Gore Verbinski regresa al cine de terror con una historia que, en principio, se parece a muchas para luego desplegar vuelo propio.
Dane Dehaan interpreta a Lockhart, un joven y exitoso empresario. Con ojeras y sin un minuto de su tiempo dedicado a otra cosa que no sea su trabajo, de repente algo amenaza con destruir aquello que acaba de alcanzar. Para poder mantenerse en ese lugar tiene que ir en busca de un empresario (el CEO de su compañía) ahora recluido en un hospital situado en los Alpes Suizos.
Lockhart cree que va a ser un viaje corto, breve, que en el día estará en el avión que los lleve a él y Pembroke (el objetivo del viaje) de regreso a Nueva York. Pero ese viaje se va a prolongar, para él y para nosotros, que nos sentamos a ver una película de dos horas y media de duración. En ella, Verbinski enfrenta a Lockhart (y a sus espectadores) a todo tipo de pesadillas, de manos del director del hospital (Jason Isaacs) que no parece dispuesto a dejarlo ir.
Hay muchas historias y películas que giran en torno a un hospital donde todo luce sospechosamente ideal. De hecho, la traducción del film en cuestión y gran parte del relato rememora inevitablemente a la película de Scorsese, La isla siniestra. Pero así como Verbinski comienza su film planteando ciertas premisas, pasando la mitad del metraje demuestra que es dueño de su película y que cuenta con una libertad que no todos los estudios podrían haberle cedido. En la segunda mitad, La cura siniestra se convierte en una película llena de referencias cinematográficas y literarias, y la historia toma giros inesperados que en apariencia podrían haber sido absolutamente ridículos, pero con una convicción tal que genera como resultado una probable película de culto (esas cosas sólo las confirma el tiempo).
Hay algo en el agua, hay algo debajo de ese edificio, hay un pasado del que su protagonista aún no se despega y una joven (Mia Goth) que sólo conoce la vida dentro de ese extraño e idílico hospital. En este cuentito gótico, el guión de Justin Haythe (quien ya trabajó con Verbinski en la olvidable El llanero solitario) bucea por diferentes tópicos del cine de terror, primero jugando más con el suspenso y la creación de climas y luego desplegando otro tipo de terror, casi imposible de concebir.
Otro punto destacable del film es la fotografía, a cargo de un frecuente colaborador del realizador: Bojan Bazelli. Tanto en exteriores (la película está rodada en Alemania) como en los interiores del hospital -que es un personaje más del film-, Bazelli regala planos y secuencias bellísimas, también con la ayuda de una dirección de arte notable.
La cura siniestra termina siendo un gran viaje a la locura. Verbinski demuestra que es un cineasta con mucha imaginación y conocimiento del género y así nos entrega una gema, una película extraña e imposible de describir, de esas que hay que ver para comprender, de la cual nunca es aconsejable adelantar demasiado, pero que no debería ser pasada por alto.