando todo el despliegue: los músicos, las parejas que giran como planetas, las aguas grisáceas del río y un cielo crepuscular. En ese momento, Matías se aleja del círculo para hacer una pregunta fundamental. Una respuesta lapidaria, una mirada acusadora, desinflan el acordeón a piano que venía galopando, como cuando en los viejos tiempos la reproducción de un Winco se ralentizaba debido a un corte de luz. La fiesta ha terminado. La creciente no busca agradar, en absoluto. Pero de algún modo, luego de atravesar un par de escenas escabrosas, entra en un túnel incierto que va a contrapelo del registro realista que pregona el estereotipo de sus personajes. Quizá, porque el único verdaderamente estereotipado es el intruso. Como un feliz accidente, el artificio en el guion de Demián Santander y Franco González resulta la salvación para ese grupo de isleños desamparados, pero aun así conformes en su aislamiento.
Dentro del “Programa de estrenos durante la emergencia sanitaria” del INCAA, se estrenó en la plataforma gratuita CINE.AR Play y CINE.AR TV, el segundo largometraje de Franco González y Demian Santander, que participó en la Competencia Argentina del BAFICI 2019. “La creciente” (2019) es un thriller con algo de western. Una película rodeada de agua del Paraná que maneja muy bien la tensión. Todo cambia en un lugar tan desolado como ese, nadie es el mismo que en el continente, por ello hay ciertas escenas donde se ve más comprometido el paisaje sobre las personas. Cuando el río crece, es necesario tomar otros recaudos. El nuevo largometraje de Franco González y Demian Santander, no muestra nada sobre el pasado de ese joven recién llegado a la isla, pero el espectador puede intentar adivinar qué es lo que le ha pasado. Un hombre lo rescata, lo lleva en su lancha, le ofrece un refugio y trabajo, peor sería nada. Matía (Cristian Salguero) llega nadando a una isla del Río Paraná. El joven se oculta de alguien que lo persigue. No se sabe quién es, qué hizo o de quién huye, pero intentará rearmar su vida en un nuevo lugar, bajo el mando de El Correntino (Héctor Bordoni), quien posee las tierras y todo lo que viva en ella. Tratando de dejar ese pasado atrás, comienza a trabajar de peón con El Correntino mientras conoce a la hija de su patrón, Gaby (Mercedes Burgos), y comienzan una relación amorosa. El deseo de ella es salir de ese lugar, ya que su padre la maltrata. Juntos hacen un plan para escapar pero la tragedia parece inevitable. Cristian Salguero (“Un Gallo para Esculapio”) es el encargado de llevar adelante el personaje de Matía, con ciertas características que le sientan muy bien, debido a su talento y experiencia. Compone un personaje lleno de matices, cuyos silencios encajan perfecto. Las actuaciones del trío principal hacen que el relato parezca natural. Héctor Bordoni y Mercedes Burgos, en la relación padre – hija, le dan al film el dramatismo que necesita para llegar a ese final atroz. Con una narración solemne, se van construyendo lentamente las razones de la violencia, que explotará finalmente de manera inevitable. El silencio predomina en ciertos pasajes de la película. No existe mucho diálogo, sino más bien acciones rutinarias, se siente la tensión entre los personajes y la amenaza de la naturaleza. Con la Ley de la Selva como respaldo, siempre gana el más fuerte. “La creciente” (2019) es tensa, cruda, pero también sabe transmitir de manera calma lo que estallará al final. En la marginalidad de las islas del Río Paraná, los personajes sufren y eso se nota. Una historia sencilla, con una trama algo misteriosa, que no llega a atrapar del todo. Se puede ver en la plataforma Cine.Ar Play (primera semana con acceso gratuito, luego $30 el alquiler).
Los críticos solemos ver westerns por todos lados. Pero la creciente tiene mucho de ese género seminal del cine, llevado a un territorio, a una geografía poco visitada, la del delta un poco más alejado que el Tigre, presente en tantas películas argentinas...
Matías, un joven marginal, llega escapando a unas islas del río Paraná. En un ambiente ajeno, incómodo, intenta rearmar su vida, pero las tensiones que se generan con su llegada lo devuelven hacia su pasado delictivo y a tener que enfrentar una vez más la idea de huir para sobrevivir. La supervivencia a condiciones y situaciones extremas en este lugar tan distante de convertirse en un refugio será el punto de partida del film dirigido por Franco González y Demián Santander. El paisaje cultural del río Paraná se convierte en el protagonista de una historia en donde la tensión y la crudeza se reflejan el estado salvaje. El manto de belleza natural que alberga al relato, desde la mirada externa del espectador, oculta los conflictos sociales de unos seres marginales que lo habitan y se vincula de forma agresiva. Lejos de toda mirada romántica, este drama de iconografía rural, inspirado en la música y la literatura litoraleña, prefigura un microcosmos hostil y violento. Valiéndose de una fotografía que se apoya en luz natural, “La Creciente” persigue un estilo documental de cámara en mano, independiente y realista, que en su sequedad coloca al espectador dentro del relato. El tono rudimentario, austero y para nada ampuloso toma elementos genéricos del western para desarrollar una tragedia familiar cuyo ápice dramático colocará a sus personajes fuera de la ley, inmersos en un territorio hostil y primal.