Una voz en el teléfono
Al inicio escuchamos el sonido del teléfono llamando en fuera de campo y luego vemos el plano detalle de un auricular sobre una oreja. La cámara irá abriendo el cuadro para mostrarnos a un hombre que está sentado frente a una computadora en una oficina junto a otros en un centro de atención telefónica en el turno noche. El rostro se ve tenso y el hombre aprieta una pelota de goma para liberar sus emociones. Se trata, por sus primeras palabras al responder la llamada, de un Centro de Emergencias en Copenhague. La atención telefónica es de por sí misma estresante y mucho más si en ocasiones debe actuarse rápido ante situaciones que suponen riesgo de vida para alguna persona.
Este comienzo de la opera prima del director danés Gustav Möller, aquí llamada La culpa (Den skyldige, 2018), ya nos sitúa en la situación de un hombre que no puede desprenderse del teléfono y que sólo puede guiarse para tomar decisiones en aquellos sonidos y palabras que escuche, quedando lo visual completamente fuera de campo. Ya es sabido que el sonido desprovisto de soporte visual es fuente privilegiada para crear una atmósfera inquietante, angustiante y ambigua, y de él se sirven tanto el buen cine de terror o el thriller psicológico para crear su efecto.
A partir del llamado de una periodista a su teléfono celular y de la aparición de su ex-jefe en la línea, sabemos que Asger Holm (Jakob Cedergren), es un policía que está suspendido temporariamente de sus funciones patrullando las calles y que fue relegado al servicio de Emergencias, mientras se dirima su situación, por la cual al día siguiente debe presentarse a declarar en una audiencia en los tribunales junto a su compañero Rashid, que oficia como su testigo. Como consecuencia de esta situación laboral, se ha deteriorado también su relación de pareja, la cual ha dejado el hogar donde convivían. Tanto Asger como su jefe esperan que tras la audiencia, su caso se resuelva favorablemente, volviendo a reintegrarse en sus funciones. La mirada absorta de Asger, pensativo, debiendo ser palmeado por el compañero de al lado para volver a la realidad, revela que esta situación, no obstante, lo preocupa, le carcome sus pensamientos.
Tras resolver varios llamados que no le presentarán dificultad, Asger recibe el de una mujer llamada Iben (Jessica Dinnage), que manifiesta haber sido secuestrada por su ex-esposo y que sus dos hijos pequeños han quedado solos en su casa, lo cual lo pone en jaque por el dramatismo de la situación, debiendo idear diversas estrategias para que la mujer continúe hablándole y poder deducir de qué furgoneta se trata y obtener alguna dirección o lugar hacia el que se dirijan, para poder enviar una patrulla a rescatarla. Es de saber que en este tipo de servicios de Emergencias, los llamados desde o hacia teléfonos personales están prohibidos y también que hay un protocolo de pasos a seguir que debe realizarse conforme a la ley. Es entonces que Asger se encontrará en una situación de encierro claustrofóbico, que los encuadres cerrados sobre su rostro así como la única locación empleada, logran transmitir. Como espectadores, merced a la interesante interpretación de Jakob Cedergren y a una narración que se desarrolla en tiempo real, sin elipsis temporales, vamos experimentando las emociones y dilemas del protagonista (¿me apego al programa o lo transgredo para salvar a Iben?) así como la adrenalina de la situación límite donde el tiempo es un factor vital.
La historia personal de Asger, la culpa que carga por haber matado a un criminal en su afán de poner las cosas en orden, explica que se involucre con desesperación, empujado por su ira pasional, sin detenerse a pensar y sin cuestionar en ningún momento los dichos de la mujer. Rescatarla de las garras de su ex-esposo violento, aparece aquí como una posibilidad de redención. Pero aún partiendo de los retazos parciales de lo escuchado en el relato de Iben, en el relato de su pequeña hija Mathilde (a quien Asger le ha prometido restituirle su mamá sana y salva) y en los antecedentes penales del ex-marido, ¿es la única interpretación posible que Iben sea la víctima? ¿Es posible confiar a ciegas en un relato, del cual no participamos visualmente? ¿No es posible que haya un engaño? ¿Acaso no hay posibilidad de que sean nuestros prejuicios y aspectos personales no resueltos, los que dirijan nuestra acción, corriéndonos de nuestra función? Y hasta cierto punto como espectadores también nos vemos arrastrados por la situación, hasta que comenzamos a poder despegarnos del punto de vista del protagonista y a notar la incongruencia que surge de Iben esté encerrada en la parte de atrás de la camioneta, y el marido le permita permanecer allí con el celular y esté hablar largamente con Asger, si su verdadera intención es secuestrarla y eventualmente matarla.
La trama entonces da un giro dramático hacia el final en la última conversación entre Asger e Iben, a partir de información que le proporcionará a Asger su compañero Rashid, la cual obtendrá por medios non sanctos. El diálogo telefónico entre el protagonista y la mujer funcionará a la vez como expiación para el protagonista, pues confesará su crimen, (que no tiene atenuante alguno), y también como redención, pues su honestidad al hacerse cargo de su error de interpretación, le permitirá salir airoso de la encrucijada final.
En cuanto al título, tanto el original como el inglés (The Guilty) son más cercanos al espíritu del film que el que lleva en la cartelera local. La culpa es vaga, no especifica de quién es y podría ser adjudicada a cualquiera de los personajes en juego. En cambio, El culpable, adscribe la culpa a Asger. Se trata aquí de esa culpa que Asger arrastra por el acto amoral que ha cometido y que no lo deja en paz, porque apunta a no hacerse cargo de su exceso; como de su juicio apasionado y apresurado respecto del caso de Ibsen, que derivará en una coyuntura dramática para ella. El encuentro telefónico con Iben permitirá a Asger una transformación, una modificación de sus intenciones. Hay un pasaje de la culpa subjetiva y contenida, a la responsabilidad ética y pública de su crimen. Este cambio subjetivo es señalado desde la puesta en escena cuando Asger abandone la oscuridad de la oficina para dirigirse hacia la luz que emana de la puerta al cumplir con su turno laboral. La película tiene entonces la virtud de no convertir al protagonista en un héroe impoluto: su acto ha sido realizado con buenas intenciones y aunque lo expíe de su culpa, no lo libera de la responsabilidad por los métodos no ortodoxos y contrarios al orden que ha empleado y mediante los cuales buscaba hacer el bien. El justiciero, que se vale de su autoridad, de sus emblemas para hacer justicia, se distingue aquí del hombre justo, que se somete a la ley, y también de héroe, que puede redimirse; pero no sin experimentar en su travesía, una caída y hacerse cargo de ella.
La culpa, del danés Gustav Möller, es una película que con pocos elementos de locación y producción, logra constituirse en una interesante propuesta en la cartelera. Se trata de un film de género policial narrado con los recursos del thriller, que se apoya en un guión bien construido, en una labor convincente del protagonista (que logra transmitirnos sus estados anímicos y su dilema acuciante), y en un muy buen trabajo con el sonido y las voces, que consiguen envolvernos en un clima de inquietud, intriga y apremio.