Nadie entiende el género fantástico como Guillermo del Toro. En su obra (que además de películas incluye libros y videojuegos) plasma mundos y criaturas que ya son parte del imaginario colectivo. No hay subgénero o tópico que le impida desplegar su capacidad visual y narrativa: vampiros (Cronos, Blade 2, las novelas y la serie de The Strain), fantasmas (El Espinazo del Diablo), insectos mutantes (Mimic), demonios (Hellboy y su secuela), cuentos de hadas (El Laberinto del Fauno), monstruos godzillianos (Titanes del Pacífico). A la manera de La Leyenda del Jinete sin Cabeza, de Tim Burton (ambos directores se parecen bastante, sobre todo a la hora de cuidar a sus monstruos), La Cumbre Escarlata representa su incursión en el terror gótico.
Edith Cushing (Mia Wasikowska), una joven aspirante a escritora, conoce a Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un caballero británico venido a menos que acude a su padre (Jim Beaver) con el fin de obtener apoyo financiero para maquinarias. Cuando el progenitor muere (asesinado, aunque es hecho pasar por accidente), Edith fortalece su relación con Thomas y se mudan a Inglaterra, más precisamente a Allerdale Hall, una residencia otrora lujosa pero ahora derruida. Allí vivirán con Lady Lucille (Jessica Chastain), su enigmática cuñada. Durante los días y las noches en aquel paraje, donde el terreno de arcilla tiñe de sangre a la misma nieve y amenaza con tragarse entera la vivienda, la muchacha comenzará a ser acechada por fantasmas desagradables, torturados, que buscan advertirla del verdadero mal que ya está atentando contra su vida.
Desde el minuto cero, Del Toro homenajea a los films de la productora inglesa Hammer, en donde Drácula y Frankenstein deambulaban por castillos, estelarizados por Christopher Lee y Peter Cushing (el apellido del personaje de Wasikowska no es casual), y a los de la American Internacional Pictures de principios de los 60, que consistían en adaptaciones de cuentos de Edgar Allan Poe dirigidas por Roger Corman y generalmente encabezadas por Vincent Price. De hecho, la película bien podría ser relacionada con dos cuentos específicos de Poe: La Caída de la Casa Usher y La Máscara de la Muerte Roja. Dentro de ese pantano de influencias, el director emerge con su creación más perversa y salvaje, ya que incluye escenas de sexo (nada común en su filmografía) y violencia gráfica, a niveles sangrientos. Otro link a la Hammer. Por supuesto, el realizador mexicano también agrega elementos familiares de su cine: lepidópteros, maquinarias, personajes que se debaten entre dos mundos.
Para crear un ambiente tan elegante como tétrico, Del Toro se valió de soberbios trabajos de arte y fotografía, a cargo de Brandt Gordon y de Dan Laustsen, respectivamente. Un barroquismo que por momentos amenaza con devorarse el guión y los personajes… aunque tal vez esa haya sido la intención: generar un ambiente peligroso, avasallante.
Jessica Chastain se apodera de la escena en cada una de sus intervenciones, opacando por momentos a Hiddleston como galán fino y atormentado y a una Wasikowska menos frágil de lo que parece. Bastante desaprovechado aparece Charlie Hunnam en el rol de Alan, el pretendiente original de Edith y descubridor de los oscuros planes de los hermanos Sharpe. Y al igual que en otros trabajos del director, Doug Jones vuelve a encarnar a seres no humanos; en este caso, algunos de los espectros que acosan a la protagonista. Volviendo a Chastain, pese a la importancia del color rojo (escarlata) en la trama, aquí luce pelo negro, como en la también fantasmagórica Mamá, producida por Del Toro.
Sin elevarse a la categoría de genialidad, La Cumbre Escarlata es un estupendo tributo al terror gótico, aunque también se sostiene por sí mismo. Guillermo del Toro vuelve a su faceta más intimista, como en Cronos, El Espinazo… y El Laberinto…, pero con el despliegue de producción que sus incursiones hollywoodenses. Una película para ver a la luz de las velas (velas en candelabros, por supuesto), como todo cuento clásico de miedo.